Corazón mío. Capítulo 63

Manuel Valero.- Roberto caminaba a grandes zancadas como si su mal humor le aligerara el paso, con las manos en los bolsillos de la cazadora, con el mentón apretado, liberando exabruptos que en el fondo iban dirigidos contra sí mismo. Hasta le entraron unas ganas irreprimibles de fumar. Gloria tenía que correr para ir a su ritmo.
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Afortunadamente, llevaba un zapato cómodo que se había puesto para asistir a la cita de la prensa, un poco más de vestir, pues las zapatillas habituales le parecían fuera de lugar. El forro polar le produjo un calor incómodo cuando apenas había trotado unos metros. Finalmente, asió con fuerza uno de los brazos del policía como quien tensa la brida de un caballo encabritado.

-Calmate, Roberto, por favor. Ya ha quedado todo aclarado, tus jefes te comprenden, saben que todo este lío os está desquiciando, y es normal. Así que relájate.

-Me encantaría hincarle el diente al hígado de ese mamón

Siguieron caminando, él como si llevara puestas las botas de siete leguas, ella a saltitos como un cachorro. Se dirigían al metro pero la chica lo detuvo de nuevo, esta vez con un frenazo en seco.

-Ya está bien. Déjame aquí, si vas a seguir así mejor me voy sola-, le dijo plantándose delante de él con los brazos en jarras. Era una mañana fría, húmeda, neblinosa. Los coches y la gente pasaban a su alrededor sin hacer cuenta de la pequeña contienda que mantenían ambos enamorados.

-Pues, de acuerdo. Luego te llamaré. Si no lo hago búscame en El Gato Azul, y trae dinero para un taxi, pienso dejarlo seco.

Roberto se lo dijo caminando hacia atrás. Gloria lo miró entristecida. La humedad de la mañana había mojado levemente su cabello y el frío había coloreado sus mejillas. Una hoja de un árbol decrépito fue haciendo tirabuzones hasta posarse en su hombro. Gloria vio alejarse a Roberto, justo en el momento en que apretó la hoja con una mano y la tiró lejos de sí. Pero no fue la hoja lo que salió despedida de su mano sino el bolso que llevaba colgado del hombro izquierdo. Tal fue el agarrón súbito que sintió antes de notar el cuerpo caliente de un hombre que vestía un grueso chaquetón gris y una boina calada en la cabeza. El hombre trataba de introducirla a la fuerza en un coche que se detuvo junto a ella apenas se despidió de Roberto.  El hombre que trataba de reducirla había sido su sombra desde que salió de su casa para asistir a la rueda de prensa. Luego aguardó fuera a que saliera. Esperaba que lo hiciera sola. A través del teléfono móvil se comunicó con el compinche del coche debido al imprevisto. Estuvieron a punto de abortar la acción, pero los siguió a los dos, incluso se cruzó con Roberto cuando éste regresaba a las dependencias de la policía tras despedir enojado a su novia. Pero el imprevisto serio vino después. El agresor no contaba con la resistencia que ofreció Gloria destapando una energía impropia para su condición de mujer. La muchacha comenzó a gritar y a patalear, con el talón logró conectar con la parte noble de su atacante, suficiente para que coger el bolso que se le había caído y emprenderla a golpes con el intruso. Los gritos llegaron hasta Roberto que sintió como un alud de sangre acudir al llamamiento de socorro. Dio media vuelta, miró entre la gente que trataba de huir del lugar y vio la escena. El hombre que asaltó a Gloria furioso por la resistencia de la muchacha la golpeó. Aturdida se dejó hacer. Iba a introducirla en el coche cuando vio a Roberto a galope tendido, gritando su condición de policía encañonándolo con  la pistola. El hombre del chaquetón y la gorra no tuvo otra opción que desestimar el plan. Dejó a Gloria, medio aturdida en el suelo, se lanzó de cabeza al coche y éste arrancó temerariamente con un alarido de llantas. Varios automóviles tuvieron que maniobrar para esquivar el golpe. Todo sucedió con rapidez. La gente que se agolpada no entendía nada y poco a poco se diluyó en el fluir de la ciudad urgida por los agentes de policía que acudió de inmediato.  Ahora el mal humor de Roberto se trocó en bilis putrefacta. Experimentó una cólera como nunca antes había experimentado. Con la velocidad del rayo atendió a la chica, se quedó con el modelo del coche, un ford modeo azul, y sus ocupantes, dos, el agresor del chaquetón  y el conductor al que no logró distinguir. Llamó a Ortega para que diera la orden de seguir un coche… 2634 FGH o 2734 HFG…no estaba seguro.

-¡Han intentado secuestrar a Gloria, avisa a las patrullas, rápido!. Llámame con algo, maldita sea…”

-Hijos de puta-, escupió Ortega al otro lado, con la misma cólera que había desencajado a su compañero.

Roberto ayudó a Gloria a incorporarse. Cerca de allí había una marquesina de autobús.

-¿Puedes?-, dijo.

-Sí, sí… qué ha pasado?

Gloria tenía una de las mejillas al rojo vivo. Su agresor la golpeó con la mano abierta, esa pequeña deferencia ahorró a la muchacha el contratiempo de una herida más contundente. Media cara parecía inundada de sangre, y tenía uno de sus párpados más hinchado.  De una carrera se acercó a una cafetería esquinada y le trajo a Gloria un café negro, caliente y dulce y un poco de hielo. La muchacha sorbió el café con delectación ya prácticamente recuperada.

-Qué emocionante, cariño. Nunca me creí tan importante como para que intentaran secuestrarme. Uff-, dijo.

Roberto la abrazó. Sonrió a la sorprendente reacción de su novia, lo único que para él empezaba a tener sentido en ese mundo de locos.

-Han venido a por mí, esos cabrones, venían a por mi-, susurró con la vista perdida en la estampa urbana de autos, gente, tiendas, vendedores callejeros, inmigrantes, que se desplegaba  ante él.

-¿Y por eso han querido secuestrarme a mi? ¿Porque iban a por ti?-, la perplejidad de Gloria le resultó irresistiblemenre encantadora.

-Así es, exactamente  como lo has dicho, mi querida botánica-, musitó un poco más calmado al sentir junto así el cálido aliento de su novia.

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