Crucifixión

José Rivero.- No fue la crucifixión, pese a todo, la forma de pena de muerte más extendida y frecuente en Roma. En cualquier momento de la historia romana, desde la Monarquía primera al Imperio último, pasando por la República intermedia.

Hubo otras formas de aplicar la pena de muerte, que pasaban por otras formas finales. Desde la Decapitación –método rápido y compasivo, aplicable a ciudadanos romanos y soldados, en cualquiera de sus modalidades Aportu y Ferro– a la Poena Cullei –aplicable a los patricios, con la particularidad de la llamada Poena Culleus, aplicable a los parricidas–.

En ese complejo de ritos de ejecución capital, la Crucifixión se ubica en un territorio ambiguo, fruto de su rara procedencia y origen; ubicable en el llamado Summa suplicia, donde comparte presencia y evidencia con la Crematio –aplicable la modalidad de ejecución a los incendiarios y pirómanos– y con la Arena de bestias –finalización con muerte del espectáculo del circo romano. Algunos consideran sus orígenes ejecutivos en Persia y los romanos lo tomarían, finalmente, de Cartago. Su carácter –más allá de las restricciones y reservas sociales citadas antes– cuenta con aspectos denigratorios, en la medida en que se produce la muerte tras la lenta agonía y la exposición ignominiosa del cuerpo.

El que Jesucristo haya sido condenado a la pena de muerte en la Cruz, no ha sufrido reflexiones históricas específicas –ni médicas, ni forenses, ni anatómicas– más allá de las capturas pictóricas, no siempre coincidentes y a veces divergentes en la forma de sujetar y anclar un cuerpo de tipo medio –de un varón adulto y sano de 33 años– al leño que soporta el cuerpo del condenado. Piénsese que la enclavación y crucifixión estaban destinadas a garantizar la estabilidad del cuerpo del reo de muerte todo el tiempo que durara la expiración y agonía. Un tiempo que no siempre sería breve y que podría prolongarse algunos días más de los previstos por los ejecutores, en consonancia con la exhibición ignominiosa citada antes que trata de prolongar el valor ejemplarizante de la muestra mortuoria. Un tiempo de espera y de agonía hasta que la deshidratación, la desnutrición y otros padecimientos produjeran el colapso y la muerte posterior. Una sustentación que garantizara la verticalidad del cuerpo ajusticiado, que unas veces se practicaba con enclavación de las extremidades con piezas piramidales de hierro aplicadas con maza de carpintero –ya en las manos, ya en las muñecas que proporcionan otra suerte de anclaje más firme–, y otras veces se mostraba con una suerte de atadura de ambas extremidades –superiores e inferiores– mediante cuerda específica –ya cáñamo, ya esparto, ya tomiza–.

Incluso existen otras disposiciones pictóricas reveladoras del difícil equilibrio para sustentar un cuerpo grávido y vertical sobre el dispositivo de un leño y un travesaño superior. Por ello se recurre –como ocurre en algunas piezas tempranas de la iconografía de la Iglesia ortodoxa y en algunos iconos orientales anteriores al siglo X– a una suerte de travesaño menor capaz de soportar los pies del ajusticiado y reducir el esfuerzo de las manos o muñecas en evitación de un desgarro de manos y brazos por desprendimiento. Y esa disposición constructiva y funcional de dos o más travesaños horizontales, emparenta con toda la icnografía existente de la cruz. Cruces de varios brazos que se contraponen a la cruz de un solo brazo horizontal, en unas legítimas dudas sobre la genealogía del Santo Madero simplificado en dos formas. ¿Dos brazos como ocurre con la cruz de Lorena y con la cruz Patriarcal, y hasta con tres brazos en otras disposiciones que van desde la cruz Ortodoxa a la Papal o a la cruz de Salem. Ese travesaño saliente del leño vertical, en algunos casos pictóricos –ya en Occidente, como puede observarse desde Giotto a Grünewald– se reduce y se acomoda, perdiendo el saliente sobre el leño, a una suerte de pedestal o cuña de madera que verifica la misma misión de sustentación del cuerpo. En otros casos pictóricos –como ocurre con el Crucificado y San Francisco de Murillo (1668)– se opera el prodigio de una desenclavamiento parcial, para abrazar al elegido.

¿Por qué esta modalidad de ejecución y no la decapitación con espada –al Ferro– como en el caso de Juan Bautista? El relato evangélico en cualquiera de sus versiones es escueto e impreciso sobre estos extremos. Mateo, desde los epígrafes de su Evangelio –del 27.15 al 27.50– aparece más preocupado por la etimología del monte Gólgota –lugar de la Calavera, nos dice– del enclavamiento, o por la simbología del manto escarlata, corona de espinas y la caña como cetro real. Marcos, entre los epígrafes 15.6 y 15.39 de su texto, revela la preocupación escueta por la temporalidad de la muerte de Jesucristo. Tratando de fijar el episodio de la crucifixión y muerte, entre las horas terceras y novena del día. Circunstancia de la temporalidad de la crucifixión, corroborada por Lucas, que en el epígrafe 23.44 de su Evangelio, establece que, en la hora sexta, aparecieron sobre el Gólgota las tinieblas de cierto final premonitorio. Es por ello el Evangelio de Juan el que aporta más detalles –sin ser excesivos– sobre las circunstancias finales de la muerte de Jesucristo. Revelando el momento de la lanzada en el costado –en el epígrafe 19.34– que tenía como finalidad, junto al quebrantamiento de las extremidades de los crucificados, acelerar la muerte “para que no quedaran [los reos y condenados] en la cruz el día del reposo”. Práctica esta del quebrantamiento de las extremidades que, en el caso de Jesucristo ya no fue necesaria, al haber entregado su espíritu con anterioridad.

Y todo ello abre el interrogante de cuáles fueron las circunstancias finales de la muerte en la cruz. La causa de muerte de Jesús fue un paro cardiorrespiratorio, de acuerdo con el médico Jorge Valenzuela, profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Monterrey, quien ha dedicado gran parte de su carrera al estudio médico de la tortura y fallecimiento del llamado Hijo de Dios y al esclarecimiento de detalles sobre el mismo. El profesor Valenzuela explicaba que “una consideración importante sobre este acontecimiento es que Jesús era un hombre joven, saludable y en óptima condición física gracias a su profesión de carpintero y a que tenía que viajar largas distancias a pie para predicar. Sin embargo, señaló que su angustia en el Monte de los Olivos, el abandono de sus seguidores y la sentencia expedida por Poncio Pilatos ejerció un gran estrés emocional en él antes de su muerte. Cristo en el Monte de los Olivos presentó una condición médica que es bastante rara: sangre en el sudor. A eso se le llama hematidrosis y se presenta cuando una persona está expuesta a ansiedad extrema, ¿Qué es lo que pasa? Los vasos sanguíneos se rompen debido a la ansiedad y la sangre sale por la glándula sudorípara” …También apuntó que “La flagelación se realizaba con un tipo de látigo que cuenta con varias extensiones que al final tenían incrustados huesos de borrego y bolas de plomo. Al flagelar, el hueso corta la piel y la bola de plomo golpea al tejido… Esto produce contusiones y laceraciones y los tejidos flagelados terminan como masas de músculos, de tendones abiertos, sangrando, que genera mucho dolor. Esta pérdida de sangre contribuye más adelante a un choque hipovolémico, que es el colapso del sistema circulatorio”.

Con la crucifixión, los romanos perfeccionaron esta técnica de tortura y de muerte. Está diseñada para producir el máximo dolor y que la persona muera lentamente, pero que su agonía sea prolongada”, apuntó Valenzuela. “Es extraordinariamente difícil respirar en la posición que pusieron a Cristo, es mucho más difícil expirar que inspirar en esta posición, la persona tiene que apoyarse en los pies y tiene que tratar de subir su cuerpo hacia arriba apoyándose en las muñecas que tienen clavos, todo esto va inhibiendo la expiración y va haciendo que la persona retenga Co²”…“Si nosotros fuéramos a hacer un certificado de defunción, ¿qué escribiríamos? Muerte por paro cardiovascular y respiratorio, debido a choque traumático e hipovolémico, todo causado por crucifixión. Otros factores que probablemente estuvieron involucrados en la muerte fueron la deshidratación; arritmia del corazón producidas por estrés; derrame pericárdico, acumulación de agua entre el corazón y el pericardio; derrame pleural, inducida por los traumatismos, y coagulación intravascular diseminada, es decir, la sangre se coagula y por lo tanto no hay flujo”.

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4 COMENTARIOS

  1. Recomiendo el libro «The Crucifixion of Jesus: A Forensic Inquiry» del médico forense estadounidense Frédéric Thomas Zugibe. Editorial: M. Davis & Company (2005)…….

  2. Lobo ( que no Lobo Antunes) excelente cosecha de textos plurales, muy varados por el tiempo de tus comentarios, nada menos que 2019. Deberías asomarte a la venta de tu proximidad y ver que sale.

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