El olvidadizo de un buen chorizo comunista

Manuel Valero.- Necesito apretarme un par de cervezas y un buen pincho moruno. O un chorizo al infierno. Y para seguir el ritual de los años a ser posible en la caseta del PCE de toda la vida que desde que instituyó la caseta ferial-festiva la ha convertido en una fuente de ingresos de la mejor forma: despachando condumio. Es acercarte y se te vienen los humores arriba.

He visto en la taquilla más de una vez al histórico-y amigo de colegio que no se olvidan- Florentino López Montero y creo recordar que bromeamos sobre la buena acogida de la pitanza que ofrecían a un precio asequible y sin pedir carné que valga. Porque de siempre ha sido muy populosa la caseta del PCE y nadie hacía ascos ni tenía prejuicios a la hora de hincar el diente. Y mucho menos había tiempo para analizar los vaivenes de la izquierda en general, los del PCE muy en pasado particular, los de IU en plano anguitiano y los de Unidas-Podemos en plano 15-M. Lo que es un hecho que ya roza el clasicismo inveterado de la costumbre, es el logo del PCE que no se ha dejado solapar de la caseta de su nombre así llega mayo o septiembre. Hay buen servicio y buen ambiente en ese mar clientelar –en el buen sentido- que obra el milagro de una convivencia parroquiana al pairo del anagrama ideológico que cada cual reserve para sí.

Y es que uno, como cualquiera, necesita ese reencuentro con la vida fungible de casi todos los días y la cita consuetudinaria de la fiesta patronal. Es lo que tienen las tradiciones: ese aire de armónica confraternidad que deja colgado de la percha de los prejuicios la capa de grasa con que viene embadurnada la actualidad.

Esta mañana sin ir más lejos andaba ante el espejo con la cara ennatada por el afeite y el plan previsto de una cena en el recinto ferial. En mala hora puse la radio. Y así sin comerlo ni beberlo te salta a los oídos el tormentoso sur de América del mismo punto cardinal. El atentado contra la peronista-Kircheriana, Cristina Fernández de Kirchner o la versión del sainete como alternativa a la verdad oficial y el resultado en negativo del referéndum chileno que por dejar sin rastro de pinochetismo el texto anterior de origen ilegitimo pero reformado una treintena de veces para eliminar la huella del espadón, se ha pasado tres pueblos a juzgar por el veredicto popular. Más que el cono sur parece el coño sur o más para nosotros, el coño de la Bernarda. Demasiadas arenas movedizas en este mundo cambiante en el que a cada día asistimos a un suma y sigue.

Queda demasiado lejos Chile. Pablo Neruda definía su país natal como el país más remoto del mundo en su estrechez acogotado por los Andes y el Pacífico. Y queda demasiado lejos Argentina. Una vez conocí a un argentino que decía: El mundo está compuesto de 200 países y Argentina. Ya el hecho de la pervivencia contumaz del peronismo, una suerte de movimiento social que sacralizó a su dirigente, José Domingo  Perón, y a su esposa santa y embalsamada de cadáver ambulante, Evita. El peronismo, un socialismo nacional con cuño personal que derivó en más ramas que un olivo desde el liberal al revolucionario armado, aun pervive con esa indefinición conceptual que aglutina la socialización de la riqueza, lo cual no impidió que en su exillio, se viniera el mismo Perón a vivir a la España de Franco o que la segunda esposa Isabelita, fuera el prólogo de la atroz dictadura que vino después.

Y en cuanto a Chile, bueno, los chilenos han hablado, además de manera obligatoria que no sé si eso robustece la democracia en un contexto general de avance de la izquierda en el subcontinente y  en el tablero de la geopolítica global que es donde está la madre del cordero. Entre el voto orgánico y la obligatoriedad del voto hay un pelo. Los contrarios se tocan o se parecen. Al contrario que Argentina, Chile fue un potente motor económico en los 80-90.  Padeció como su vecina, una feroz y sangrienta dictadura pero se asentó económica y políticamente, sin inflaciones exponenciales ni corralitos dramáticos.

Aquí lo dejo, que no es cuestión de amustiarse en un lunes de color festivo. Un baño de normalidad callejera con olor a pincho moruno es un buen antídoto para olvidarse del estrés insaciable de este mundo loco. ¿Quién va a pensar en ello ante un chorizo pringoso y una cerveza de blancas cumbres?

Pues eso.   

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1 COMENTARIO

  1. Oiga usted Valero, perdone la corrección, el chorizo en este caso no es al infierno. El chorizo es a la plancha, al infierno era como nos los ponía Paco en su taberna, estaba en el Paseo a la altura de donde hoy queda La Luna, más o menos. La receta consistía en poner en una cazuelita el chorizo con un poco de alcohol y prenderlo, cuando se consumía el alcohol estaba lista la tapa.

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