Halloween: No quiero zombis, quiero ver eones

Los últimos hitos de la subordinación cultural del mundo hispano han sido el Black Friday y Halloween; antes fue la sustitución de la fiesta de los Reyes Magos por Papa Noël o Santa Claus, con éxito diferente según el país, así como los nacimientos navideños por un árbol decorativo, tan carente de significado profundo como de valor artístico.

Los comercios se han sumado al carrusel del culto a la oscuridad. Los adultos apenas visitan a sus seres queridos en los camposantos; disfrazan a sus hijos de demonios con horripilante estética y en vez de llevarlos a ver a los abuelos, los animan a importunar a los vecinos con los que no se tratan, ofreciendo caramelos. Los mismos vecinos a quienes no darán los buenos días en el ascensor; los mismos a quienes seguramente no abrirían la puerta si tocaran el timbre después de la hora de la cena para pedir un favor.

Esos vecinos habrán de sonreír a unos zombis disfrazados de niños – ¿o al revés? – festejando no se sabe qué ¿Acaso estos críos tendrán idea de lo que hacen y por qué? ¿Y los padres, abuelos, tíos….? ¿O se limitarán a reproducir la papilla tóxica evacuada de los ingenieros sociales, antes de Hollywood, hoy también de Netflix y sus clones audiovisuales?

El año pasado, por estas fechas, Fernando López Mirones recordaba que fueron los celtas del norte de la península ibérica, de Asturias y Galicia, los que fueron a las islas británicas y no al revés. Que fueron ellos los que llevaron la costumbre de honrar a los muertos, y que tal costumbre se pervirtió en lo que hoy es Halloween. La cristianización del recuerdo a los seres queridos que cruzaron a la habitación de al lado, elevó la esencia de la celebración: visitando su lugar de reposo, hablándoles en silencio, rezando por ellos, visitando a los vivos más mayores, para disfrutar de su presencia entre nosotros; sentándonos y rememorando a quienes se fueron; riéndonos de sus chistes, de sus meteduras de pata; recordando su genio, sus reprimendas, ahora con mucho cariño, entendiendo razones que entonces se escapaban; no solían faltar el café, el chocolate con algo de mojar, una copita de vino dulce, anís o un coñac, según el gusto de cada cual. Ese recuerdo lleno de cariño y respeto se ha convertido en una parodia de mal gusto y, cómo no, esa desvirtuación volvió a surgir en la anglosfera. El imperio anglosajón, el realmente existente a fecha de hoy, no sólo es depredador, sino depravado. La deformación del recuerdo respetuoso a los seres queridos que nos dejaron es una más de sus manifestaciones imperialistas, que no imperiales.

No obstante, se extiende el “Yo no celebro Halloween”. Un acto concreto de rebeldía, de insubordinación, a la degeneración de quienes buscan arrasar con una forma de entender la vida y la muerte más inhumana

Reflexionaba sobre ello y me llegó un mensaje al móvil. Era de mi amigo Pablo. Una persona fuera de serie, excepcional; dicen que es Asperger. Lo conocí en Ciudad Real hará unos siete u ocho años. Tiene una mente brillante, lúcida, capaz de interpretar la realidad, los hechos, cotidianos o no, de manera sorprendente. No soporta a los profesores que hablan por hablar. La psiquiatría no sabe qué hacer con él; son sus psiquiatras quienes deberían estar bajo tratamiento. Su familia le dice que piense cosas normales, es decir, que no piense. Su psiquiatra es incapaz de ponerle límite a un tratamiento que sólo le perjudica.

-Doctora, ¿cuándo me quitará el tratamiento?, no me permite leer.

La pasión de Pablo es leer, leerlo todo, es una esponja. Los antipsicóticos lo destrozan. Dicen que tiene brotes psicóticos porque mi amigo ha superado a Newton y su mecánica a la hora de interpretar la realidad. La psiquiatra es lineal, Pablo es cuántico. Cuando en la consulta le pregunta sobre el mundo le asustan sus respuestas; la realidad de ella es la televisiva; no entiende nada que no salga en los telediarios o en Sálvame; las explicaciones brillantes de Pablo le parecen brotes psicóticos y en vez de entender que tiene ante ella una mente privilegiada lo medica para volverlo normal, en otras palabras: para aplastar su excepcionalidad. Estamos rodeados de androides con permiso legal para destrozar vidas. Es el comportamiento robotizado el causante de que fiestas como Halloween arraiguen tan fácilmente. Pablo igual escribe con un lenguaje depurado que con la ingenuidad de un niño. Su mensaje decía así:

No quiero zombis, quiero ver eones.

No quiero lo terrorífico, quiero amor incondicional.

No quiero truco o trato, quiero amor y poesía.

No quiero calabazas tenebrosas, sino canciones que me despierten

y eleven el alma a la sutilidad y a la plenitud, que es lo que somos.

No quiero niños vestidos de vampiros,

sino niños jugando a cosas sanas, lo de siempre: la comba, el escondite…..

No quiero calabazas con caras raras.

Quiero comer un puré de calabaza con Roger, mi amigo Marcelino, Rafael…

para alegrar mi corazón con la gente que más aprecio y admiro.

No quiero demonios ni oscuridad -ni en broma-

Quiero ángeles y luz en mi vida y en la de quienes me rodean.

Gracias, amigo Pablo.

Marcelino Lastra Muñiz

mlastramuniz@hotmail.com 

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