No me hables de derechas ni de izquierdas (1/4): ni fu, ni fa

Hablar y oír hablar de política es muy fácil, puede ser tan anodino como hablar del tiempo; y encima, se puede recurrir a toda calse de tópicos. Todos sabemos, entendemos, nos apasionamos criticando al prójimo y arreglando el país: unos con más ciencia, y otros con más ingenio. Todo el mundo puede escoger una opción política como quien escoge seguir a algún equipo de fútbol.

Paradójicamente, quienes aglutinan estas corrientes, los partidos, reniegan de las etiquetas derecha/izquierda (en plural, y no en singular, diría yo). Resulta poco estético. Podemos cambió ese binomio por el de “los de arriba/los de abajo”. Los seguidores de Vox dicen no ser de extrema derecha. El P.P. (la derechita cobarde – heredera de la Alianza Popular fundada por Fraga y otros franquistas de pro) dice ser de centro-derecha. De IU solo queda lo de unidas. Y Ciudadanos… bueno, dejémoslo en simples “constitucionalistas”. Parece que solo el P.S.O.E. presume ser de algo, de izquierdas ¿y hasta qué punto lo es? Hoy en día, las ideologías han perdido su idealismo romántico y su radicalidad en beneficio del pragmatismo y la funcionalidad. Porque dentro de este principio de pragmatismo y renuncia a la violencia, la derecha ha aprendido a aceptar los beneficios del “estado social” y no fijar sus atenciones solo en las clases pudientes; y la izquierda a aceptar pacíficamente unas reglas de juego que no alteren el “orden establecido”. No obstante, no se puede decir que derechas o izquierdas “tanto monta/monta tanto”, que en el fondo sean lo mismo, que todo se reduzca a una mera cuestión de costumbres o imágenes, que las ideologías estén superadas.

Nos podrá recrear o incomodar lo que oímos en un debate político, y es que la libertad de expresión y la diversidad se produce gracias a que en España vivimos en pacífica coexistencia. Pero no hace ni 40 años – o sea, una generación y media (yo iba al instituto) – que hubo aquí una asonada militar que fracasó. No era como hoy: eran tiempos de tensión y agitación políticas, con frecuentes huelgas y manifestaciones, con unas fuerzas de seguridad del Estado herederas del aparato represivo de la dictadura de Franco, y con asesinatos de grupos terroristas de extrema izquierda, extrema derecha y separatistas de E.T.A. Hubo que transitar de una dictadura a un régimen de libertades, y llegar a una situación prácticamente extrema (con intento de golpe de Estado) para que la mayoría de los españoles expresase a las claras que repudiaba la violencia, que deseaba la reconciliación, aunque fuese a regañadientes. Etimológicamente, amnistía procede de amnesia, y así fue: se hizo el propósito de hacer borrón y cuenta nueva – y sin embargo, los que más habían tenido que callar durante la larga dictadura siguieron en el ostracismo. Curiosamente, la gente de aquella época (en especial los simpatizantes de la U.C.D. de A. Suárez) se declaraba mayoritariamente “apolítica”.

En este país – en que el empresario desconfía del trabajador; y éste, del empresario; y todos desconfían de todos – se cambió de ciclo, pero la desconfianza moral que persiste hacia el adversario degrada la concordia necesaria para el progreso. Se asocian una serie de valores tópicos solo a los que piensan como nosotros, de forma maniquea, mientras se deniegan a los de tendencia contraria – claro está, que lo justificamos cuando este caso se da en algún amigo o conocido que es de tendencia distinta. Por ejemplo: los de derechas son gente de bien y de orden / por tanto, los de izquierda no lo son. Los de derechas se rigen por una moral católica / por tanto, los ateos de izquierda carecen de moral. Los de izquierdas predican la libertad / por tanto los de derechas no creen en ella. Los de izquierdas cuentan en sus filas a numerosos artistas e intelectuales / por tanto, los de derechas son menos listos ¿Verdad que son absurdos estos tipos de silogismos falaces? Es que no basta con reconocer en uno mismo el rechazo a la violencia, es necesario reconocer en el contrario la capacidad de tener valores democráticos similares a los nuestros (aunque haya diferencias ideológicas de fondo) para que la concordia sea total. Por el contrario, las descalificaciones que impiden el diálogo y los acuerdos con adversarios políticos, y el nivel de los insultos, delatan la falta de capacidad democrática de quienes así se comportan.

Habría que remontarse otra vez al momento en que se enunció esta idea fuerza del fin de las ideologías para entender mejor de dónde proviene. Con la llegada del P.S.O.E. al gobierno (con las primeras elecciones convocadas tras el 23-F, en 1982) termina la Transición. Cambia el contexto – nacional e internacional -, se desarrolla el Estado autonómico, se actualiza y se moderniza la legislación… pero 14 años de gobierno de F. González, sencillamente, no hubieran sido posibles si no hubiera existido connivencia con los poderes fácticos del país (las “familias”, las compañías energéticas, las entidades financieras, los medios de comunicación, el IBEX 35…). De este modo, en el debe de aquel P.S.O.E. también está el objetivo de aletargar a la sociedad, su cambio su posición con respecto a la O.T.A.N., la reconversión industrial que cambió el modelo productivo nacional (disminuyendo el sector industrial y favoreciendo el sector servicios), el desmantelamiento de la red de ferrocarriles en favor del AVE y del uso del automóvil, la entrada a saco de capital extranjero en nuestra economía (que a la larga nos ha hecho más dependientes de otros países) …

Pero sobre todo, la falta de cultura democrática en nuestro país era la causa de que muchos entendieran el ejercicio del poder más allá de una mera cuestión de servicio público con fecha de caducidad. Si antes de la democracia los abusos provenían desde las esferas del poder (franquista), con la democracia estos beneficiarios se diversificaron: nació la clase política, gente que no ha conocido oficio alguna fuera del partido en que se afilió, cuya carrera ha consistido principalmente en medrar dentro. El modo de gobernar del P.S.O.E. y del P.P., a pequeña y gran escala, cada vez resultaba más parecido. Y comenzaron también el clientelismo (a pequeña y a gran escala) y las corruptelas que salpicaron a todos: en el P.S.O.E. (Flick, Filesa, Banca Catalana, E.R.E…), en la C.D.C. de Jordi Pujol y su familia, la caja B del P.P. que se inicia con la llegada de Aznar al poder, especialmente en las CC.AA. de Madrid, Baleares y Valencia … ¡Claro que es fácil concluir que los de izquierda y los de derechas son lo mismo, igual de mangantes cuando llegan al poder – aunque no sea cierto! ¡Y claro que no son de fiar… los adversarios – que a los nuestros, bien que les justificamos todo! Así se fraguó la democracia con Juan Carlos I. Y así sigue en la “nueva política”.

Por lo que parece, a la gente ya no le gusta que le hablen de derechas ni de izquierdas, ni parece que la militancia política sea el principal sustento de los partidos en España. Los votos que éstos reciben parece que se deban más a la desconfianza que generan los contrarios – en un intento de contrarrestar su posible ascenso al poder – que a modelos programáticos o ideológicos claros y convincentes.

Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde

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