Delibes y ‘El hereje’

Hace apenas veinticinco años, —que en términos literarios es apenas un suspiro—, que Miguel Delibes, publicó su última y, quizás, la más completa y excepcional de sus novelas. El hereje. El escritor y periodista vallisoletano, fallecido en 2010, fue uno de los grandes novelistas del siglo XX que, con esta obra, culminó su extensa e intensa producción literaria.

Inició su andadura novelística en 1948, con la novela La sombra del ciprés es alargada, consiguiendo con ella el premio Nadal de aquel año. Y la terminó en 1998, con El hereje, con la que consiguió el Premio Nacional de Literatura. Fue medio siglo de una más que exitosa y brillante carrera literaria, reconocida también con su ingreso en la Real Academia Española, en 1973 y, como colofón, entre otros prestigiosos premios, se le concedió el Cervantes, en 1993.

Esta novela, como la inmensa mayoría de las que escribió Delibes, está ambientada en Castilla, y la acompaña su pasión por la naturaleza, la vida al aire libre y la caza. Y trata de los temas que fueron recurrentes en su obra: la infancia, la solidaridad humana, la preocupación por los débiles y por los perdedores, la tolerancia entre los seres humanos, la búsqueda de lo genuino y lo auténtico en el ser humano, del miedo y de la muerte.

Algunas de las características de esta obra, son: que fue la más extensa del autor, que siempre defendió la brevedad como característica esencial de la novela moderna y así lo hizo en las restantes que publicó; fue la única ambientada en el siglo XVI, —el resto lo estuvieron en el XX—; es una obra ambiciosa, con la que homenajea a su Valladolid natal; trata un tema que le apasionaba, el luteranismo; y es una novela con fondo histórico, pero no histórica.

Para escribirla utilizó numerosas fuentes documentales, entre las que destaca la obra Historia de los heterodoxos españoles, de Marcelino Menéndez Pelayo, cuyo texto fue decisivo para la reconstrucción del ambiente luterano de Castilla y de los autos de fe que se celebraron en Valladolid a mediados del siglo XVI. Estudió, incluso, el lenguaje propio de aquella época, que utiliza en la novela, con la precisión que caracteriza al autor castellano.

En ella nos cuenta la vida de Cipriano Salcedo, un exitoso comerciante de lanas y pieles de la ciudad de Valladolid, que era erasmista, —en una sociedad mayoritariamente católica—, que vive en la primera mitad del siglo XVI. En la primera parte, trata de su dura infancia; en la segunda, se centra en el éxito de sus negocios, en su fracaso matrimonial y en su adhesión al luteranismo; y la última, trata de su auto de fe y de la condena a la hoguera.

El protagonista de esta obra, es, como Azarías o Paco, protagonistas destacados de Los santos inocentes, un personaje entrañable, que completa lo que ética y estéticamente desea el autor, su compromiso con el hombre de su tiempo y con su propia moralidad. Él decía, “los protagonistas de mis relatos son seres presionados por el entorno social, perdedores, víctimas de la ignorancia, la política, la organización, la violencia o el dinero”.

Para muchos autores, esta es una obra maestra de la literatura española. Solo por detrás de El Quijote, La Celestina, La Regenta o Cien años de soledad. Pero para acreditar la importancia de una gran novela, un cuarto de siglo parece poco tiempo. Su incuestionable calidad la puede acabar incluyendo en el Olimpo de las mejores obras que se han escrito en nuestro idioma, pero se necesita perspectiva para valorarla. Y eso, el tiempo nos lo dirá.  

Cuando entró en la Real Academia Española, Delibes era conocido por sus detalladas fichas sobre las palabras nuevas que pretendía incorporar en nuestro diccionario. En una entrevista, dijo que la Academia llevaba un ritmo diferente al que él le hubiera gustado. Que, en ocasiones, proporcionaba hasta cincuenta muevas expresiones, cuando el ritmo de los académicos no era de más de diez por sesión. Su proximidad y afición por la naturaleza hacía que su fuente principal, para incluir nuevas palabras, estuviera en el medio rural y en la naturaleza.

En cuanto a la polémica sobre el premio Planeta, Delibes rechazó, —como ya hiciera en 1979—, la invitación que le hizo, en 1994, el entonces presidente del grupo Planeta, para participar y obtener el codiciado premio. El señor José Manuel Lara quería que ese año se lo llevara un escritor de prestigio y por eso fue a Valladolid para proponérselo. Pero don Miguel, rara avis, le dijo que no lo podía aceptar por dignidad y por respeto a otros participantes jóvenes, que se verían privados de conseguirlo, después de duros años de trabajo.

Y él decía, mi patria es mi infancia, en términos muy similares a los que lo hacía Rainer María Rilke, invocando el tiempo en el que él se sentía a gusto, feliz y, sobre todo, protegido.  

Relacionados

1 COMENTARIO

ESCRIBE UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí


spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img