Manuel Valero – Salió del coche y cuando se cruzó con el chófer que le abrió como siempre la portezuela para darle le maletín lo miró para decirle, “si hablas, te mataré yo mismo” pero se quedó en un:
-Silencio.
-Ni siquiera sé a que se está refiriendo, señor.
Roque Félix desconectó el aparato, tranquilo, relajado, en calma, como quien ya ha visto su destino y lo ha asumido. “Mañana empieza mi ruina”, pensó. Se tomó dos pastillas para dormir y se tumbó en el sofá. Al día siguiente a primera hora, lo encontró una de las mujeres del servicio. Tenía el aspecto de un náufrago.
El vaticinio de Roque Félix se cumplió con la fatalidad de una profecía, porque a partir de ese día se le fueron encadenando una serie de acontecimientos como si el boleto vulgar de un juego servil y la historia oculta de una obra de arte se hubieran confabulado contra él.
Salió a la calle y se encontró con la primera sorpresa:
Capítulo [8] – [10-final]









