Corazón mío. Capítulo 39

Manuel Valero.- -Pensaba que no sería necesaria una nueva entrevista, amigos, pero como les dije la primera vez, los policías son amigos de las personas de bien. Por favor siéntense-, dijo el señor Cruz en su magnífico despacho ubicado en una de las plantas altas de una de las torres de la ciudad.
corazonmio
-Es usted muy amable en recibirnos, se lo agradecemos, ya sabe cómo es este trabajo-, inquirió Peinado.

-Me hago cargo, pero díganme ¿en qué puedo serles útil esta vez? ¿No les contó todo cuando estuvieron en mi casa? El señor Cruz, menos afectado que durante la primera entrevista, se sentó en su sillón. Al otro lado de la mesa,Peinado y Ortega podían contemplar un estupendo panorama de la ciudad, con sus azoteas irregulares y el trazado de las calles y las avenidas.

-Así fue,señor Cruz, pero hemos estados dandole vueltos a cuanto nos dijo y hay un detalle en el que nos gustaría detenernos, si usted no tiene ningún inconveniente-, dijo Ortega.

-Estoy seguro que no, lo haré gustosamente, ustedes me dirán. Son ustedes muy pertinaces, me gustan. Sus jefe deben estar muy orgullosos de ustedes.

El cumplido del industrial sorprendió a los dos agentes, sobre todo por que en las palabras del señor Cruz había cierta conformidad, sin atisbo de pesadumbre. Al fin y a cabo, de la muerte de su hija hacía seis años y todo el dolor acumulado lo había destilado el empresario en el primer encuentro en el que revivieron aquellos acontecimientos.  No había nada anormal en ese halago. Sonó el teléfono.

-No me molesten, ahora. Estoy ocupado… AH, sí, sí, ya, ya… dígale que ahora lo llamo. No me pasa ninguna llamada-. Luego dirigiéndose a sus visitantes apostilló: Los negocios, la gente come todos los días y varias veces al día, y yo trato de ayudarles con los mejores productos…

-Sí, claro, su empresa es muy conocida, señor Cruz. Creo que en casa tengo su firma en unos cuantos..-, terció Ortega…

-¿Y bien?”

Peinado se incorporó un poco y se acercó hacia la mesa de grueso cristal sobre la que se reposaban una carpeta de piel, varios marcos con fotografías y un cenicero que era la cabeza de un mono perfectamente tallada en marfil. Este pequeño detalle como el perro de porcelona de la casa del industrial, también le pareció a Peinado, un detalle de nuevo rico.

-Usted nos habló de un muchacho con el que salió su hija poco antes de morir…-la pregunta de Peinado fue con la voz y la mirada. Pero el policía calibró la intención escrutadora con la que se la hizo…

-Casi dos meses creo recordar-, respondió el señor Cruz.

-También nos dijo que era una persona desconocida, un ciudadano más, quiero decir, qu  no era famoso, que no estaba a la altura de la notoriedad de su familia…-, Peinado volvió a la carga.

-Así es-, la respuesta del empresario fue tajante con un leve matiz de sequedad.

-¿Y nunca se interesó por conocer la identidad de la persona que acompañó a su hija durante los últimos días de su vida?-, la pregunta ahora fue de Ortega que se recolocó en su asiento con un impulso de ambas manos sobre el reposabrazos.

-Miren ustedes, mi hija se suicidó, cuando lo hizo estuvo tres días sin salir de su habitación y durante ese tiempo no recibió visita alguna, ni ninguna llamada, ni a la centralita del hotel, ni al móvil. Se envenenó porque, creo que insistimos en esto en mi casa,  no superó la presión de esos cuando decidió abandonar ese mundo ávido de sangre. Todo quedó probado, demostrado. Suicidio. ¿Qué más me daba a mi conocer a ese muchacho?

La respuesta del señor Cruz no ocultó cierta incomodidad.

-También lo hemos comprobado en nuestros archivos y supervisando cuanto se publicó del caso en su momento, señor. Pero no queríamos dejar ningún hilo suelto. Al fin y a la cabo fue en la casa de Lobera donde encontré las revistas que hablaban de su hija-, dijo Peinado.

-Lo sé, ya me informaron cuando vinieron a verme en mi casa. Y no se preocupen, claro que los comprendo, y no sólo eso:los animo a seguir trabajando. Un país no está seguro si no cuenta con una buena policía. Seguiré al tanto de sus pesquisas… de aquello que puedan informar los medios… Ahora si me disculpan…

-Por supuesto, señor. Gracias de nuevo. Sólo queríamos saber por usted mismo que efectivamente no conocía a ese muchacho”, concluyó Ortega llevándose consigo a su compañero policía.

Relacionados

ESCRIBE UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí


spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img