Isabel II, reina de Inglaterra y algo más

En su tuit de pésame, Pedro Sánchez incluyó a la “Commonwealh”; lo mismo hizo Maduro: al parecer, el antiimperialismo de este último se disolvió como un azucarillo cuando hubo de enfrentar al poder realmente existente representado por la exmonarca. Si el fallecido hubiera sido un rey de España seguramente no habría desaprovechado la oportunidad para aderezar con toques de hispanofobia el protocolo de las condolencias.

Efectivamente, Isabel II era la reina de Inglaterra y de la Riqueza Común -verdadero significado de Commonwealh-. Qué nombre tan adecuado para referirse a la jefe de un Estado experto en hacer de la apropiación de lo ajeno su principal forma de vida y fuente originaria de su acumulación de riqueza.

Ha muerto una de las personas más ricas y poderosas del mundo. La gente común y corriente ha olvidado el refranero, verdadera guía popular acuñada por la experiencia y sabiduría de las generaciones pasadas, sustituyéndolo por las diatribas de la Tripe M -medios de manipulación masiva-. La alfabetizada sociedad actual sabrá leer y escribir, pero tiene menos capacidad para interpretar la realidad que cualquiera de las antiguas abuelas precariamente alfabetizadas.

“Obras son amores y no buenas razones”, dice uno de nuestros refranes; “por las obras los conoceréis”, dijo Jesús. Es difícil aprobar el trabajo de la fallecida como madre educadora. Su tercer hijo, Andrés, duque de York, salpicado por asuntos tan turbios y poco edificantes como la pederastia o las andanzas e inclinaciones de su primogénito, ya coronado, Carlos III, suponen un legado inquietante. Su esposo, Felipe de Edimburgo, ha pasado a la historia por una frase cargada de “humanidad”: “En caso de que pudiera reencarnar, me gustaría hacerlo como un virus mortal …”, -la casa real salió al paso diciendo que había sido una broma- en alusión a la necesidad de acabar con parte del género humano, para salvar, por ejemplo, al escarabajo de la patata; para esta gente cualquier bicho merece más protección que las personas. Esta afición ha sido heredada con entusiasmo por su vástago, Carlos; en varias ocasiones ha manifestado la necesidad de reducir la población humana; aunque, a decir verdad, nadie los ha visto dar el primer paso. El refranero nos recuerda que “hay que predicar con el ejemplo”; “no pidamos peras al olmo”, esta gente es experta en el “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”.

Habrá quien piense: ¿y qué culpa tendrá Isabel II de los desvaríos de sus hijos y su esposo? He conocido a muchas mujeres de la generación de mi madre conversar profundamente sustentando sus argumentos con un refrán detrás de otro, haciendo gala de una lógica y sentido común envidiables. “Dime con quién andas y te diré quién eres”, me repetían mis mayores, en su afán por que eligiera bien a mis amigos, o “de tal palo, tal astilla”. Estoy seguro que mi queridísima madre afirmaría que la finada, su esposo y sus hijos “estaban cortados por el mismo patrón”. No seré yo tan arrogante para menospreciar la sabiduría popular de quien tanto aprendí.

¿Cuál sería el origen de la enorme fortuna de Isabel II de la Riqueza Común? Repasemos un poco de historia: Durante la fragmentación de la Monarquía Hispánica en América, los barcos ingleses transportaron a Londres el oro y la plata guardados en las Reales Haciendas de las principales ciudades; esta fue una de las causas del colapso económico de las nuevas repúblicas. Según el economista e historiador argentino, Julio González, el valor económico actualizado sería muy superior a los 2.000.000.000.000 (dos billones de dólares; el dato no incluye al Virreinato de la Nueva España ni a Cuba y Puerto Rico; estos dos últimos permanecieron fieles a España) Para tener una idea de la magnitud, sólo agregar que, en 2021, el PIB de todos los países afectados, cuyos libertadores entregaron el oro y la plata a los ingleses por los servicios prestados, fue de 1,6 billones. Doscientos años después, las nuevas repúblicas, dirigidas por los herederos de las oligarquías probritánicas que apoyaron la “independencia”, no han sido capaces de igualar la riqueza guardada en las Haciendas Reales de entonces.

Asimismo, la corona británica se benefició del mayor tráfico de esclavos de los últimos 500 años; siendo esta lucrativa y “filantrópica” actividad mercantil clave para la acumulación originaria de capital, previa a la industrialísima revolución, tan venerada, tan aclamada, al olvidar el dolor y el sufrimiento provocado por su forma inhumana de imponerse, incluso, a sus propios ciudadanos.

La famosa Compañía Británica de las Indias Orientales actuó en la India como un verdadero Estado. Estos “filántropos” (el mundo anglosajón es especialista en disfrazar los desmanes de filantropía) llegaron a disponer de un ejército de 200.000 hombres, con la anuencia de la graciosa majestad de turno. Como “la filantropía” se volvía demasiado gravosa y la bancarrota llamaba a la puerta, la “liberal” Gran Bretaña del “leissez faire” salió en su auxilio y el propio Estado asumió el papel de aquélla, iniciándose la época conocida como el Raj británico.

Las hambrunas provocadas en la India bajo la corona británica supusieron entre 40 y 70 millones de muertos; dato tan escalofriante, como sorprendente es que la historia haya asumido esta barbarie con naturalidad, hasta el punto que, como dije antes, ni el “antiimperialista” Maduro se atreviera a mencionarla, máxime cuando, al menos, 3 millones sucedieron bajo el reinado de la fallecida.

¿Sería posible que Felipe de Edimburgo y su vástago, el actual Carlos III, adalides ambos de la reducción humana, sintieran nostalgia de aquellos años?

Parte de las hambrunas se produjo al obligar a los campesinos indúes a sustituir los cultivos de alimentos por el de la amapola, cuyo derivado, el opio, se introdujo en China por la fuerza. Allí donde el consumo de la droga se consolidó, destruyó a sus habitantes. Es imposible calcular el dolor, la humillación y los muertos producidos por esta práctica y la Guerra del Opio, declarada por la corona británica ante la negativa china a admitir más droga en su país.

El negocio del opio fue sumamente boyante. Así nació el Hong Kong and Shangai Banking Corporation -el conocido HSBC-, cuya misión principal consistiría en incorporar al sistema financiero el dinero (llamarlo criminal sería un calificativo razonable) procedente del opio. Desde entonces, las drogas se han utilizado para idiotizar a los pueblos, especialmente a la juventud, demasiado proclive a pensar que andar zombi es símbolo de libertad. La entidad estuvo vinculada desde su inicio con la propia corona británica,

El Foreing Office era el departamento de asuntos exteriores de la Compañía Británica de las Indias Orientales. En efecto, el Foreing Office era una unidad administrativa privada, luego incorporada a la propia organización del Estado. Esta forma de hacer política tuvo su propio lema: A la bandera le sigue el comercio. Tras este principio tan poético se escondía una cruda realidad: La imposición a cañonazos del librecambismo -hoy llamado libertad de comercio-.

La manoseada libertad incluía la destrucción a sangre y fuego del aparato productivo. Recordemos cómo la península de Bengala, de dónde salían sus famosas telas, muy superiores a las inglesas, fue arrastrada a la miseria al prohibir las autoridades británicas su exportación, eliminando de esta forma tan liberal la competencia de unos paños de calidad muy superior. Ante la rebelión bengalí, los telares fueron destruidos y amputados los dedos pulgares de las jóvenes, para imposibilitar su trabajo textil ¡Vaya con la libertad de comercio! Recordemos también la competencia entre Wellinton y las tropas napoleónicas, durante la invasión francesa, por ver quién era más eficaz en destruir el sistema productivo español. El famoso paño inglés lo aprendieron a confeccionar en la India, en la misma Bengala que llevaron a la ruina. La otrora próspera Bengala se acabaría convirtiendo en la paupérrima Bangladesh.

Un par de datos más: A la llegada del Reino Unido, la India producía el 23% de la economía mundial; al independizarse, menos del 4%. (Shashi Tharoor) Este político indú afirma que la revolución industrial británica fue gracias a la desindustrialización de la India. A fines del XIX, la India era el mayor comprador del mundo de productos británicos.

La lista de los desafueros cometidos por la monarquía británica sería interminable.

Algunos pensarán que tales acciones son responsabilidad del gobierno británico, la Cámara de los Comunes…..; que el monarca reina, pero no gobierna. El poder del titular de la corona inglesa es enorme, precisamente porque es un poder de facto, más allá de las atribuciones legales.

En primer lugar, ostenta el cargo de gobernador supremo de la iglesia anglicana. A Franco se le ha criticado su nacional catolicismo; qué se habría dicho de él si hubiera sido la cabeza de la iglesia en España. En Gran Bretaña -al igual que en otros países protestantes- rige un césaropapismo sin fisuras, aceptado con total normalidad.

El anglicanismo es la cuarta confesión cristiana, por número de fieles, detrás de la católica, la alianza evangélica y la ortodoxa ¿De verdad, alguien piensa que este hecho no otorga un enorme poder al ocupante del palacio de Buckingham? No obstante, lo que convirtió a Isabel II en una persona poderosísima fue el control de la masonería. La masonería inglesa es la que da carta de naturaleza a la práctica totalidad de las logias regulares repartidas por nuestro planeta. El Gran Maestro de la Gran Logia Unida de Inglaterra es un miembro de la familia real, el príncipe Eduardo, duque de Kent, primo de Isabel II ¿Cuántos congresistas, parlamentarios, diputados, habrá en los diferentes parlamentos, asambleas del mundo, sometidos a una doble obediencia, la de su pertenencia masónica y la de los intereses de la Nación a la que dicen representar? ¿Hacia dónde se inclinaría la balanza en caso de colisión de lealtades? Un destacado personaje de la historia de España dijo: “La masonería inglesa vela por los intereses de Inglaterra, la española, también”. Si Ud. fuera cubano, argentino…., bastará con que sustituya la palabra española por la correspondiente a su nacionalidad.

El vértice de este poder, imposible de calcular, está en el titular de la corona británica, cuyo cetro tuvo en su mano la finada durante siete décadas.

Desde su creación londinense, en 1717, la masonería especulativa ha tenido dos objetivos: Uno, evitar que ninguna dinastía católica volviera a reinar en Inglaterra; dos, impulsar la expansión y defensa del imperio británico. El enemigo natural fue, y sigue siendo, el mundo hispano.

Tony Blair entendió perfectamente el poder de Isabel II cuando le presentó sus credenciales de primer ministro: “Cuando Ud. deje su puesto, yo seguiré aquí, al igual que aquí estaba antes de llegar Ud. Nadie mejor que la corona sabe lo que le conviene a Gran Bretaña”. Ese poder fáctico, al margen de los focos mediáticos y rifirrafes parlamentarios, ha sido la causa de que el Reino Unido siga contando en el concierto de las naciones.

Los británicos han sido, y son, maestros en el arte del engaño, de la simulación, de hacer pasar por verdad las meras apariencias. Tras el telón de la escena parlamentaria, se encontró el poder real, efectivo, de la emperatriz de la masonería mundial, a cuya obediencia se pliegan los masones británicos, españoles, argentinos, venezolanos, cubanos, colombianos, mexicanos, etc., etc; entregando las explotación de sus riquezas naturales a empresas inglesas, canadienses, australianas, estadounidenses y el control de sus finanzas a la Citi londinense y a Wall Street, además de aceptar, como verdad incontrovertible, el librecambismo moderno.

Después de 200 siglos no existe un país hispano cuyo comercio exterior no sea propio de un Estado preindustrial: exportaciones de materias primas y manufacturas de bajo valor agregado e importaciones de alto valor tecnológico. La estructura de este intercambio desigual es la causa del verdadero atraso del mundo hispano de América, de su interminable deuda externa, gracias a unas élites criollas que siguieron al dictado la teoría de la división internacional del trabajo británica.

Estas élites, tanto españolas como hispanoamericanas, han rendido pleitesía a quien no debían; con ello, han contagiado a una parte de sus pueblos, abducidos por el espectáculo, por la forma, por la apariencia, olvidando -en muchos casos, ignorando- que la fallecida formó parte del entramado de intereses, corrupciones e intrigas, sin las cuales es imposible comprender la situación del conjunto de la civilización hispana.

Que descanse en paz la titular de una institución que tanto daño inflige, y que los responsables de los inexplicables comentarios laudatorios -cuando no, directamente genuflexos- recuperen la dignidad perdida.

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3 COMENTARIOS

  1. El artículo es cojonudo, muy por encima del nivel ramplon de otros columnistas. Usted cuenta cosas realmente interesantes. Los otros le den vueltas y vueltas siempre a lo mismo y sin comprometerse demasiado con lo políticamente incorrecto.

    • Que no, Marcelino, que usted tampoco elabora análisis flipantes. Ninguno en este diario, ninguno realiza enfoques de la realidad certeros. Porque no saben o porque no tienen el coraje ni la honestidad suficientes. O , algo mucho peor, porque amoldan la realidad a su ideología carca. Ahí tiene a sus compañeros de columna. Uno, hablando de primarias sin profundizar en ello. Otro, encantado con las miserables declaraciones del impresentable de Page porque está en sintonía con su ideología reaccionaria. Y usted , escribiendo un tocho para no decir lo único importante: que se ha muerto una señora muy vieja y que los medios le han dado una cobertura que ni el nodo.

  2. Hastings Ismay, primer Secretario General de la OTAN (1952-1957), dijo que la creación de la OTAN tenía como objetivo mantener «a Rusia fuera, a los EEUU dentro y a Alemania debajo».

    Se le echaba de menos, don Marcelino. Una pena que no escribiera aquel artículo sobre lo que acaece en Ucrania.

    Un placer leerle.

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