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La muerte de Camilo Sesto (Camilo Blanes, Alcoy, 1946- Madrid, 2019) vuelve a poner de actualidad el debate no cerrado ni resuelto de los autores/artistas que cuentan y gozan de prolongada popularidad. Sin saber qué cosa podemos entender hoy por esa popularidad mensurable, verificable y contable que contenta al respetable. ¿Ventas verificadas?, ¿discos de oro y platino?, ¿premios y distinciones?, ¿semanas de permanencia en superventas, Ten-top, 40 principales?

Hoy quizás el concepto de popularidad tenga que ver con comportamientos virtuales y menos tangibles. Como ocurre con la fama/popularidad que se obtiene con la contabilidad de los seguidores en redes sociales, que formulan una rara aritmética del éxito. Todo ello, con independencia del talento o de la excelencia en una determinada actividad. Como ocurre con las Kardashians, famosas por la redes y por sus posados corporales, pero carentes de otros atributos que justifiquen su éxito popular.

Días pasados, el director de cine Paco Plaza que acaba de estrenar  Quien a hierro mata, terciaba en la polémica de la popularidad y la excelencia con su grano de arena o de anís. Todo ello en la media en que la canción que ha introducido en su última película como fondo musical, es la pieza de Julio Iglesias, La vida sigue igual. Plaza sostenía, desde esta aproximación sentimental y sonora, que: “Iglesias es el gran crooner en castellano, equivalente a Frank Sinatra en el mundo latino. Iglesias, Raphael, Nino Bravo o Camilo Sesto forman parte de mi infancia. Son cantantes excepcionales. Tengo enorme respeto por el éxito popular. Si alguien tiene éxito 50 años, cuestionarlo me parece síntoma de estupidez”. Y en esa porfía de éxito sostenido, excepcionalidad, popularidad, fama y pertenencia al pasado propio, proseguía. “Iglesias [como podía haber dicho de los otros] es un genio. Discutir a Iglesias es como discutir Las Meninas”.

Identificando la importancia cultural de la pintura de Velázquez con el éxito musical de Julio Iglesias y prolongando la transversalidad de todos los saberes posmodernos. Tan importante es el Museo como la Discoteca; el mismo valor tiene una novela excelente o un ensayo valioso que una teleserie, como apostaba Finkelkraut en 1987 con su obra La derrota del pensamiento, que acabaría ocurriendo años después. Y a los  hechos me remito.Exceso el de Plaza, que retomaba aquella lejana afirmación de John Lennon, cuando –para escándalo de muchos– admitió que los Beatles eran más famosos que Jesucristo. Y razón numérica no le faltaba a Lennon, ya que  los datos contables hablaban a su favor. En contra de la comparativa de Plaza, se produjo Carlos Boyero que al hablar de su película, aprovechó el envite, y  consideró tal comparativa Iglesias/ Meninas como una afirmación Dadá.

Las particularidades de Camilo Sesto no son obviamente las de Iglesias. En la medida en que las condiciones técnicas y las capacidades cantables de ambos sean incomparables. Por más que Camilo Sesto haya jugado desde una trayectoria plural (inicios poperos con Los Botines y los Dayson) y diversa de Iglesias catapultado en Benidorm. La capacidad de producir y escribir sus propias canciones en Sesto, es bien distinta que la de Iglesias, como han demostrado las aproximaciones de diversos programas de Radio 3, o las notas de Diego Manrique. Hoy por hoy impensables tales gestos con Julio Iglesias.

Donde sí ha aventajado Iglesias a Sesto, al margen de ser responsables ambos de algunas de esas canciones que permanecen en la memoria y en  el imaginario de mucha gente de forma sorprendente, es en su capacidad de haber envejecido mejor que el alcoyano. Cierto declive de las excelencias en ventas y éxitos, obtenidas por Sesto en los setenta y los ochenta, con el pico de 1975 y la producción y financiación de la ópera rock Jesucristo Superstar, quedaban reflejados en las operaciones de cirugía estética que hacían irreconocible su rostro tatuado por nubes de color que negaban el envejecimiento que impone el paso del tiempo.

Donde no habrá correspondencia, por otra parte, es en el memorialismo desplegado por  ambos cantantes y ¿autores? Cosa anunciada en 2017 por Iglesias –que de momento no ha cumplido–, la de estar escribiendo (¿dictando, mejor?) un grueso libro para contar muchas cosas. Cosas y cosa que Camilo Sesto ya había cumplido anticipadamente en 1985, con sus recuerdos de infancia y adolescencia en su Camilo. Y esta es la otra cuestión destacable, la tendencia arraigada de los populares y famosos por plasmarse en forma de libro, tras un ataque de autoría muy sentida. Aunque provengan del camp de la canción, del deporte, o de parte ninguna.

Y es que junto a los citados, existe otra grey que quiere ingresar y ser ingresada en el Olimpo de las autorías plurales. Como ya ocurriera en 2013 con Belén Esteban, la Reina del Pueblo, cuando publicó su fantasioso memorial Ambiciones y Reflexiones. Más lo primero que lo segundo. Y luego fueron llegando otros más avispados por la autoría fácil de un texto imaginado e imaginario. Así Francisco Kiko Rivera, que ha cobrado un anticipo, de 70.000 euros, de la revista Semana por sus Memorias. De la misma forma que Cayetano Martínez de Irujo ha dado curso a la publicación de las suyas, donde cuenta asuntos de su incumbencia y pertenencia. En clave parecida, aunque no igual, son las apariciones de famosos del balompié en otros soportes. Como Sergio Ramos que da pie–nunca mejor dicho– a una miniserie sobre su vida en Netflix, o Messi, que da cobertura a un montaje que él inspira del Cirque du Soleil.

Lo dicho sobre la transversalidad de todos los saberes posmodernos. Como el apasionado alegato de Alain Finkielkraut, en  su manifiesto contra la cultura zombi, indignado por el estado moral de una sociedad a la que le da igual un cómic que una novela de Nabokov, un slogan publicitario que un poema de René Char, un partido de fútbol que un ballet, o un videoclip que una ópera de Verdi. Interrogándose sobre las razones que conducen a bautizar como culturales aquellas actividades en las que el pensamiento está ausente. A veces, es hasta obligatorio. 

Periferia sentimental
José Rivero

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3 COMENTARIOS

  1. No olvide usted, José, que el pensamiento posmoderno no es sólo destruir el orden canónico, basado principalmente en falacias filológicas eurocéntricas, sino que también aporta dar voz a quien no la tienen, escuchadas desde un acercamiento poscolonial.
    Lo de Kiko o Cayetano o los berberechos en vinagre son cosas del márketing, en donde se nos cuela de todo. Pero no conciba, le pediría, el posmodernismo como un cuerpo adiposo donde descargar las cagadas del mercado.

  2. Muy interesante (como siempre).

    Y es que, no hay como negar una buena educación durante años a la sociedad para que lleguemos a esto.

    Antes se podía justificar por la existencia de una dictadura cuya principal misión es tener sometido al pueblo negándole la más mínima educación. Pero ahora???

    O es que seguimos igual y no nos hemos dado cuenta…

    Los mayores de mi familia estudiaron y consiguieron buenos trabajos, en plena postguerra y dictadura. Leyeron y nos enseñaron a los herederos la necesidad de formarse, de culturizarse, de aprovechar cualquier oportunidad para saber algo más. Dónde ha quedado eso?

    Ahora………..De quién es la culpa ¿De las élites? ¿De la propia sociedad atontada que prefiere Tele Cinco a un libro interesante? ¿Quién está detrás de tanto fracaso en la educación y la cultura?

    Es un pedazo de debate, del cual hay escrito mucho y muy sesudo.

    Por cierto,Camilo Sesto era un genio, pero de los buenos; el problema es lo mal que se envejece en ciertas ocasiones…Aún así, sigue siendo el rey de los karaokes, y bien ganado – a ver quién iguala eso-. El record de ventas de discos de este tipo y el éxito de sus actuaciones están muy por encima de sus extravagancias.

  3. Interesante. Ahora las redes permiten que uno pueda ser famoso ante una audiencia incluso millonaria y ser un completo desconocido para el resto del mundo…..

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