Los votos lúcidos no son blancos

Manuel Valero.- “Los votos válidos  no llegaban al 25 por ciento… Poquísimos los votos nulos, poquísimas las abstenciones. Todos los otros, mas del setenta y cinco por ciento de la totalidad, estaban en blanco…”

Ensayo sobre la lucidez, José Saramago

José Saramago, (Azinhaga, Portugal. 1922- Lazarote 2010) uno de los últimos literatos con L mayúscula nos volvió a sobrecoger con uno de sus originales planteamientos que le sirven como trama. ¿Qué pasaría si en unas elecciones, la participación es abrumadora y la mayoría de los votos son en blanco?  Contra lo que pueda parecer no es una invitación a desentenderse de la participación ciudadana en el momento democrático más sublime, sino una reflexión sobre el ejercicio del poder y el verdadero valor del voto como única arma, pacífica e inocua pero invencible y poderosa. La novela es aún más inquietante porque los electores de una ciudad ficticia deciden sin organización previa acudir a las urnas y depositar su voto inmaculado. Saramago era un escritor de izquierdas pero de una altura moral e intelectual envidiable, por eso no cabe sorprenderse por la concepción que el propio autor tenía sobre las democracias civilizadas o burguesas: tras ellas existen otros poderes incontrolables. Saramago fue un radical en sus posicionamientos políticos, filosóficos y religiosos que tenía en común con el Partido Iberista, que alcanzó un escaño en la Corporación local de 2019, la idea de una Iberia unida… Y como escritor era envidiable, pese a su estilo macizo de prosa sin pespuntes para reposar la respiración.

Sin embargo, en unas elecciones reales no distópicas también pasan a examen los candidatos/as sobre lo prometido, lo comprometido o lo cumplido, lo olvidado, lo frustrado o lo olvidado. La crítica de un adocenamiento fríamente calculado e inducido, la instalación en el poder como si éste fuera una ciudadela que lo aísla de la gente también palpita en las páginas de la lucidez. Y sobre todo, por qué vota cada cual, con qué objetivos. Si es un voto pasional, heredado, ideológico, práctico, intercambiable, abúlico, de nariz tapada…. Aprovecho la ocasión para aclarar que mi motivación amorosa por el voto no deja de ser una licencia literaria, una frívola viruta suelta de escritor. Hasta ahora he votado en conciencia y en paz conmigo mismo.

Pues bien, la conclusión última es tan demoledora como obvia: el verdadero poder es la gente, el pueblo, la ciudadanía, llámenlo como quieran… dando por sentado que estamos hablando de una democracia libre en la medida de lo posible. Otra conclusión es la paradoja de que una democracia blanca que colapse un sistema. 

En la novela es tal la confusión  en las mesas electorales y en el Gobierno, que en una segunda repetición el voto en blanco aumenta. Tal distopía lleva al Ejecutivo a tomar medidas represoras para buscar a los cabecillas de tan insólita revolución que hace temblar el status quo. Y hasta aquí puedo leer

Aclaremos que se trata de eso, de una distopía electoral que bebe en parte de su anterior Ensayo sobre la ceguera. Y que tal cosa está muy lejos de suceder.

Lo que sí sucede es la excesiva reacción orgánica que la clase política, o sus dirigentes, no todos, provocan en el electorado. Los casos de corrupción, y otras cuestiones generan en el personal un descreimiento que a su vez aflora en dos direcciones: la abstención (no el revolucionario voto en blanco) o el voto para otro partido.

He dicho y escrito en más de una ocasión que no todos los ciudadanos  y compatriotas que se dedican a la política son unos corruptos redomados o en potencia. La mayoría son honestos y cumplidores con su trabajo aunque eso les reporte al placentero gusanillo de estar en la tostada. Cuando no padecen, problemas, que también, pero con el analgésico del poder en dosis aceptables.

Si la democracia es la menos mala de las fórmulas que tenemos para organizarnos, ésta puede generar personajes nada recomendables. Donald Trump ha  vuelto para pelear por la Casablanca; Putin es un dirigente nada recomendable producto de una democracia oligárquica; el primer ministro británico, Boris Jhonson, el que se fue de Europa, ganó, organizó fiestas en casa durante la pandemia aunque luego dimitió. Jair Bolsonaro fue como el rey sol brasileiro, a su bola. Y en Francia, Macron un hombre sin partido se mantiene en pie frente a los serios embates sociales que ha sufrido y sufre. Se percibe un avance de la extrema derecha como reacción a la globalización y la apertura de puertas hacia un imposible mestizaje perfecto. Como reacción, regresa la izquierda postcomunista revitalizada con la causa de los derechos humanos en todas su variables. 

Y todo en directo, a pie de calle. El mundo se ha convertido en una tragicomedia planetaria con sus guerras, sus videos tik toks, sus asaltos, sus muertes en alta mar, y sus termómetros alertándonos de que lo palo va a llegar ante la visión de un desmayado glacial que se desmorona. 

Volvamos al asunto. En democracia los líquidos que la alimentan suben o bajan según los tiempos, los acontecimientos, o esa parte futurible que no tiene control y que se parece más a un determinismo incorregible que a la evolución natural de las cosas.

Y hay que votar. El voto lúcido, si lo sacamos del contexto del escritor portugués,  no es el blanco aunque sea válido. Un voto masivo de un color cambia o ratifica un gobierno, una abstención generalizada son manos libres para quien gobierna ante la indiferencia de la gente. Pero el voto en blanco masivo es peligroso. ¿Qué se consigue? ¿El caos? ¿Un nuevo sistema mejor que el colapsado?

Necesariamente democrático es asumir lo que la gente dictamine.  

Por lo que nos toca, en la provincia, ya que son generales, hay cinco escaños en juego. Unos tienen más opciones que otros. Pero luego se abre la caja de cristal ante la presencia notaria del presidente, se recuenta, se porcentúa y aquí paz y después gloria.

No habrá una mayoría de votos en blanco, supongo, (uf)como en la novela de Saramago. Habrá votos perfectamente definidos hacia un color u otro, porque si así no fuera iríamos al mundo escalofriante que el propio autor relató en su Ensayo sobre la ceguera.

Que la lucidez nos sea propicia. Y suerte.             

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2 COMENTARIOS

  1. Efectivamente. Y creo que se debe conceder el voto al que no trate de comprarlo, al que no predique café para todos, al que no pacte con supremacistas, ni con gente con las manos y la conciencia manchada de sangre y sin arrepentirse de ello, que no mienta aunque luego trate de justificarlo por cambios de opinión, que no le importe que nuestra deuda aumente desbocada, que manipule controlando a los que han de aplicar las leyes, que no respete la libertad de información,…..

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