Las mascarillas

Manuel Valero.– Primero fueron dos cosas. Una, que nos quedábamos extrañados cuando en el año Uno antes del COVID veíamos a los orientales usar mascarillas para ponerse a salvo del aire irrespirable de las grandes ciudades de China (vaya por Dios) o en Japón porque los nipones son muy escrupulosos ante la contaminación prójima y se la ponen como el que se pone el sombrero; la otra, que aquí la mascarilla era asunto de los cirujanos.

Luego cuando las trompetas pandémicas se escuchaban cerquita, caímos en la cuenta de que España era tan deficitaria en objeto tan simplón como en petróleo. ¡Hasta se llegó a decir que no eran necesarias! Finalmente llegaron a cascaporro, se hicieron habituales y absolutamente necesarias para la vida diaria. En apenas unos meses nos hemos convertido en aquellos orientales que mirábamos perplejos en las noticias del telediario.

Pero no me voy a detener en la obligatoriedad responsable de llevarlas sino en el proceso de adaptación estética que prenda tan imprescindible ya ha experimentado a medida que se convertía en costumbre. Y así las mascarillas, como un abrigo, una camisa o cualquier prenda, ha adoptado colores, diseños, incluso formas, como señal externa de nuestra personalidad. Llevo unos días fijándome en eso, como estoy seguro que cualquiera de vosotros. Al principio fueron las simples mascarillas quirúrgicas hasta que llegaron las mascarillas matriculadas, como la KN95, por ejemplo, y una vez asumidas como una prenda imprescindible en los tiempos del COVID, se fueron modelando a nuestro gusto: colores, estampados, publicitarias, de empresa, abanderadas y estrambóticas, algunas. Cada cual se enmascara a su gusto y hace de la necesidad, virtud.

Las primeras mascarillas de diseño que vi fueron las identitarias nacionales con la bandera patria en uno de los carrillos de la tela. Así, el precavido ciudadano iba a su gusto diciéndole al mundo que era español. Pero como la bandera española todavía mantiene viva la semiótica de la discordia muchos veían en esas mascarillas el carné de identidad que acreditaba al portador como español, de derechas, y votante de VOX o el PP. Poco después observé las de camuflaje que eran llevadas por personas que delataban que eran cazadores porque que yo sepa aquí no hay trinchera bélica alguna. Bueno, sí, pero de otro jaez. Y poco a poco, a las mascarillas neutras, es decir, a las quirúrgicas y las matriculadas se sumaron las que mostraban mimetismo con el entorno profesional o deportivo-las de los jugadores de fútbol-, las de diferentes movimientos sociales- las de color rosas como señal solidaria con las mujeres que luchan contra el cáncer de mama-, y así. Hace unos días se recibieron en las farmacias las mascarillas de la Junta, que combina los iconos del logo oficial con las banderas regionales y españolas. Y quedó abierta la carrera comercial y la propia iniciativa para fabricarse una prenda que exhibimos públicamente cada vez que salimos a la calle a nuestra imagen y semejanza.

La mascarilla se convirtió así en un objeto de exhibición y ya las tienes en tiendas en un variado prontuario de dibujos, tallas y colores con un precio que oscila hasta la estratosférica cifra de doce euros como si además del fin último de las mismas que es aislarnos del aliento ajeno y evitar el nuestro, que nos lo comemos, que para eso es nuestro, tuvieran además un componente clasista. Quien se pavonee con una mascarilla cara ya sabemos lo que va indicando por la acera: lo mismo que quien conduce un coche caro por la carretera. Poderío.

Nunca le he visto sentido a la mascarilla negra. Dado por sentado que cada cual puede llevar la mascarilla que le apetezca siempre y cuando cumpla con los requisitos que la valida, me parece una mascarilla de luto. El negro, color elegante en otras prendas, se me figura agorero en la tela que nos separa de un bicho mortal.

La mayoría de la gente lleva la mascarilla neutra. Tal vez porque no se detenga en filigranas estéticas en una situación como ésta. Pero, bueno, al menos, así se le da un poco de color a esta situación alicaída y demuestra que la especie es capaz de pintar la tragedia con unos trazos de color. Lo que no viene nada mal en estos tiempos.

Y hay otro detalle. La mascarilla, pese a su variada apariencia, nos iguala a todos. Como la muerte. Hay unos versos populares que escuchaba a mi familia de chico alusivos a las necesidades escatológicas de acudir al baño todos los días, y que yo he adaptado a las circunstancias:

En este mundo traidor

De llevar mascarilla nadie se escapa

La lleva el pobre, la lleva el rico

La lleva el Rey la lleva el Papa

La llevan en Cartagena y en Singapur

Y la lleva el zanahorio de Donald Trump

La mascarilla nos socializa. Anda que no.

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4 COMENTARIOS

  1. Ponerle banderitas y escuditos me parece de lo más rancio. Mejor solo colores alegres o dibujos interesantes en las que no son públicas. Page está mal asesorado por quién le haya dicho que tiene que ponerle escudos y banderas a las mascarillas que está repartiendo. Es un gasto más y mascarillas de menos.

    Tampoco entiendo la ropa pija con banderitas de España, me parece tan hortera…pero para gustos los colores. Eso sí, como siempre defiendo, los símbolos nacionales no deberían ser collares de perros y demás. Eso es banalizar la enseña nacional.

  2. Sr. Valero, me ha encantado su Artículo, y además me he reído muchísimo, que también es necesario.
    Es verdad todo lo que ha dicho.
    Muy bueno de verdad.

  3. Lo cierto es que la sociedad ha convertido un elemento asociado a la enfermedad en una forma de expresión de la identidad y en un símbolo del momento histórico…..

  4. Lo siento me he equivocado no volverá a ocurrir ( Juan Carlos I). Manuel el artículo vale, venga. Pero como es habitual, creti lo enmierda como siempre con su toque bolchevique bolivariano. Decías en otro artículo que al final reventamos los artículos pero creti está obsesionado en su postura ultraizquierda y todo lo llena de odio y de mierda. De hecho es un montoncito de ella. No es capaz de opinar sin odiar. El contraejemplo es Lolilla (saludos) más roja que una amapola y su opinión es perfecta. Siento de verdad reventar el artículo pero a creti aparte de no hacerle caso hay que tirar de la caena para que se filtre en una EDAR

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