Revisionista

Esas fueron las palabras del portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Madrid Pepu Hernández, para objetar y cuestionar la concesión de la Medalla de la Ciudad al escritor Andrés Trapiello.

Palabras del exseleccionador nacional de baloncesto –y fichaje estrella en las elecciones municipales de 2019, del propio Pedro Sánchez Pérez-Castejón, en su condición de exjugador, aficionado a la canasta y amante fidelísimo de sus amigos–.

No podemos estar de acuerdo con la concesión de la medalla, afirmó remachando la faena pepunesca, Mar Espinar –portavoz socialista de cultura en el consistorio madrileño– por “el revisionismo de la historia que él representa”. Todo de un pegotazo y sin parpadear. Requerido el exseleccionador baloncestista, en el programa de Carlos Alsina de Onda Cero, sobre las diferencias existentes entre Trapiello y el grupo municipal socialista –por extensión el PSOE mismo– no supo exponer un sólo argumento diferencial, que hubiera justificado las matizaciones y reservas. Incluso acabó reconociendo no haber leído ninguna de las obras de Andrés Trapiello. Mostrando que para condenar a alguien y a su obra, no hacen falta argumentos sino sólo ideologías periclitadas y que, de paso, se pueden tener argumentos sobre algo que se desconoce, porque toda la sabiduría condenatoria la otorga el sistema de creencias.

Utilizar el concepto de Revisionista, a estas alturas es retrotraernos a toda la lógica inquisitorial del viejo comunismo soviético y sovietista que desplegó entre los largos años del poder estalinista, poco dado a concesiones a sus rivales en el Comité Central, que se resolvían con las silenciadas purgas y con las no menos silenciadas condenas al gulag como campo de trabajo. Lógica instrumental del partido único entre 1937 y 1952 en la llamada Patria del Proletariado y Faro Guía de otros procesos, así llamados, revolucionarios. Lapso temporal de plenitud –entre otras cosas– de la Guerra fría, que era la Guerra caliente por otros métodos. Lapso temporal de hegemonía ideológica del viejo comunismo triunfante en 1917, y ya iniciado el declive. Esto es entre todos los llamados Procesos de Moscú analizados pormenorizadamente y con múltiples datos por Karl Schöegel en su obra Terror y utopía: Moscú en 1937; y los, finalmente descompuestos, Procesos de Praga. Este último llevado al cine por Costa-Gavras y Jorge Semprún en 1970, que da cuenta del proceso desplegado contra Artur London, ministro de Exteriores de Checoslovaquia entre 1949 y 1952. Todos esos procesos desplegados para abortar la disidencia dentro de la familia política del comunismo, que en el fondo eran discrepancias estratégicas o tácticas, pero que devenía en purgas, condenas y, en el límite, eliminación física. Procesos que cuenta con una importante literatura que viaja de Artur Koestler hasta el citado London. Por no olvidar las confesión de Jrushchov en el XX Congreso del PCUS en 1956, donde se produjo el llamado ‘discurso secreto’ del camarada Secretario General, que acabaría por iniciar el deshielo del estalinismo.

Bueno, pues esos son los antecedentes del uso maléfico e ¿ignorado? del concepto de Revisionista y de Desviacionista: un anatema para pensadores y autores que van por libres y expresan sus opiniones y posiciones lejos de las dogmáticas tenidas por tal. Una condena, en suma, evacuada desde la Santa Inquisición partidaria e ideológica del tiempo presente que nos ha tocado en suerte y desgracia. Ya comentamos en estas páginas días pasados –27 de abril, Cercas y asedios– las acometidas verificadas contra Javier Cercas, desde el universo independentista catalán, por manifestar libremente sus ideas y valores sobre la realidad resultante del embrollo separatista. Y ello demuestra el grado de sectarismo que viene produciéndose en la vida civil –en la vida política, ya estaba asentado hace tiempo–. Un sectarismo que descalifica –y trata de anular civilmente– al que expresa opiniones contrarias a las mantenidas por el descalificador o por el main-stream. Como si se detentaran monopolios de cualquier tipo: éticos, políticos o intelectuales.

Que ahora en un ejercicio de actualización el Partido Socialista, saca de los sótanos del pasado, conceptos en desuso desde la lógica democrática, para anatemizar al autor de Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939). Obra de 1994, que en sólo en dos meses agoto la edición como muestra del elevado interés suscitado. Y que, con posterioridad ha merecido las versiones actualizadas de 2007 y de 2010, con nuevas aportaciones y datos desconocidos. Y eso, en parte, se desprende de las palabras de Mar Espinar, al decir que dicha obra –revisión de tantos tópicos literarios precedentes, que algunos condenan sin haber leído– cuestionaba un orden secular. Por ello Andrés Trapiello, no ha tenido reparos en reconocer que, con estos movimientos “algunos quieren resucitar la guerra y ganarla”. Cuando el fondo de la medalla otorgada y criticada se desprende, no de su actuación en la Comisión de Memoria histórica del Ayuntamiento de Madrid –nombrado por Manuela Carmena– sino de sus trabajos emblemáticos sobre la ciudad de Madrid. Como han sido El rastro. Historia, teoría y práctica (2018), y Madrid (2020).

Aunque finalmente, todo santo tiene su octava como demuestra finalmente que el Ministro de Cultura Rodríguez Uribes ha calificado a Trapiello de “magnífico escritor”. Las declaraciones del ministro de Cultura se han dado en Onda Cero han concluido con “No me parece un revisionista. Las declaraciones del ministro de Cultura se han dado en Onda Cero.

Periferia sentimental
José Rivero

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5 COMENTARIOS

  1. Me gustan mucho sus libros y no pienso «revisarlos». Que opine lo que le dé la gana, que para eso estamos en una democracia. Pero que siga escribiendo igual de bien.

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