Una cierta ubicuidad

La instantaneidad y la universalización global aparecen como valencias del –bien sé que cuesta llamarlo de forma correcta y apropiada– momento actual.

No sé si posmoderno, galáctico, sideral o terminal.

Pero si actual.

Junto a ello, junto a la inmediatez y a la totalidad, vengo apreciando en estos tiempos atribulados otra valencia –no diré, tontamente, otro valor– que se repite y se reitera de forma contundente.

Y que lo llamo ubicuidad, o que es pura ubicuidad.

Que es el don –puede que sobrenatural y paleotestamentario– de comparecer de forma simultánea en varios sitios.

Como dice la RAE, ubicuidad, como cualidad de ubicuo: que está en todas partes.

Incluso el carácter teológico de la ubicuidad, en la medida en que es uno de los atributos de la divinidad.

Tal voz apareció por primera vez en el Nuevo Diccionario de la lengua castellana de Vicente Salvá de 1846.

Lo que no quiere decir que no existiera el uso preexistente como atributo divino.

La aparición en el diccionario de la voz ubicuidad, viene a coincidir con los primeros síntomas de la Revolución industrial, por más que en España esa revolución –como tantas otras transformaciones del pensamiento– llegara con retraso y diferencia.

Viene a coincidir, por ello el uso determinado de la ubicuidad con los primeros registros del paleomaquinismo.

De lo paleotestamentario al paleomaquisnismo solo hay un paso.

Y no digamos nada del salto que experimenta la ubicuidad y sus fantasmas, con lo que Walter Benjamin llamaba, en los años 20 del siglo XX, la reproductibilidad.

Que aplicaba al mundo del arte y a la pérdida de lo aurático.

Todo aquello –paleomaquinismo y reproductibilidad– no son nada en relación al salto experimentado en los últimos años.

Baste anotar que, en trece años, los que van de 1997 a 2010, hemos pasado de la galaxia del narcisismo de las redes a la globalidad galopante.

Así Google en 1997, Facebook en 2004, YouTube en 2005, Twitter en 2006 e Instagram en 210.

Pasando de un mundo fascinante a un mundo trivializado por la repetición.

Y no digamos nada de la ubicuidad.

Como ocurre con Alaska.

No el estado de la Unión de estados americanos con capital en Juneau y una superficie de 1,718 millones de kilómetros cuadrados.

Sino la cantante mexicana María Olvido Gara Jova, conocida por el alias de Alaska.

Que, aunque nacida en 1963, las imágenes acumuladas de su paso por la tierra dan cuenta de una persistencia endiablada.

Y la hacen vincularse con el mundo vetero-popero o vetero-bolero.

Desde sus existencias alteradas de grupos de rock-pop como Dinarama, Pegamoides o Fangoria, hasta un muestrario insólito de presencia televisiva: comidas con Bertín Osborne, concursos variados, jurados diversos, realitys, show-woman monacal, presentadora con guiños y guifos o simple participante de postín.

Desde sus asociaciones con Nacho Canut, con Santiago Segura y con Mario Vaquerizo.

No crean que exagero.

Me remito a los últimos días y obtengo un póker de ases, como poco.

Desde el timón recogido en el programa –torpemente castizo, de Praderas, Sevillas y Velascos– Cine de barrio, hasta el tripartito de Canal Sur en el Show Bertin, junto a Bibiana Fernández y Vicky Martin Berrocal.

Por no citar que coincidiendo con la presentación del espectáculo de Félix Sabroso La última turné, junto a los inseparables Mario Vaquerizo, Manuel Bandera, Marisol Muriel y Bibiana Fernández.

Habituales el primero y la última de todos los medios en otra ubicuidad repetida hasta la extenuación,

Coincidiendo con la presentación del espectáculo citado en Madrid, nos premiaron/castigaron en Historia de nuestro cine con la película petarda –o con el petardo de película– del hoy exquisito Pedro Almodóvar, Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón.

Y que nos muestra que ya en 1980 –fecha de la película– Alaska sabía granjearse y regalarse un futuro zalamero y televisivo, a fuerza de transgresiones de sacristía.

Transgresiones posmodernas y estupefacciones de la Movida, para acabar en el Cine de barrio o en el teatro Calderón, como muestra del orden más cabal y rancio.

Un espectáculo que se publicita en una antiguo espacio dedicado a la zarzuela –el teatro Calderón– y que mezcla revista y cabaré de los sesenta, de la llamada en otras vidas Huracán mexicano, Reina de la Movida y The mexican acid Queen.

No contenta con la presencia repetida, la revista Retina de Transformación digital, del mes de noviembre anticipado, nos presentaba a la polifacética –así la llamaba– Alaska, diciendo que “soñaba con el teletransporte”.

Cuando ella misma es eso: puro teletransporte. Sustancia teletrasnportada.

Pura evidencia de su trayectoria teletransportada y eternamente ubicua.

Periferia sentimental
José Rivero

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7 COMENTARIOS

  1. Ni la sigo, ni me gusta su música pero es fiel a ella misma, se ve que es buena persona. Nada que objetar al personaje

  2. Persona harto inteligente que lleva 50 años transformándose y haciendo cosas que gusten o no, están ahí y forman parte de la cultura pop española.

    Puede recibir una lluvia dorada en la cara y trabajar semanalmente con el obseso de Losantos sin inmutarse.

    Puede ser tertuliana de la Cope y hacer un reportaje vestida de monja y su pareja de Jesucristo. Cosa que le valió la expulsión de la sacrosanta radio del Ángelus y el diablo Carlos Herrera.

    Personalmente y, ya sea con cualquiera de los grupos en los que ha participado, soy un fiel seguidor (no de su marido) y recomiendo a la gente que copie un poco su saber estar, porque si hay un ejemplo de convivencia ubicua, es ella sin duda alguna.

    Jamás se la verá buscando conflicto y tal ha sido su adaptación, y su veneración por México y España, que nadie la ha despreciado por no ser de aquí o allí.

    Alaska es una persona comprometida con el género, la inmigración, la gente desfavorecida, la cultura en general…y el mundo rancio jamás ha podido con ella. Debe ser porque les hace felices con mierdas como el reality ese que grabó con su infame marido, eso gusta mucho a las mentes huecas.

    Ojalá y la tengamos entre nosotros, y ubicua, hasta los 100 años.

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