De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (43)

Eran tiempos difíciles aquellos que tuvieron que atravesar Ismael, Cinta y su vástago en la ciudad de Zaragoza. El varón de esta familia no bendecida por la Iglesia ni amparada en la institución de un matrimonio de entonces tenía que asumir grandes riesgos si quería conseguir algún trabajo que estuviese vinculado con el mundo de la imprenta.

Por suerte o por desgracia, sus únicas referencias no eran otras que, de judíos y conversos, aquellos que le habían dado la suficiente experiencia para saberse desenvolver en el mundo de los libros, siendo Zaragoza una ciudad que poseía imprentas de fama reconocida, como aquella que le habían indicado de los hermanos Hurus. Pero ¿cómo iba a mostrar en su carta de presentación que había sido ayudante de un librero de dudoso origen y aprendiz en una imprenta cuyos socios eran judíos? Y no sólo eso, su maestro, aquel que ocupó el lugar de su ausente padre, Eliezer Alantansí, no sólo había sido impresor y médico, sino que en sus tiempos de juventud había ofendido a la Iglesia lo que le condujo a tener que huir de su Huesca natal, aconsejado por su padre y encontrando cobijo en la modesta villa de Híjar. Ismael era conocedor de todas esas circunstancias y su relación tan personal le pondría en peligro, más aún en aquellos tiempos en los que el fanatismo religioso venía enarbolando su bandera con el más terrible de sus instrumentos, el Tribunal de la Santa Inquisición. De ello serían víctimas propiciatorias en la ciudad de Zaragoza al ser acusados de judaizantes Luis Ferriz, Leonardo de Elí y Luis de Santángel, que ardieron en sendos autos de fe, en la misma época en la que el rey Fernando II de Aragón había autorizado la ampliación de la Aljafería. Era el año de nuestro señor de mil cuatrocientos noventa y uno.

Primera marca del taller Hurus (1490) (FUENTE: VINDEL, ESCUDOS Y MARCAS DE IMPRESORES, Nº 7)

Junto a la situación precedente que los había llevado a dirigirse a la ciudad de Zaragoza en busca de un mejor futuro, en la misma serían acogidos por alguien que tampoco gozaba del favor del yugo inquisitorial, un judío, metge de oficio, aunque no lograse obtener el permiso real por falta de medios como sí había ocurrido con su amigo Eliezer, cuyo ejercicio médico era legal a todas luces. Aquel judío, de nombre Juan Alazar, debía sus conocimientos a las enseñanzas que había recibido de sus antepasados, su padre y su abuelo. Esta nueva situación también ponía en serio riesgo la vida de Ismael y su familia, y de ello el muchacho era demasiado consciente.

Parecía que la decisión de Ismael estaba más que tomada, aunque sintiera como se desgarraba algo por dentro de él. Juan Alazar había sido un gran amigo durante estos meses pasados, además de protector, pues sus intentos por conseguir un trabajo vinculado con el mundo de la imprenta habían resultado infructuosos. Otro giro del destino le obligaba a tomar un nuevo rumbo en su vida, aunque no estaba solo sino más bien responsabilizado, al gozar de la compañía de Cinta y de su hijo. Era difícil afrontar esta nueva partida, más aún si el futuro era aún más desconcertante que hasta ese preciso instante.

No sólo habían huido durante casi diez años de las garras de un marido celoso al que había sido puesta en entredicho su hombría al ser un cornudo de la mano de un crío, Ismael, sino que ahora se sumaba algo mucho más temible y que gozaba de mucho más poder para hacerles daño, el Santo Oficio, que se había convertido en el azote de los conversos, y ellos habían conocido a algunos miembros de esa comunidad liderados por Sancho de Ciudad, aunque también se empezaba a rumorear que también se querían hacer desaparecer a los mismísimos judíos, en virtud de una política de unidad religiosa fomentada por los monarcas y que tenían como elemento vertebrador al mismísimo Tribunal de la Santa Inquisición.

Sin embargo, aquella época de fin de la primavera no invitaba a tomar decisiones a la ligera y más aún si tenían un jovencito al que hubiese que obligar a soportar las duras condiciones de un largo viaje. En aquel momento, Ismael tenía claro que la decisión a tomar sería cuando la crudeza del estío fuese menguando y entonces se sentaría a hablar con su amada Cinta y tomarían la decisión más acertada para ellos. Mientras tanto debían seguir refugiados bajo el amparo de su amigo Juan el judío, con el cual habían entablado una más que estrecha amistad.

-¿Cómo va la búsqueda en el taller de los Hurus, amigo Ismael? ¿Ha habido suerte esta semana? –preguntó el anfitrión de la casa a su joven amigo.

-¡Nada más lejos de la realidad, amigo Juan! ¡Ojalá no hubiese tantas envidias hacia aquellos miembros que pertenecen a tu comunidad! Demasiado bien sabes que para dar referencias de mis aptitudes en el taller tendría que hablar de Eliezer Alantansí, el médico e impresor de Híjar del que te hablé en más de una ocasión, quien no está demasiado bien visto por los que presumen de ser cristianos a pesar de la calidad de los trabajos que realizaba en aquella villa al amparo del Duque. Habrá que intentarlo mañana de nuevo, amigo mío –respondió apesadumbrado el muchacho ante la preocupación de Juan.

-¡Tarde o temprano tendrás la suerte que mereces, muchacho! No dejes de intentarlo, no ya sólo por ti mismo sino por quienes ahora se han convertido en tu familia, y, recuerda, en lo que pueda ayudarte aquí me tienes. Además, según tengo entendido, el grupo de confianza del propio Pablo Hurus es de judíos conversos, por lo que no deberías haber tenido ningún problema al respecto. Incluso me atrevería a afirmar que Hurus mantuvo algún tipo de relación comercial con Híjar, aunque ya no te podría decir si lo hizo con tu maestro Eliezer o con otras personas. Sin embargo, entiendo tu prudencia, pues en los tiempos que corren, mejor no estar en boca de muchos y menos si pretenden indagar en tu pasado.

-Gracias, Juan. Lo sé, pero hasta llegar a sus personas de confianza hay otras personas que sí son cristianos, quizá algunos delatores de la mismísima Inquisición entre ellos, por eso mi prudencia. Además, creo que ahora la imprenta la dirige también su hermano Juan, pues ha ganado mucha experiencia en el tiempo que Pablo Hurus se marchó a Alemania, aunque haya llegado a imprimir en castellano incluso el “De religione” atribuida al abad Isaac de Spoleto aunque en realidad viene a compilar diversas homilías del obispo Isaac de Nínive entre otros textos, de cuya traducción se hizo cargo el religioso oscense Bernardo Boil. Pero, aun así, debo ir con pies de plomo, estimado amigo. –respondió el muchacho, al que Juan con un ligero gesto afirmativo con la cabeza le respondió, dando por finalizada la conversación.

Las muestras de ánimo que el judío había expresado al muchacho no se mostraron suficientes para continuar empujándole en la búsqueda de un trabajo en la imprenta de Pablo y Juan Hurus. Pareciera que la fuerza que durante mucho tiempo había manifestado aquel muchacho estaba menguando o quizá ahora se mostraba más cauto por la responsabilidad que conllevaba ser cabeza de familia, de una entidad familiar no bendecida por la iglesia, pero sí por el sentimiento más hermoso: el amor.

Mientras el joven Ismael trataba de asearse tras la intensa búsqueda de aquel día, andaba algo distraído volando con sus pensamientos hacia un incierto futuro y no se percató de que había ido acercándosele una persona que para él siempre sería especial: su amada Cinta.

-¿Dónde se halla esta vez el chico más hermoso de esta ciudad? –preguntó picarona.

-¡Uf, con qué hermosos ojos me contemplas! Apenas me di ni cuenta de que estabas tan cerca, querida. Perdona que esté tan ensimismado. –respondió sobresaltado el muchacho.

-Me imagino por qué causa será. Otro día sin buenas noticias de la imprenta de los Hurus, ¿no es cierto?

-¿Qué bien me conoces? ¡Qué le vamos a hacer! Mañana volveré a intentarlo a ver si hay mejor suerte.

-Esa actitud me gusta mucho más, me recuerda al muchacho que me enamoró pues tú nunca te has rendido por muchos reveses que te haya dado la vida, incluidos los desaires a los que te sometí las diversas ocasiones que nos vimos en Ciudad Real hasta aquel día en que nos quedamos a solas despistando a mi criada, que no hacía nada más que espiarme al haber sido criada y barragana de mi colérico esposo. Mañana o pasado mañana, ¡qué más dará! La cuestión es que siempre mires al futuro lleno de un hermoso sol y no repleto de nubarrones como hace un momento parecías estar pensando por la cara que te vi.

-Otra vez has vuelto a acertar y suerte tuve aquel día lejos de las miradas de la vieja Cristina, pues aparentaba mucha más edad que la de tu soldadito. Lo cierto es que nunca tendré secretos para ti, hermosa mía, y tus ánimos no pueden venir en mejor momento. –respondió con un esbozo de sonrisa repleto de complicidad, al que acompañó con un inmenso ósculo que pilló desprevenida a la muchacha, aunque se prolongó el tiempo suficiente para sentirse alejados y transportados lejos de aquella ciudad de Zaragoza.

-Eso nunca lo dudes, muchachito, pues tu corazón siempre será mío, lo fue desde aquel instante, y el mío será siempre de ti, y será que nunca dejará de pertenecerte.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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3 COMENTARIOS

  1. Interesante. En 2018, el Ministerio de Cultura impidió la salida de un ‘Cancionero’ de Íñigo de Mendoza y que fue impreso en el taller de Pablo Hurus…..

  2. Buenos días Charles y muchas gracias por todo.
    En cuanto al ‘Cancionero’ en cuestión no sé si te refieres al que adquirió la BNE.
    Este en concreto:
    «“Cancionero de Iñigo de Mendoza”. Impreso en Zaragoza por industria y expensas de Pablo Hurus, 1492
    Ejemplar del “Cancionero de Íñigo de Mendoza” de la edición perdida, impresa en Zaragoza, por industria y expensas de Pablo Hurus, 27 XI 1492, trufado con unos pliegos correspondientes al texto de la Pasion trobada de Diego de San Pedro, que no pertenecen a la edición y son anteriores a la misma. El volumen, encuadernado en el s. XIX, consta de un ejemplar incompleto del Cancionero de fray Íñigo de Mendoza, que contiene, según se indica en la portada, las Coplas de vita Christi, de la Cena con la Passión, e de la Verónica con la Resurrección de Nuestro Redentor. E las Siete angustias e siete gozos de Nuestra Señora, con otras obras mucho prouechosas. Está mútilo de 18 hojas en su interior, pero conserva la última con el colofón así como la marca del impresor. Se trata, por tanto, del también denominado Cancionero de Zaragoza de 1492, solo conocido hasta hoy por referencias bibliográficas no más tardías del siglo XIX –en los pocos casos en que se redactaron a la vista de algún ejemplar-, pues hasta el momento se ignoraba el paradero de los dos únicos ejemplares citados en las bibliografías».
    Un saludo

  3. Al parecer, podría tratarse de una esquiva edición del ‘Cancionero’ de Íñigo de Mendoza editada hacia 1490 y tasada en 119.000 euros, que se encontraba en manos privadas. El Ministerio de Cultura bloqueó el expediente de exportación….

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