De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (68)

Todo había quedado decidido, pues tras la muerte de la reina Isabel, las inundaciones de gran parte de Ciudad Real, el traslado de residencia hacia el barrio de Santa María, las idas y venidas con sus negocios pañeros que tanto nombre le otorgaban, Juan de la Sierra sabía a ciencia cierta que la Inquisición seguía teniéndole en el punto de mira para ser chantajeado si quería mantener su endeble estatus como reconocido mercader de paños.

Por ello, la decisión adoptada había adquirido un rumbo muy definido: debían dirigirse hacia el oeste y aprovechar las condiciones que la nueva señora de los mares, la capital lisboeta, había alcanzado, gracias a la expansión por territorios más allá del entorno europeo y sobre todo desde que con el comienzo de la nueva centuria el explorador y navegante portugués Pedro Álvares Cabral arribara a las costas del Brasil, usando para ello la recién inaugurada ruta de África por Vasco de Gama. Aquel año de 1500 vería no sólo cómo a Brasil llegaban los portugueses, sino que, unos meses antes, el mismísimo Vicente Yáñez Pinzón había descubierto las costas más septentrionales de aquel vasto espacio cuando apenas se había iniciado el mes de enero. Aquel descubrimiento de áreas geográficas, conocidas por entonces como <Tierra de Santa Cruz>, supondría la llegada de novedosos productos al suelo europeo, activándose el comercio aún más si cabe. De ahí la importancia que Lisboa adquirió, al llegar bienes tanto de oriente y la India como de los nuevos territorios descubiertos. Esta coyuntura también ayudaría al mercader De la Sierra a inclinarse por dirigir su mirada hacia Portugal. Sabía muy bien que la situación había empeorado respecto a años atrás, pero a pesar de que el rey Manuel I se había comprometido con los Reyes Católicos para que expulsase a los judíos que se asentaban en su reino, el monarca portugués sería más permisivo, convirtiendo mediante un decreto a todos sus judíos en cristianos para no dejarlos salir del país pues reconocía la importancia que tenían para que su ciudad prosperase.

Sabían que el camino hacia Fregenal debía estar muy controlado pues conocían demasiado bien los orígenes de Juan de la Sierra y los suyos. Entonces, a pesar de lo que significaba la decisión que debía tomar al abandonar la posibilidad de regresar a su lugar de origen, Fregenal de la Sierra, decidió que el rumbo a trazar para dirigirse a tierras de Portugal iría más encaminado a acceder por el puerto seco de Alburquerque, para después dirigirse a Lisboa. Para ello, sin embargo, primeramente, encaminarían sus pasos a Santarem, lejos de la populosa capital, aunque no carente de importancia pues era la tercera ciudad más poblada tras esta y Oporto, y así poder ir asentándose poco a poco en el nuevo territorio que les sirviese de cobijo. Dicha ciudad ya gozaba de un nuevo fuero desde que en 1506 le fuera otorgado por Manuel I.

Su ya yerno, Alonso Rodríguez, pues había consentido que su hija fuese desposada por él, sería el guía a partir del cual sus pasos se orientasen en aquellas tierras, aunque Juan de la Sierra, cuya fama como mercader también allí era muy conocida, gozaba de algunos contactos que podrían servirle. Pero, en ese momento, su vida había cambiado. Tenían puestas sus miras lejos de Ciudad Real y debía ser más cauto, por lo que pudiera pasar.

El día la partida llegó. El año de 1511 constituiría el inicio para abandonar Ciudad Real y dejar atrás tantos años de presiones inquisitoriales. A pesar de los sentimientos encontrados que la situación le despertada, ansiaba Juan de la Sierra estar lejos de allí, aunque gran cantidad de recuerdos le asaltarían a su memoria, agolpándose sin apenas darle tregua. Quería mantener su estatus en el mundo del comercio de paños y la localidad de Santarem había sido el destino elegido para ello. Demasiado bien conocía aquellos territorios portugueses al gozar de tantos contactos desde muy joven. Todavía recordaba muy bien cómo el monarca portugués había solicitado a los mismísimos inquisidores que le autorizasen para llevar a cabo diversas actividades, entre las que destacó aquella venta de paños supuso el gran negocio de su vida, aquel por el que consiguió suministrar durante cinco años la nada despreciable cantidad de tres mil quinientos paños siendo pagados a la finalización de la entrega a cierto precio por vara de paño tirado, y además la alta estima de la que gozaría en ciertos círculos de la Corte portuguesa. A ello se unía la estrecha vinculación personal que su hija favorita, Leonor, había establecido con un mercader portugués, llegándose a casar con él, tras recibir el visto bueno de su padre. Aquel avezado comerciante luso se llamaba Alonso Rodríguez, y se convertiría en el anfitrión y guía del más que maduro Juan desde aquel momento.

¿Qué confianza despertaba en Juan una ciudad como Santarem? ¿Era acaso su origen tan antiguo, pues se remontaba a la noche de los tiempos, habiendo estado poblada por lusitani, griegos, romanos, visigodos, moros y hasta cristianos portugueses? ¿Sería más bien el imán que suponía el propio origen de la ciudad basado en la leyenda de Santa Irene, que como Iría había sido martirizada en Tomar (otrora conocida como Nabantia) llegando su cuerpo incólume hasta Santarem? ¿O su origen como Scalabis en tiempos de la dominación romana cuyo relevante papel comercial en el Tajo medio y su capitalidad administrativa en el territorio conocido como Conventus Scalabis, parte integrante de la entonces Lusitania? ¿O quizás sería más atrayente la refundación en tiempos de los visigodos, donde adoptaron su nombre basado en el descubrimiento de supuestos restos de Santa Irene, cuya derivación daría lugar a su nombre, a pesar de que luego los moros la rebautizaran como Shantarin?

A pesar de que todas esas cuestiones podrían revolotear por la cabeza de Juan de la Sierra, lo que sí tenía meridianamente claro era el importante papel comercial que Santarem ejercía desde que fuese conquistada por los cristianos y su relevancia se había puesto de manifiesto en cómo algunos personajes importantes habían decidido que reposaran sus restos en los templos de aquella ciudad: el primer gobernador de Ceuta, don Pedro de Meneses en la Igreja da Graça, o la iglesia de Nuestra Señora de Gracia como se conocía desde Castilla, en un magnífico sepulcro gótico, y en la misma iglesia el navegante y explorador que descubrió Brasil, don Pedro Álvares Cabral.

Alfonso Rodríguez tenía ultimados los preparativos para la partida, tal y como le había indicado su suegro. Cuando Juan y su familia atravesaba la puerta de Alarcos sabía que sería la última vez que la traspasaría, que contemplaría aquellos muros, que transitaría por las calles de aquella ciudad, que compartiría experiencias con los ya escasos amigos que allí le quedaban. Ciudad Real se había convertido en pasado desde aquel preciso instante. El futuro se llamaba Santarem.

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3 COMENTARIOS

  1. Lo cierto es que el comercio entre Castilla y Portugal entre los años 1475 y 1550 fue intenso, complejo, lleno de matices y en constante ascenso a lo largo del periodo. Para nada estamos ante unas relaciones mercantiles marginales o limitadas a unos pocos mercaderes, productos o rutas. Interesante…..

  2. Gracias nuevamente por tus aportaciones Charles. Estamos en la recta final de esta segunda aventura novelística. Espero que te haya gustado y hasta pronto.
    Un saludo
    El autor

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