El asesor

ManoloValero3Ahora que vienen las elecciones me ofrezco como asesor. Aun a sabiendas de que no duraría ni para generar unos días de paro. En serio. Quien quiera que lo/la asesore, que me llame. Ahora bien, no le garantizo que gane las elecciones, al contrario, que lo acribillen a tomatazos apenas se agarre al atril. Eso, claro, en el caso, de que me hiciera caso. En el caso de que no me hiciera caso, uno, aplicándose el cuento, dimitiría al segundo mitin aunque no genere ni medio mes de desempleo. Obvio es adelantar que el contrato sería de un prosaico casi aburrido. Pongamos 2.000 al mes. Limpios. Después de confesarme hacendísticamente, que es lo mismo, que religiosamente con Montoro, que es lo mismo que cumplir con el pueblo/ciudadanía/gente. Pero si me hiciera caso mi candidato o candidata, lo íbamos a pasar de muerte porque basta con que aplicara la máxima de ser él o ella mismo o misma para hacer una buena campaña. Y ahí está la primera regla. Le diría: No te empeñes en ganar las elecciones aunque ese sea el objetivo. La primera regla del buen asesor/a (y acabo aquí con la vaina de la o y la a) es decirle al asesorado exactamente lo que no quiere oír. Y después de un mitin, en lugar de babearle hasta la deshidratación, lo pondría a escurrir si el perfume caníbal que ha derramado sobre el electorado es la quintaesencia del lugar común de la estulta retórica parvularia. Acto seguido cogería un par de videos de cualquier candidato al uso – CU-AL-QUIER/A- y le diría: “Eso no. Eso precisamenete, no. Le desgranaría las tontunas consignadas que se gasta las casta y la pillería facilona y sobrevenida de los anticasta. En definitiva, y luego de entrenar la autenticidad, le diría que resumiera todo en esta frase: “Si me eligen, voy a hacer todo lo posible para que la cosa funcione. Y si no funciona al año, me voy a mi casa y que os vayan dando, pueblo/ciudadanía/gente. (Esta última frase podría ser negociable). Y tened en cuenta –le diría que dijese- que cada uno se tiene que buscar la vida peleando por la vida porque el pueblo/gente/ciudadanía que vota en función de lo que el candidato se compromete a regalar como en una subasta verdulera es una ciudadanía enferma hasta lo crónico original. Incluso le diría que no hablase mal del adversario. Es más, le pediría que ni lo mencionase y que el mitin/encuentro/charleta se concentrase en las propuestas concretas del candidato, y lo que está dispuesto a poner de su bolsillo, no a sacar del bolsillo ajeno.

En serio. Uno si fuera asesor cogeria todo el material circulante y le diría: “Cualquier cosa, menos todo eso, subasta de vanidades, estupideces, bobadas, narcisismos de pilancón, ñoñeces, cantos se sirenitas, egos dislocados, paletadas y paleteces auntonómicas».

Y por supuesto, le haría firmar a mi asesorado que de ninguna manera el asesor, o sea, uno, esté obligado a votar a su cliente. Eso sí, no me importaría vivir una intensa historia de amor si mi cliente es candidata. Y si pierde, claro. En caso de victoria, uno cobraría y se iría por donde llegó sin dejar rastro.

Manuel Valero
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