Memorias de un hombre común (5)

Allí estaba yo. De pinche en la fundición haciendo trabajos de oficial de tercera, e incluso de segunda cuando era menester, dada mi pericia en el derrame de la colada, en la manipulación de los moldes, en el desbarbeo.memorias

Memorias de un hombre común

Manuel Valero

Capítulo 5

Con un mandil que pesaba más que yo, rodeado de carriles, ruedas, barras de hierro y objetos forjados. Era lo que más me gustaba de la fundición. La mayoría de los trabajos eran para las minas y las obras de bloques de pisos que ya comenzaban a darle una fisonomía al pueblo como de ciudad pequeña. Pero también recibía encargos de forja, pasamanos de escaleras, ventanas, puertas, enrejados, rinconeras, maceteros y en cuanto podía allí que me iba yo con el oficial a aprender a domeñar el hierro a base de golpes y esmeril hasta obtener la figura deseada. Cuando forjaba, Demetrio me decía para qué familia iba destinado el trabajo, casi todas pudientes, de dineros, y a la par que se esmeraba en su arte me relataba el origen de las fortunas locales. Siempre tuve suerte con las personas mayores con las que me relacioné de chico porque de ellas adquirí un bagage que luego ilustró los momentos complicados del futuro que me salieron al paso. Así como mi tío Paulino hablaba sin cesar conmigo pero para sí de asuntos que en ocasiones trascendían la humilde cotidianeidad y lo fungible de las existencias modestas, Demetrio me enseñó la forja y me contó historias antiguas de la gente del pueblo, algunas de ellas espeluznantes, otras muy tristes y algunas divertidas. Me contó que hubo una vez en el pueblo una muchacha que decía que adivinaba el sino mirando las manos. En cierta ocasión un caballero de posibles alertado por las artes adivinatorias de la joven, que se llamaba Lucrecia, le requirió sus servicios de maga. Así que sin perder un día más desde que decidió alumbrar las oscuridades del porvenir se presentó en su casa, una humilde construcción a las afueras del pueblo. Le salió al paso el padre que sin destreza en husmear lo venidero sino por la simple experiencia dedujo que aquel joven de buen ver que montaba un caballo puro con la gallardía de los galanes de los cuentos, venía a que su hija Lucrecia lo pusiera de antemano en los pasos invisibles del porvenir. “¡Lucrecia!, gritó. La muchacha apartó una pesada cortina de paño y lo vio. No dijo nada. Ni el caballero dijo nada. La muchacha simplemente se acercó al jinete, éste le tendió el brazo para que se apoyara y la levantó hasta la grupa absolutamente obnubilado por su belleza.

Espoleó el caballo y nunca jamás se la vio por el lugar. Su padre recibió una renta mensual con puntualidad suiza”. “¿Y qué fue lo que pasó? ¿Por qué se montó la chica en el caballo y se fue, así sin más?”, le pregunté mientras Demetrio corregía los círculos concéntricos de una espiral que remataba el espaldar de una silla. “La chica le escribió a su padre poco después y le contó que esa mañana, sin saber cómo, tuvo la necesidad insalvable de leerse ella misma la mano y lo que vio fue a un jinete guapo que aquel mismo día llegaría hasta su casa para casarse con ella”. “Esas cosas no pasan más que en los cuentos o en las películas”, le respondí incrédulo. “Pues es lo que dicen, Bernabé”. Y me contó otra historia de un hombre que era socialista cuando la guerra. Al llegar los nacionales, lo capturaron como a muchos y lo condenaron a muerte porque lo acusaron de hacer magia negra en su casa y de yacer con una cabra. Ante el paredón dijo cosas en latín y recibió una salva de balas, ninguna de las cuales alcanzó su pecho pese a encontrarse apenas a cuatro metros del pelotón. Volvieron a repetir la descarga y su pecho descubierto de su camisa rota permaneció intacto sin explicación posible. Harto de tanto misterio el oficial que mandaba el pelotón se le acercó, le puso el cañón de la pistola en la sien y disparó. Pero lo que explotó fue la misma pistola que le dejó la mano del oficial para cosérsela como mucho tino y juntarle los dedos desprendidos”. “Venga, ya Demetrio”. “¿No oíste el otro día al ciego ese que vino al pueblo a contar romances?”

“No” “¿Qué estarías haciendo perillán, jugando con eso?”, me dijo señalándome la entrepierna. Otra historia que me contó era la de la Gertrudis, que le empezó a salir la barba desde que una noche la asustó su novio haciéndose pasar por un ánima el día de los difuntos. Al principio creían que era un sarpullido o una consecuencia rara de los desajustes de mujer, consecuencia de la “encogía” pero la pelambrera no hacía más que florecer y a los pocos días, la Gertrudis tenía más pelo en la cara que el mismísimo don Pelayo. Un buen rasurado no fue la solución como aparentemente pareció, pues su cara se le quedó cerúlea de fina y aún más bonita. Pero así empezaba a sangrar por su parte comenzaban los pelos a florecer en su rostro como madreselva florida. Acabado el periodo, se afeitaba y su rostro era cada vez más bello como más frondosa, áspera y negra era la barba que le salía en cada ciclo menstrual. Y así sucesivamente. El médico harto de estudiar aquel caso insólito le dijo a sus padres y a su novio que la llevaran a un circo los días de la regla y los demás días que el mocito gozara de ella si la tomaba por esposa. Pero el novio salió espantado de la casa de la Getrudis y nunca más se le volvió a ver por el pueblo”.

Todas estas cosas me contaba Demetrio mientras los años pasaban muy lentamente y me planté sin darme cuenta en los dieciséis años. Entonces tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. Le dije a mi padre que quería estudiar el bachillerato. Se lo dije con mi tío Paulino, detrás como un aliado terrible. Mi padre, que aunque era falangista y adorador del Caudillo, no era mala persona y un tapicero de renombre local me puso la condición de que lo hiciera nocturno, después de trabajar y que afrontara los gastos que eso me supusiera. “Ah –me advirtió- Y ni un duro de ese”, dijo señalando a mi tío. Pero mi tío y yo ya nos estábamos mirando con una sonrisa de oreja a oreja más felices que unas castañuelas.

Yo le contaba a mi tío las cosas que me contaba Demetrio el forjador. “Lo que pasa es que Demetrio tiene mucha inventiva. Si supiera escribir, quiero decir, escribir, escribir, de hacer las letras, sería un buen escritor…” “¿Entonces no te crees lo que me cuenta?” “Lo del socialista ileso, sí. Las ideas socialistas hacen milagros”.

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5 COMENTARIOS

  1. Es cierto que los relatos, los mitos y las leyendas de nuestros pueblos nos sumergen en el mar de las tradiciones e historias, viajando al corazón de los mismos.
    Y es que los orígenes de la historia de los pueblos hay que buscarlos en sus leyendas, transmitidas de boca en boca, de generación en generación y aumentadas por la fantasía popular.
    Aunque no debemos olvidar que todo mito o leyenda tiene una base real.
    Por cierto, cada vez se habla más del ‘milagro portugués’ (y no se trata del de Fátima)……

  2. Por cierto te ofrezco la posibilidad de que compres mi libro El esplendor y la ira que si eres de cr lo tienes en Litec y en Ruiz Morote. Disculpa la publicidad directa, pero mi editor me marca de cerca. Quiere que nos vayamos al Caribe con las rentas. Yo Le digo que eso es de capitalistas y el me dice que eso es una tontería, pero luego Le digo que yo no soy Maria Dueñas y lo noqueo. Así que, ya sabes. Ah y gracias por tu fidelidad lectora.

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