La codicia

La codiciaDebajo de esta crisis que golpea (según a quién), está la codicia humana. De los de arriba, los de enmedio y los de abajo. Y como la codicia humana es consustancial a la naturaleza del humano mismo,  difícil solución tiene la cosa, por mucha bonhomía que se gaste ahora quien hace apenas un año aparecía en cartel electoral con  la arcadia feliz del pleno empleo junto a su salvífico rostro.
La codicia es uno de los pilares del sistema y la única manera de mantenerla a raya es revisando en profundidad el sistema que la jalea, y actuando en consecuencia. Teniendo presente, claro, que el otro sistema alternativo -el socialismo real, ah, vieja ensoñación- cayó sobre su propia miseria dejando al descubierto un mundo lúgubre de pobreza y una lección sobrecogedora: que la igualación del hombre sólo es posible mediante la violencia del Estado. Pero la orgia de estos años ha sido  tan evidente que presentir lo inevitable estaba al cabo de la calle. Bastaba pasear por cualquier ciudad -no les digo por Ciudad Real- para contemplar la gran desmesura: demasiadas plumas de construcción clavadas en el horizonte urbano, muchas más de lo razonable, la locura. La codicia sin control aleja de la realidad por más que el prohombre codicioso se autocomplazca en su rol social.

Dicen que los gobernadores del mundo y los líderes del mismo mundo, o sea, del primero mundo, han tenido exactamente los cojones en la corbata ante el peligro real del colapso del sistema financiero, algo que supongo sólo importaba muchísimo a muy poquitos, mucho a unos pocos, menos a unos pocos más, menos a muchos y absolutamente nada a muchísimos: el censo completo del menudillo mundial y el tercer mundo y sus arrabales. Con la paradoja de que esos pocos a los que les preocupa muchísimo tienen las espaldas bien cubiertas y en cambio los muchísimos a los que la suerte del neoliberalismo del laisser fair le suda salva sea la parte, son los paganos.

No ganamos para paradojas. De hecho todo es una absurda (y cruel) paradoja. Tenemos dos hechos probados: el fracaso del comunismo y el fracaso del neocapitalismo improductivo y las finanzas libertinas, tóxicas y putrefactas del dinero para hoy (para mí) y miseria para mañana (para la chusma). Pero no nos engañemos, la cabra siempre tira al monte. Hay un programa de televisión que se llama  “Rico al instante”, todo un detalle de lo esquelético que es el armazón moral de la sociedad y lo débil de la condición humana: quien no quiera ser rico al instante es un gilipollas.

Me acuerdo de Anguita (Julio).  La cabra y el monte: el hombre y la codicia; la codicia del dinero y su añadido de influencia y poder está endiabladamente entreverado en el genoma humano. No viene mal que cada cual se ponga en su sitio en esta crisis: quiénes mintieron, quiénes miraron para otro lado, quiénes se enriquecieron artificial y artificiosamente, quiénes se apuntaron a la borrachera colectiva del pelotazo crediticio, quiénes  son los paganos de la estulticia, quiénes se han aprovechado desde el poder, quienes a quienes ni fu ni fa: clase media y funcionarial.

El dinero lo carga el diablo. Ahora asistimos a una fanfarria demagógica de parches y gestos para la galería, de culpas cruzadas, hasta los empresarios culpan a los empresarios… de la Banca.  Lo que está en crisis es el sistema. El reto es cercar legalmente a los codiciosos de riesgo ajeno, (no confundir con la natural ambición humana),  el reto es practicar de verdad lo que es una democracia: control democrático, igualdad real de oportunidades, iguales todos ante una ley verdaderamente ciega… y libres, por supuesto. No hay que inventar nada, sino darle sentido a lo que tenemos al alcance de nuestra mano. Y en esto llegó Obama. ¿La Tercera Vía Global made in USA? Otra paradoja más que importa al mundo.   

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