Un vampiro del pueblo 3

Un vampiro del puebloFuera porque me venia al pelo -yo era vampiro, un vampiro bueno, un vampiro del pueblo, pero un vampiro, al fin y al cabo- o porque simplemente me gustaba, me licencié en Historia, y me especialicé en la Historia Medieval. A mi madre no le resultó extraño, ni al cura párroco, ni al médico del dispensario, ni a mi maestro, ni a mis compañeros de colegio. Yo solía pasarme las horas enteras observando la iglesia del pueblo que no tenia nada de particular y siempre andaba entre las ruinas de los alrededores merodeando como un proscrito, sin importarme que tales ruinas no fueran sino terrones de pared que habían construido los moros o esqueletos de torreón que habían levantado los cristianos.
Algunas noches me anochecía entre aquellos pecios arquitectónicos y me sentía muy bien. Me sentaba entre la ruinas y me encantaba escuchar el sonido de la lechuza, el rebullirse de las palomas dormidas y el revoloteo quebrado de los murciélagos. Pero sobre todo me deleitaba imaginarme aquellas construcciones carcomidas y abandonadas en todo su esplendor con gente variopinta ir y  venir de un lado a otro, del pueblo al campo, del campo a la batalla… Apenas entornaba los ojos y ya estaba oyendo el pifiar de los caballos, el sonido del hierro golpeando las corazas, los ayes de las heridas y los delirantes gritos de la victoria. Fue una época oscura, cruel, sanguinaria aquella… ¡No me iba a atraer a mi la Historia Medieval! Estudié con ahínco con una beca que me confirmaba como chico válido pero pobre que me facilitó el salto a la Universidad donde alterné mis estudios con un trabajo de sanguijuela sanador en un hospital para desafortunados que regentaban unas monjas por recomendación del cura. ¡Como que un chupasangres en el hospital de las hermanas. El mismo diablo en la casa del señor, por Dios, don Zacarías, que cosas se le ocurren. No, no es lo que usted piensa, señor Obispo, es un chico muy bueno, tiene esa rara necesidad de beber sangre, si, pero le puedo asegurar que es incapaz de hacer daño a nadie. Además es un cristiano, guardador de los mandamientos y frecuenta la iglesia. Un poco rebelde, levantisco, con ideas sociales muy precoces para su edad, pero un muchacho de Dios, señor Obispo. Herida que succiona, herida que sana con una rapidez increíble. De colmillos, nada, verdad. Una dentadura normal como corresponde a un chico de 18 años. Y por la noche. Durmiendo como un lirón como un monje de clausura. . Lo convenció y aunque al principio el obispo se solía pasar por el hospital de las hermanas simulando una visita de cortesía pero que en realidad eran para inspeccionar por sí mismo mis trabajos de vampiro del pueblo, finalmente quedó completamente persuadido de la bondad de mis intenciones y de mi rarísima necesidad alimenticia. Los caminos del señor son inexcrutables.Yo nunca cobré dinero por mis servicios, con mis buches de sangre estaba pagado y el donante, sanado. Una cosa por la otra, pura anarquía había en aquel trueque tan natural. Yo era todo un vampiro del pueblo.

Antes de proseguir les contaré cómo fue que logré continuar con mi dieta diaria de sangre, fresca a ser posible, preferible siempre  a la sangre frita o a la morcilla, si como ya saben, era alérgico a la sangre. Fue todo un hallazgo. Me encontraba en una bifurcación con dos direcciones igualmente nefastas: si bebía sangre me ponía a morir por los ataques de la alergia; si no bebía, me ponía a morir de fiebres horribles. Opté por la primera dirección. Pagaba un precio, pero si había que palmar que mejor que hacerlo coherentemente. Pero un día entre a la Iglesia con la piel y la cara llena de abones como avellanas, rojo como un tomate y una comezón que no me dejaba vivir. Y entonces  ocurrió algo maravilloso. Al meter la mano en la pila del agua bendita note un frío glacial que me recorrió todas las venas, desde el capilar más enano a la tubería aórtica,  y al momento un espasmo de vigor, una sacudida de plenitud, acabo en un santiamén con los picores. Los abones y el color rojizo aun estaban allí pero por minutos notaba como la cabalgada de la salud trotaba por mi cuerpo purificándolo todo a su paso. Dos horas después estaba sano como una pera. Puesto al corriente el cura y después de darle tantas vueltas a la cabeza como a la bancada de la iglesia, se le ocurrió una idea. Si entraba en contacto con el agua bendita antes de cada ingesta de sangre a lo mejor no me pasaba nada, desaparecería la alergia y volvería a ser el saludable vampiro del pueblo que era antes. Funcionó. Pero eso acarreó otro problema, que en realidad no tuvo difícil solución. Mi madre acopiada todo el agua que podía en la casa, el agua la bendecía el cura  y yo llevaba siempre mi cantimplora a la cintura. A cada buche de agua bendita como aperitivo previo a la pinta de sangre me ponía morcón como un búfalo. ¿A quién me recuerda a mi este proceder que me resulta familiar?. Bien, no nos perdamos en cuestiones menores que nos distraigan del asunto principal. A partir de entonces, la cantimplora con agua bendita se convirtió en una parte más de mi cuerpo como mis manos o mis orejas. Pasó el tiempo. Del hospital de las hermanas, pasé a una clínica privada y luego a un gran hospital de la ciudad, mientras avanzaba en mis estudios y ayudaba a cualquier ciudadano herido en mi camino, pidiéndole por favor que me dejara chuparle la sangre a cambio de una rápida curación. Usted es el vampiro del pueblo. Efectivamente, no sabía que fuera tan popular. Chupe, chupe. Con mucho gusto. Gracias. No las merece soy yo el que se las da a usted por su generosidad. Y eso le viene de madre o de padre. Ni de la una ni del otro, señor. Dios lo quiere. Que querencias más raras. Nada hay raro en los designios de Dios. Para ser un vampiro, un estudiante de Historia Medieval, que leía a Bakunin, entre raciones  de plasma y oraciones pías, no tenia mala oratoria, no.

Mi madre murió el mismo año que me licencié. Así que arreglé los papeles del enterramiento, puse en venta la casa del pueblo y me vine a Madrid para no regresar jamás. Se preguntarán por Marijuana. Se casó con un marabalista de la política que llego a ser jefe del partido en la provincia y preso número 234 en la Carcel de Palomeras cuando se le descubrió un melón de corruptela tan descomunal  que cualquier vampiro a su lado parecería un indefenso murcielaguito. Todo discurría dentro de lo normal, porque esa increíble anormalidad mía se tornó en anormalidad cotidiana, asumida, domestica, o sea normalidad. Yo ya había acabado la carrera  y daba clases en un Instituto de Parla. Ni que decir tiene que en casa, sangre y agua bendita no faltaban nunca. Ya les digo, anormalidad normalizada. Yo era un vampiro del pueblo, famoso y popular y no tenia problemas con el abastecimiento. De lunes a viernes, sangre animal; los sábados, sangre humana y los domingos, sangre humana, sí, pero O negativo. Oh, placer de vampiros.

Hasta que una noche recibí una llamada de teléfono, una conferencia de Londres. Era del doctor Perhaps. Por qué me llamó y para qué se lo contaré mañana. Oh, se ha hecho tardísimo. Favor  no se molesten que pronto me estoy.yendo, no quiero perturbales más por esta vez. Perdonen a este viejo vampiro del pueblo charlatán, perdonen.. De pronto me han asaltado unas terribles ganas de cantar .. Buenas noches, mañana les cuento: la llamada del doctor Perhaps que me llevó a conocer a su ayudante Walpole y a los tres al Conde Copula, y todo lo que sigue. Ahora, adiós, adiós, descansen…  

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