Martínez Sarrión y el cine

Han coincidido todos los obituarios y notas fúnebres en la dimensión poética del desaparecido Antonio Martínez Sarrión (Albacete, 1939-Madrid, 2021).

Dimensión fundamentalmente poética que no ha impedido el reconocimiento de su enorme veta memorialística que comenzara en 1993 con la primera entrega de Infancia y corrupciones y cerraría en 2002 con Jazz y días de lluvia. Junto a ello habría que anotar un ensayismo plural y complejo, que va desde el temprano Diario austral (1987) –una pieza impagable y hoy inencontrable, de una estadía argentina, junto a su mujer Graciela Paoletti y el editor Pepe Esteban y su compañera, donde cuenta entre otros pormenores porteños la visita a Jorge Luís Borges en la casa de Maipú–, o el dietario Esquirlas (1993-1999).

Por no citar las ediciones próximas de piezas como Cercos y asedios (2004) –editada en Toledo por la Junta de Comunidades– y Preferencias (2009) –editada en Ciudad Real por Almud ediciones. Textos misceláneos donde ya aparecen notas diversas sobre el cine, a través de algunas películas o de algunos directores que interesaron a AMS. Un cine como pieza formativa central en la sensibilidad del poeta y como ámbito de conocimiento, después en sus años de madurez. Y estas claves formativas y de centro de interés, sería uno de los nexos generacionales de todos los poetas que José María Castellet agrupó en Nueve novísimos, en 1970. Baste recordar los elevados intereses cinematográficos sostenidos por algunos de los antologizados en Nueve novísimos: desde Pedro Gimferrer a Vicente Molina Foix –colaborador habitual de la revista Film Ideal–, pasando por el propio AMS y las influencias laterales de Terenci Moix, a través de su hermana Ana María y del mismo Panero.

Por ello no es raro que en el primer poemario sarrioniano, Teatro de operaciones (1967), ya tuviera cabida un poema-fetiche como fuera El cine de los sábados–tantas veces repetido con esos “ojos ardientes como faros”–. De igual forma que pueden rastrearse preferencias e intereses en algunos de los libros citados antes. Así en Cercos y asedios, AMS dedica ensayos cortos a la película de Orson Welles, Míster Arkadin; otra pieza a Luís Buñuel, una tercera a Centauros del desierto de John Ford y una rememoración al legendario Acorazado Potemkin, de Sergei Eisenstein –desde la anécdota de su estreno narrada por Rafael Alberti y el secuestro de la película por parte del ministro franquista José Solís Ruiz, que guardaba bajo llave una copia oxidada–. En Preferencias AMS, nos descubre más intimidades cinéfilas y más sabiduría cinematográfica, al dedicar diversos trabajos prospectivos a diferentes cuestiones del cine. Así analiza El tercer hombre, de Carol Reed –que declara la película de su vida–, otro comentario a Al rojo vivo de Raoul Walsh y un comentario doble a sendas películas de José Luís Garci –Las verdes praderas y You’ re the one–.

Reflexiones sobre el cine de José Luís Garci que dan lugar a una sagaz indagación sobre las cuestiones temporales de las artes espaciales y a las texturas espaciales de las artes temporales como el cine mismo. Todo ello en prolongación de las líneas argumentales de su admirado Juan Benet, cuando reflexionaba sobre Estampa y argumento y sobre los dominios de uno y otro vector –lo espacial y lo temporal– en esos campos de representación y conocimiento. Avanzando AMS en su análisis de los juegos de temporalidad descubiertos en You’ re the one con mecanismos similares en otros directores como Truffaut, Godard, Bodganovich –sospecho que el inconmensurable de The last picture show– y Wim Wenders. Con todas las citas y referencias –preferencias y obsesiones, si se quiere– Antonio estaba definiendo y defendiendo el arco de sus interés visuales y culturales en el campo de la cinematografía del siglo XX.

Según me relató, conoció a Garci cuando éste tras la lectura del tercer tomo de memorias de Antonio, Jazz y días de lluvia, decidió contactar con él e incorporarlo a los tertulianos habituales de su programa de televisión ¡Qué grande es el cine! Programa que Garci había iniciado en 1995 y que llegaría hasta 2005, por lo que AMS participaría de los años finales de un programa que hoy echamos tanto en falta como a los protagonistas ausentes. También tuvo alguna colaboración –que yo desconozco– para otro programa de Garci para Tele Madrid llamada Cine en blanco y negro. Mis recuerdos de las apariciones de AMS en ¡Qué grande es el cine! están asociados a dos aspectos no menores del asunto. Cuando las películas que se presentaban en la programación de la noche de televisión tenían algún grado de complejidad en el debate, allí emergía como uno de los invitados estelares AMS. Como si Garci –como hacen algunos ganaderos de bravo, con toros con problemas y dificultades de lidia, que sólo son ofrecidos a auténticos artistas del toreo y conocedores de los terrenos del oficio– reservara la participación a debates de películas complejas a AMS. Había y hubo películas para el lucimiento de comentaristas planos, y también películas en las que las dificultades interpretativas eran superiores. De estas recuerdo algunas piezas de Delmer Daves, de Nicholas Ray o de Preston Sturges. Piezas que requieren un gran oficio intelectual para sacar provecho de su visionado y explicarlo a los espectadores. Como ocurría además, por otra parte, con los comentarios luminosos y productivos, que dejaban empequeñecidos a los comentarios equivalentes de los restantes tertulianos. Como si hubieran visto diferentes películas.

El pozo de sabiduría cinéfila no sólo operaba en AMS en temas del pasado, sino que movido por una curiosidad extrema era capaz de hablarte de directores emergentes con apenas proyección pública o de recuperar viejos mitos, como recuerdo el de Jean Pierre Melville, y su película El silencio del mar de 1947, basada en la novela corta del mismo título escrita por Jean Bruller y publicada bajo el seudónimo de Vercors en 1942 y que inauguraría las Editions du minuit. Como me ocurrió, igualmente, con algunos de sus consejos a propósito de nuevos directores como el ruso Sokurov –El arca rusa, Madre e hijo o Moloch– o el mexicano Carlos Reygadas–Luz silenciosa, Post tenebras lux o Batalla en el cielo–. “¡Tienes que ver sus películas!”, como antes podría haber ocurrido con la pieza de Godard Une histoire du cinema–una suerte de enciclopedia arbitraria de bolsillo, de otra sabiduría francosuiza insobornable e ingobernable–.

Por demás Antonio, revisaba pacientemente viejos títulos y obtenía nuevas conclusiones de los clásicos de su vida, para aportar más luz a sus contenidos. La última vez que estuvimos juntos, en su casa de Alfonso XII–que ahora se nos debe antojar más vacía–, el pasado día 18 de junio –con motivo del homenaje celebrado en la Residencia de Estudiantes, en torno a su poemario Cantil, nos enseñó a Carmen y a mí, Graciela ya lo conocía, el corto de Vicente Molina Foix de 1970, producido por TVE, Siete presentaciones. Donde Antonio comparecía junto a otros poetas mayores y menores en una rara hermandad de palabras e imágenes. Como del cine mismo que nos enseñó a amar.

Periferia sentimental
José Rivero

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1 COMENTARIO

  1. Ciertamente, su voz cavernosa y sus ojos de miope magno se hicieron familiares para el gran público gracias a sus apariciones en el programa de televisión presentado por José Luis Garci ‘¡Qué grande es el cine!’…..

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