La eterna luz medieval de los impresionantes castillos de Ciudad Real

La provincia de Ciudad Real se erige como un parque temático de la Edad Media. Antigua tierra de frontera, el territorio se configuró como un brutal Far West en código medieval donde chocaron sus escudos Oriente y Occidente. La espada decidía entre la vida y la muerte, y los castillos de las diferentes órdenes eran los pocos refugios, al margen de los escasos núcleos urbanos, que ofrecían completa seguridad en el peligroso camino entre Córdoba y Toledo. De ahí la riqueza monumental de la provincia y la espectacularidad y diversidad de sus fortalezas.

Calatrava La Nueva

La ruta de los castillos de Ciudad Real tiene sus referencias más destacadas en Calatrava La Nueva, Calatrava La Vieja, Alarcos, Miraflores, Ciruela, Montizón o Montiel, aunque el viajero no dejará de observar en el horizonte otras construcciones interesantes, si bien con el acceso restringido al ser de propiedad privada, como Caracuel, en Corral de Calatrava, o Salvatierra, este último muy cerca de su recuperación para el turismo gracias a la gestión del Ayuntamiento de Calzada de Calatrava. En pleno núcleo urbano se encuentran, por otra parte, los castillos de Doña Berenguela, en Bolaños de Calatrava, y de Pilas Bonas, en Manzanares.

Calatrava La Nueva

Calatrava La Nueva

El castillo más impresionante es, sin duda, Calatrava-La Nueva, en el término de Aldea del Rey. Digna de haber inspirado a la ciudadela de Gondor imaginada por Tolkien, a la inquietante abadía benedictina de ‘El nombre de la rosa’ o incluso a la ciudad de Desembarco del Rey de ‘Juego de Tronos’, esta impresionante ciudad-fortaleza suele ocupar los ‘top ten’ de los castillos más bellos de España.

Solo el ascenso a la fortaleza, una de las más inexpugnables de Europa en el siglo XIII, es toda una aventura. El trayecto puede atemorizar a los corazones más impresionables, con sus recodos asomados a vertiginosos abismos. Desde la altura acechan al visitante las ciclópeas murallas concéntricas, cimentadas en la roca, que protegen el núcleo de uno de los centros de poder más importantes de la Baja Edad Media en el sur peninsular. De hecho hay expertos que solo encuentran otro parangón en el mundo: el Crac de los Caballeros, en Siria, la fabulosa fortaleza de los cruzados del Hospital de San Juan de Jerusalén, declarada Patrimonio de la Humanidad.

El viajero está a punto de penetrar en la sede de la poderosa Orden de Calatrava, una comunidad de monjes y soldados de élite fundada en 1158 por Raimundo de Fítero y su amigo, el fraile aventurero Diego Velázquez. Fue entonces, como si de una enloquecida apuesta se tratara, cuando estos caballeros se ofrecieron a contener el empuje sarraceno a las puertas de la ciudad de Calatrava, a unos 50 kilómetros de aquí, en Carrión, a orillas del Guadiana. Antes lo habían intentado sin éxito los legendarios templarios, y tomar su testigo parecía misión suicida. Pero a fe que los valientes calatravos lo consiguieron. A fuerza de mandobles y cachiporrazos mantuvieron a raya a los árabes y convirtieron Calatrava en su bastión, dejando con dos palmos de narices a los incrédulos nobles de Sancho III, que antes de su victoria no daban por ellos ni medio maravedí.

Y aquí, en el lugar que ocupara el antiguo castillo de Dueñas, en la cumbre de una de las montañas más desoladas de esta infinita tierra de nadie, sentó la Orden sus reales en 1217 tras abandonar por motivos estratégicos y de salubridad su primer refugio de Carrión, que pasó a llamarse así Calatrava La Vieja.

El viajero prosigue su ascenso a Calatrava La Nueva y se acerca a la cumbre. En el cerro frontero, en el término de Calzada de Calatrava, se divisan las ruinas de otro castillo, Salvatierra, que domina un talud de maldito recuerdo porque está regado con la sangre de dos civilizaciones. Aún pueden verse los restos de Salvatierra, un fantasmal muro abandonado al horizonte como una ensoñación romántica, quién sabe si guardando el misterio de un tesoro o de ese pasadizo secreto que conduciría a Calatrava La Nueva, según apuntan las leyendas que aún refieren los lugareños.

Los poderosos monjes-soldados, que fueron adquiriendo encomiendas y regalías de las monarquías en pago a sus servicios de guerra y labor de repoblación, llegaron a convertir Calatrava La Nueva en una ciudad-estado que decidía sobre la vida y la muerte en sus dominios, de Almagro a Jaén y más allá. Pero el castillo aún transpira la rudeza de los orígenes, la de aquel año de gracia de 1217, cuando concluyeron unas obras en las que, dicen algunos, pudieron emplearse cientos de prisioneros musulmanes.

Esta fortaleza rezuma testosterona medieval, crueldad y sobriedad. A disposición del viajero hay 46.000 metros cuadrados de Edad Media, pura y dura. Tras la última vuelta del camino, el castillo aparece con la bestial grandiosidad de un refugio de guerra dotado con la más avanzada tecnología de la época para resistir todo tipo de asedios. El recinto amurallado se yergue con una belleza amenazante, muy alejada de los remilgados castillos de la nobleza castellana del Renacimiento. Pero el visitante no se encuentra únicamente ante una fortificación. Es una auténtica ciudad que protegía entre sus murallas a una población al servicio feudal de monjes y soldados. Los monjes vivían recluidos en su monasterio, protegido, a su vez, por una ciudadela, a cargo de los caballeros, que aún hoy se antoja irresistible al sitio.

La zona comprendida entre la primera y la segunda muralla albergó un arrabal en el que Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y Ayuntamiento de Aldea del Rey siguen realizando trabajos arqueológicos para determinar qué tipo de población se asentaba.

Una vez en el núcleo de la fortificación se divisan soberbias panorámicas del antiguo paso de Andalucía hasta Sierra Morena, así como un tramo de la primera línea de baluartes, una de construcciones defensivas más extensas de España. Culmina el recorrido el convento, con su claustro e iglesia, y la ciudadela, que corona el conjunto.

La joya arquitectónica es la iglesia de estilo cisterciense y porte catedralicio, restaurada parcialmente en 1979 por el arquitecto daimieleño Miguel Fisac. En ella destaca el icono de esta comarca, el gran rosetón de su fachada, cuyos nervios fueron construidos originalmente en piedra volcánica. El interior de la iglesia, de tres naves, es de una solemne belleza entre románica y gótica. La luz medieval aquí es eterna, y resalta los relieves de las marcas de cantero que se conservan en algunas piedras.

Un paseo por las murallas, colgadas sobre simas de piedra, doradas por el poniente como las de una ciudad de leyenda, descubre el porqué de la pasión que despierta Calatrava La Nueva: la sensación de peligro latente, la perturbación de un lugar consagrado a la guerra y la contemplación pero envilecido por el lujo y, finalmente, la ruina. Olvidado durante siglos pero artífice de nuestra civilización. Para bien o para mal aquí se cambió la historia de España y Europa.

Calatrava La Vieja

Calatrava La Vieja

No muy lejos, en Carrión de Calatrava, se alza Calatrava La Vieja, que fuera oasis de civilización en la peligrosa ruta de Toledo a Córdoba. Su sistema hidráulico por elevación en el entonces caudaloso Guadiana, una ingeniería árabe de corachas que acoplaba dos gigantescas norias sobre las murallas para abastecer la ciudad, maravillaba a los viajeros cristianos medievales, que usaban el líquido elemento poco más que para beber… y bautizarse.

El tamaño de la medina y de la ciudadela, que albergaban a 4.000 almas protegidas por una descomunal barrera de fosos y murallas engarzadas en 44 torres, así como la extensión de los arrabales extramuros, debieron de resultar fabulosos a los ojos de la época.

Dentro, en la alcazaba, el agua susurraba ensueños arábigos de las mil y una noches bajo los grandes arcos de herradura de la sala de audiencias, mientras los prisioneros francos languidecían en el aljibe utilizado como mazmorra.

El enclave fue edificado por el emirato omeya en 785 con el nombre de Qal’at Rabah (La Fortificación o Encomienda de Rabah). Desde entonces, la historia de esta fascinante ciudad resume el refinamiento y la brutalidad de la Edad Media en la frontera de Al-Andalus, salpicada de continuas batallas y asedios. Aquí se repartió estopa, y mucha, hasta el punto de que se ha hallado el mayor y más variado conjunto de piezas de armamento medieval de la península Ibérica.

El toma y daca fue continuo y brutal. Tras siglos de dominación árabe la ciudad fue controlada por los almorávides (1090-1147), los templarios (1150-1157), los calatravos (1158), de nuevo por los almohades (1195-1212) y finalmente, en 1212, poco antes de la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa, por los cristianos, que se emplearon a fondo con la tecnología de guerra más avanzada para conquistar la plaza.

Tras siglos sumida en el abandono y el expolio, Calatrava La Vieja fue parcialmente restaurada en los años 70 por Santiago Camacho y Miguel Fisac. Ahora forma parte de la red de parques arqueológicos de Castilla-La Mancha y aún imponen sus dimensiones, su arquitectura de guerra, sus fosos, barbacanas y recodos, la alcabaza, los restos del ábside templario, la iglesia calatrava, la bella sala de audiencias, la desoladora altiplanicie que antaño conformara la esplendorosa medina, prácticamente virgen a la investigación arqueológica.

El aspecto que presenta ahora el recinto ha mejorado bastante gracias los estudios y talleres que se han realizado desde 1984, dirigidos por los arqueólogos Manuel Retuerce y Miguel Ángel Hervás. Solo ellos y sus alumnos han hallado decenas de miles de objetos metálicos y muestras de cerámica, incluido el esqueleto de un soldado musulmán.

Sin duda, un destino apasionante y cercano para perderse en la apasionante épica medieval de la provincia de Ciudad Real.

Castillo de Miraflores

Las vertiginosas murallas del castillo de Miraflores

Otra referencia calatrava, y también muy cercana a la capital provincial, es el castillo de Miraflores, en Piedrabuena. Sometido a los vaivenes de la brutal Edad Media en la inhóspita Al-Mansha, esta fortaleza de origen árabe se convirtió entre los siglos XII y XIII, de la mano de la Orden de Calatrava, en un auténtico refugio de guerra.

Miraflores es un ejemplo de la maestría que alcanzaron los arquitectos calatravos en la edificación sobre la roca viva. El recinto es pequeño, pero sorprendentemente conserva todo el perímetro de sus murallas, que se asoman a unas espectaculares vistas sobre el valle del Guadiana y el Bullaque

Tras la última vuelta del empinado camino, el castillo aparece con la crudeza de un enclave preparado para vender cara su conquista con la tecnología de guerra más avanzada que se conocía. Dan fe de ello la pendiente de acceso, las vertiginosas murallas que se asoman como farallones en el vacío, los restos de la única torre de esta ciudadela en miniatura.

El recinto amurallado se yergue con una belleza cruda, y aunque la visita puede completarse en apenas diez minutos, depara unas soberbias vistas y un buen paseo por las faldas del monte Cerrajón.

La fortaleza no ha sido olvidada por parte de las administraciones públicas. La Diputación de Ciudad Real financió recientemente la mejora del camino de acceso. Y antes, en 2010, el Ministerio de Fomento destinó 100.000 euros, con cargo a los fondos que se generan para el 1% Cultural, en la consolidación de los muros y recorrido interior.

Efectivamente, se aprecian los resultados de restauración y consolidación de estructuras, lienzos de muralla, bóveda del aljibe y puerta de entrada. También se instalaron unas barandillas y paneles de señalización que ya se encuentran muy deteriorados.

Lejos de la grandiosidad de Calatrava-La Nueva o de la importancia de Calatrava-La Vieja, Miraflores sigue siendo un interesante enclave para comprender la historia de la provincia de Ciudad Real, y un rincón ideal para completar las rutas que regalan las bellas alamedas del Bullaque.

Castillo de Alarcos

El castillo de Alarcos

Imprescindible para conocer los orígenes de Ciudad Real es también el castillo de Alarcos, en la capital, una joya de la Edad Media española, entendida como mezcla de estilos.

Alfonso VIII se proponía repoblar la zona y construir en ella una gran ciudad cuando se produjo el ataque de los almohades en la batalla de Alarcos de 1195. Después de la victoria en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, Alfonso X trasladó a sus habitantes a una aldea próxima llamada Pozo Seco de Don Gil, donde fundó Villa Real en el año 1255, la actual Ciudad Real. De hecho, para la construcción de la nueva Villa Real se utilizaron los sillares de las murallas de Alarcos.

Este castillo tuvo su origen en la primera dominación islámica. De esa época aún quedan algunos restos, aunque entre la conquista de Toledo (1085) y la definitiva conquista de Alarcos (1212), el castillo se vio sometido a una serie de transformaciones que afectaron a todas sus estructuras.

Tras la conquista almohade, después de la batalla de Alarcos, el espacio interior del castillo sufre un nuevo proceso de readaptación y recibió una serie de caminos enlosados que llevan a nuevas dependencias con diversas funciones: alcobas, cocinas, letrinas, etcétera. A todas ellas se puede acceder desde un patio que también se encuentra enlosado.

El castillo es de planta rectangular. Para su control y defensa contó con una torre cuadrangular en cada una de las esquinas y dos pentagonales de distinto tamaño. Consta además la existencia de un foso seco en la roca madre, mientras que en el interior del recinto se conserva la población almohade, la bella ermita de Alarcos, habitaciones abovedadas y un aljibe. Destaca asimismo su entrada original en recodo y rampa, además de su torre exenta o albarrana y su muro sur escarpado

Castillo de Ciruela

Los secretos del castillo de Ciruela

Muchos son los secretos que aún guarda el castillo de Ciruela, la fortificación más cercana a Ciudad Real (apenas seis kilómetros, con entrada desde la carretera de Aldea del Rey), y la más desconocida, pese a que da nombre a una de las rondas de la capital. En la actualidad el recinto se encuentra vallado, aunque la facilidad de acceso anima a una visita al perímetro para disfrutar de las vistas que ofrece la fortaleza.

Este castillo de origen árabe jugó un destacado papel durante la Reconquista y el paraje se presenta virgen como yacimiento arqueológico. Aquí se erigió la desaparecida ermita de Santa Marina, junto a la desolada belleza de la olvidada aldea que aún conserva ciclópeos restos de las casas de labor del siglo XVIII y XIX.

Castillo de Montizón

Montizón

El este de la provincia se planta bajo la marca de la Orden de Santiago. Entre Villamanrique y Torre de Juan Abad se yergue el castillo de Montizón, la gran fortaleza defensiva que mandara construir la Orden Militar de Santiago. En concreto pertenecía a la Encomienda de Montizón, que le da nombre. Se trata de un típico castillo medieval protegido por unos robustos muros de piedra y erigido sobre una elevación rocosa del terreno, al margen derecho del río Guadalén. Cuenta con varias dependencias, aunque las que mejor se conservan son la puebla (también llamada albacara), la torre del homenaje y el patio de armas.

El conocido poeta Jorge Manrique fue comendador del castillo, y de hecho vivió largas etapas de su vida en sus dependencias, cuando no lo hacía en su casa de Villamanrique.

Este castillo fue declarado Monumento Histórico-Artístico de Carácter Nacional en abril de 1983.

Castillo de La Estrella

El castillo de La Estrella

Por su parte, el castillo de La Estrella, en el municipio de Montiel, sigue siendo objeto de actuaciones que están posibilitando consolidar la estructura de la fortaleza y localizar importantes vestigios medievales, como la torre del homenaje, la torre-puerta de la antigua villa, el edificio de la iglesia de la Orden de Santiago, una necrópolis cristiana o más de 300 piezas de un impresionante arsenal.

El castillo de La Estrella fue construido por los árabes en el siglo IX, y reformado en el siglo XIII, después de ser conquistado por los cristianos en el año 1226. Después de la batalla de las Navas de Tolosa, en tiempos de Alfonso VIII, Montiel quedó definitivamente integrado en el Reino de Castilla. Desde 1227 estuvo en poder de la Orden de Santiago que lo cedió al rey Pedro I. En este castillo se refugió el Don Pedro I, el Cruel, con los pocos leales que le acompañaban después de ser derrotado por su hermano bastardo, Enrique de Trastámara, el 14 de marzo de 1369. Sitiado por Enrique, los dos hermanos lucharon entre sí. Pedro I murió en el combate. El castillo de Montiel fue habitado hasta los primeros años del siglo XVI, y desde entonces circulan leyendas sobre sus tesoros ocultos. Que se sepa, nadie ha encontrado nada…

Puedes encontrar más información, planificar tu ruta o conocer mucho más sobre las joyas patrimoniales y naturales de la provincia de Ciudad Real en la web Turismo Ciudad Real.

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