Corazón mío. Capítulo 74

Manuel Valero.- -Bien, Rita. Ya lo has visto. Somos criaturas tuyas, mejor dicho lo que queda de ellas. Porque algo de nosotros, independientemente de nuestra suerte, quedó maltrecho para siempre en ese crisol de  vanidades, de superficialidad y de dinero fácil, demasiado fácil, que tan bien habéis manejado.
corazonmio
Todo empezó hace mucho tiempo con una información alegre y divertida, un poquito pícara y con la frivolidad inteligentemente dosificada. Todo amable, entretenido, incluso gracioso. Y aquello empezó a funcionar, el modelo funcionaba, así que las cadenas vieron un filón…

-Por favor, se lo suplico, diré, haré cuanto me pidan pero déjenme, por favor, por favor…

-…Un filón de pingües beneficios en un círculo perfecto de intereses: las propias cadenas con sus espacios estrella compitiendo por unas audiencias cada vez más necesitadas de carne fresca, las multinacionales y las grandes marcas subastando su crédito para aparecer como anunciantes principales, los nuevos periodistas -más bien curanderos del rumor y la calumnia- jugando al corro de la patata podrida, envalentonados, los famosos que vieron en esa feria unos ingresos extras. Ah, famosos, famosos, hubo quien picó el anzuelo, Rita. Los hubo fuera de circuito que aprovecharon la procesión de las piltrafas para volver a estar de nuevo en el candelabro,ja, ja, ja, ja… devueltos del olvido, vomitados del olvido, y los hubo que no podían vivir sin estar todo el día en boca de todo el mundo en todas las televisiones y en todos los canales. Este era el friso, Rita Rovira, el friso pintado sobre el lienzo inmaculado de las libertades constitucionales. ¡¡Es tan fácil llegar hasta el límite!!

Rita escuchaba lo que le decía el tercer hombre, el que estaba sentado al lado de la mujer, que fue la primera persona que habló. Pero éste no hizo  nada para identificarse. Siguió hablando desde el bajorrelieve de luz y sombras sobre el que movía el rostro. No dijo ni quien era, ni su razón de presidir aquel tétrico sanedrín de muerte. Sólo hablaba, hablaba, y a medida que lo hacía, Rita se sentía más callada, más avergonzada, más desamparada que si estuviera desnuda en una taberna portuaria.

-Un sucio y apestoso juego en el que todo es convertible en material que pueda ser emitido. Hubo quien no quiso continuar, o se negó a seguir siendo utilizado, pero para entonces ya era demasiado tarde, ese criminoso modelo televisivo cuajó en el populacho y sus adalides más destacados fueron elevados a la categoría de celebridad nacional. Sí, ya era demasiado tarde. Cuando algunos personajes destacados y serios de la vida nacional, de la política, de la cultura, Dios mío, de la cultura, aceptaron acudir a uno de esos adefesios para “limpiarlos”, fueron éstos quienes quedaron contaminados. La osadía de un telespectador, de un anónimo telespectador, casi os puso sobre las cuerdas, Rita. ¿Lo recuerdas? Llamó a boicotear cuantos productos se anunciaban tanto en tu programa como en el del otro. ¡¡Y ocurrió, ocurrió el milagro, Rita!! Estuvo a punto de acabar con vosotros, un humilde, anónimo e intrépido ciudadano logró que se desprogramara un espacio repugnante capaz poner a la vista de todo el mundo lo más deleznable del ser humano, todo por la audiencia, todo por el dinero, el dinero. Casi nos adelanta ese desconocido.  ¿Y sabes? El dinero hay que ganarlo enviando a la sociedad que te lo da, aire limpio”

-¡¡Basta, basta!! ¡¡Se lo suplico, basta!!

-Pero se acabó Rita. Los aquí reunidos hemos decidido que pagues el precio que te corresponde por tanta vida destrozada. Si eres creyente, reza. Dentro de unas horas, si las televisiones de este país  emiten un solo gramo de toxicidad, tú serás la próxima. Dicho sea.

 

-!!Quietos!! ¡¡ Policía!! ¡¡Quédense donde están y con las manos en alto!! Desde este momento quedan todos detenidos!!-

Roberto rugió apuntando a los presentes con la pistola. Ortega se había colocado detrás de Oscar García con el cañón de su arma rozándole la nuca. Acto seguido, el templete comenzó a llenarse de agantes de uniforme convenientemente armados que ocuparon sus posiciones. El estupor se adueñó  de los miembros de aquel estrafalario tribunal. El hombre que dijo ser Octavio, un aristócrata venido a menos  trató de huir pero fue reducido de inmediato. Lo mismo le ocurrió a la cantante  Daniela Farto, sólo que su tentativa de fuga fue tan torpe que pasó de la resistencia a la docilidad en un santiamén. El humorista Pesares no hizo nada.  Todos se quedaron petrificados en medio de una docena de agentes que apuntaban sus armas con cara de perro, gritando órdenes y rodeándolos hasta que ya no había escapatoria posible. El hombre que hablaba cuando Roberto irrumpió el aquel juicio sumarísimo fue el último que se levantó. Lo hizo con parsimonia, indiferente a la intempestiva entrada de la policía. Al hacerlo, Roberto pudo ver su rostro. Era Samuel Cruz.

-Usted…

-¿Se sorprende?

-Créame, en absoluto.

El inspector Villahermosa se unió a la escena como el último invitado con un puro de media factura en la boca que fumaba con delectación con grandes bocanadas de humo azul.

-Bien, señor Cruz, creo que tiene usted mucho que contarle a la policía y a sus abogados.

-No tendré inconveniente en hacerlo, caballero. Ha sido una pena no haber podido consumar la justicia que mi hija Irene Cruz se merecía, pero de alguna manera, la balanza, ahora, está un poco más equilibrada. Cuando quieran, caballeros. Ah, antes de ponerme a su entera disposición les pido que dirijan sobre mí, todas las acusaciones, puesto que yo soy el único responsable de todo esto.

-¿También le cargamos a usted lo de éste?-, dijo Ortega visiblemente cabreado punzando con el cañón de la pistola los riñones del actor Oscar García.

El actor trató de zafarse pero dos agentes corpulentos lo atenazaron.

-¡¡Miserables!! Yo quería a Irene, y no pude hacer nada por evitar que se matara… ¡¡Hijos de la gran puta!!

Una batería de coches de la policía aguardaba en el exterior del templete con las luces de colores girando en la noche. Los copos de nieve alcanzaban un bello relieve físico en los cañones de luz. Uno tras otro fueron acomodados en el interior y escoltados por varios guardias. El inspector jefe miraba el desenlace flanqueado por Peinado y Ortega.

-Eres un sabueso de primera, Roberto. Su capacidad de observación nos ha sido de gran ayuda.  Fue de usted la idea de visitar a Samuel Cruz cuando descubrió aquellas revistas en casa de Tony Lobera  y gracias a eso se fijó usted en el templete este de los cojones cuando llegaron los amigos de este justiciero. Y en sus vidrieras de catedral…En realidad, siempre te rondó por la cabeza, ¿verdad, poli? Todo un sabueso, sí señor. El contribuyente está en deuda contigo, y contigo también Ortega, que en la vida hay que saber ser un buen segundo .

-Y con mi gata-, dijo.

-¿´Tu gata?

-En el coche se lo cuento, jefe…

Luego la comitiva de policía abandonó la residencia de Samuel Cruz. Atrás, bajo la nieve, quedó arrumbada la residencia del potentado industrial de la alimentación.

-Justicia negra para la Prensa Rosa, joder parece una película de serie B-, gruñó el inspector.

-¿Cree usted que tendrá efectos sobre el futuro de la televisión?- preguntó Roberto.

-No. La carnaza y el pueblo son amigos íntimos y eternos, desde los primeros tiempos, amigo.

Roberto marcó un número de teléfono.

-¿Mundo Global? Ropero, el justiciero está en el bote.

La nieve empezó a caer con tanta intensidad que tuvieron que acelerar para no quedar bloqueados. El Mesías de Hendel saltó desde la radio del coche del inspector.

-Muy apropiado todo. Nieve, música navideña y los malos camino de la trena. ¿Se puede pedir algo más a los Reyes Magos?

Después, todo quedó en silencio y poco a poco la comitiva se confundió con el tráfico del que se abría paso con el añil de los destellos de los buenos policías.

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