En Guadalajara, II

Jesús Millán Muñoz.- Recorres los campos, rellenos de una tarta de arbustos y árboles y alfombras marrones o amarillas o verdes de hojas, de piedras sedimentadas de fósiles. 

Al recorrer los campos externos, recorremos los campos internos. Siempre estamos en un enorme viaje interior al exterior, del exterior al interior… En aquel viaje los dos viandantes arribaron a Molina de Aragón, una mañana, con frío en primavera, frío que helaba la voz, en el trozo viejo de la ciudad, recorrieron alguna tasca para calentar la carne y la mente, del frío del amanecer, recorrieron algunas calles, aquel puente y aquel río, algo del Convento de San Francisco, por el exterior, al otro lado –si la memoria no falla-. 

Después arribaron a Sigüenza, traspasaron los muros de la Concatedral, dentro las piedras que nacidas de la tierra o de la vida fosilizada, según la especie de piedra. Denominamos piedra a un conjunto enorme de realidades. Los geólogos nos pueden contar muchas historias. Pero como nuestra mente es limitada y nuestro tiempo también, unos nos especializamos en minerales, otros en seres vivos, aquellos en la cerámica, estos en la venta de alimentos, algunos, como este escribiente en realizar paellas y combinados de palabras con frases e ideas e imágenes y conceptos. 

Hoy, ha tocado a tocar y retocar cuerdos y recuerdos de este traspaso de la Mancha, que realizamos en un fin de semana, desde la cercanía de ToledoGálvez, pasamos por la Villa Real o Ciudad Real, o Ciudad Libre, en unos meses del siglo veinte, hasta el Sur de Albacete, Hellín, después ascendimos hacia el Norte, atravesando algunas urbes de Cuenca, durmiendo en Priego, y, aquella mañana, si el recuerdo de la memoria, atravesamos casi de noche aquellos montes, y arribamos a Molina y después a Sigüenza, y después hacia abajo, degustamos energía en Pastrana, y al atardecer otra vez a la Villa Real de Juan II. 

Los viajes son un misterio, migran aves e insectos, docenas o cientos o miles de kilómetros. Para mí es un enigma, todos los vivientes viajan según su tamaño y según vuelen o caminen o naden. Por unos motivos o por otros. Me he preguntado muchas veces, los biólogos lo sabrán, porqué algunas especies de mariposas, son capaces de trasladarse varios miles de kilómetros, seres individuales, que pesan dos o tres gramos. Pueden orientarse por sistemas magnéticos que dicen, disponen en sus antenas. Pero cómo pueden viajar tantos kilómetros cada día, un ser, que como una hoja es trasladado por el viento. Puede que existan caminos o autopistas de vientos, y, las conozcan. Porque qué explicación tendrá que un ser que un viento mínimo la arrastre sea capaz de llegar en unas semanas de un lugar a otro, a cinco mil kilómetros. 

Los homos, a las diferentes especies a la que hemos sido/pertenecido, desde hace dos millones de años, hemos ido trasladándonos de espacios e, ir cambiando-modificando al mismo tiempo la especie. Tenemos esa necesidad o la historia o el hambre en nosotros del viaje… Los dos viajeros una vez, en un viaje de examen de oposición, durmieron en hotel de carretera, en Azuqueca de Henares, ya que no había cama en Guadalajara capital. Allí, repasando temas para el día siguiente examinar tu cabeza de los conocimientos de los pensamientos que generaciones de humanos habían inventado. Allí tomando en una mesa, al aire libre, un descanso, veíamos como parejas llegaban a dormir, o a soñar besos. Allí, se percibía una torre grande con mucho humo, una fábrica, no sé, si era aquella empresa de ladrillos y una torre alta como espada o lanza del Quijote, aquella de vidrio, si no recuerdo mal, que compañeros antiguos míos, se trasladaban a trabajar en verano… 

En distintos traslados, solo o con la media naranja, he/hemos ido atravesando dentro o los aledaños de estas urbes, por documentales y fotografías, hemos repasado con los ojos otros espacios, en Pastrana dejamos que el corazón mecánico de chapa y plástico descansase, y rebuscamos por las calles en alto, un lugar de degustar alimentos, allí, entramos en una vivienda/restaurante, con mesas de trozos que vivieron en forma de vegetal, servían los platos una mujer alta y rubia y extranjera, supongo que de viaje de aprendizaje por las tierras de Europa, quizás, para pagarse los estudios futuros, quizás, buscando algo u olvidando algo. Te atraviesas como clavos, unos minutos con personas, que jamás volverás a ver, y, si te encuentras con ellas, te cruzas, en algún lugar, nunca volverás a reconocer. 

Pero me acuerdo y recuerdo, qué habrá sido de esa muchacha joven, qué habrá pasado de tantos seres vivientes humanos que he ido rozando con los ojos, en calles y plazas, en pequeñas conversaciones, en pequeñas preguntas, en pequeños diálogos, por una razón o por otra… Allí, en Pastrana, que recordaba la historia de la Princesa de Ebolí, la historia de la princesa de las letras y de la mística, Teresa de Jesús o Teresa de Cepeda o Teresa de quién sabe qué y cómo, siempre ocultando el nombre o el apellido, por las razones del momento, que todos sabemos y todos conocemos… 

Me digo a mi mismo, no por soberbia y grandilocuencia, no, quizás por tristeza y sabiendo que uno como escritor ha fracasado, porque para qué te vas a engañar, la ACE, a la que pertenezco, hizo hace un par de años, una encuesta a sus socios, sobre su situación económica y demás viandas. La encuesta a seiscientas y pico de personas, indicó que el sesenta por ciento, si mi memoria no me falla, cobran como derechos de autor, al año, unos mil euros o algo más. En mi caso, en cincuenta años, solo he recibido de estipendios, nada más que nada. Salvo un premio de poesía hacia 1974 de quinientas pesetas. Desde entonces he estado rellenando folios y hojas, para el vacío del aire y de la nada. Porque encima, ya sabemos, que es probable, que todo se destruirá por los cuchillos del tiempo. 

Decía, que me digo a mi mismo, si el maestro Cela, -o el viejo maestro Arcipreste de Hita-, volviese por la Alcarría, a realizar un viaje, como hizo con el segundo, con el coche y la acompañante. Si volviese, supongo que escribiría de otro modo. Quién sabe, si la escritura, el Cela, como Picasso, -siempre este último, inventando/copiando/perfeccionado estilos, descubriendo estilos-. Cela el inventor de estilos. Me imagino, si hubiese hecho otro Viaje por estas tierras, ya en su enorme madurez, no a la California profunda, como también lo hizo, y tampoco otros viajes por esta Península, que también rellenó de alientos y palabras. Me digo, a ver si me atrevo, que quizás, podría haber realizado una narración semejante, a la de este modesto artículo, pero un poco más extendido de palabras, en vez de mil, unas cincuenta mil… 

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