De Marruecos y Portugal

Ya sabrán que el campeonato mundial de selecciones nacionales de futbol masculino del año 2030 se va a celebrar en España. Bueno, en España… y en Portugal; y en Marruecos; y algunos partidos de la primera fase de clasificación también tendrán lugar en América del Sur. De momento han asignado 10 sedes a España, por 3 de Portugal y 5 de Marruecos. Cuando menos, es curiosa esta forma de cooperación entre países vecinos para la realización de un acontecimiento de esta índole, que van a mantener su vieja costumbre de pugnar entre sí hasta el último momento por albergar la sede de la final del campeonato. Pero a mí, en el fondo, me agrada que países con un pasado común, tan próximos y distintos hoy en día (como España, Portugal y Marruecos) organicemos en común un acontecimiento mundial.

Hispania, Al-Andalus; durante la Edad Media, la Península Ibérica fue crisol de grupos raciales y creencias religiosas, y origen del actual mapa de fronteras. Ya sabemos, los musulmanes atravesaron el Estrecho de Gibraltar a principios del siglo VIII y en pocos años avanzaron hasta el área asturiana de la Cordillera Cantábrica y el área próxima al río Aragón en los Pirineos, donde encontraron las mayores dificultades. Poco después, la derrota en Poitiers y las duras condiciones de vida al Norte del Río Duero fijarían la frontera durante algunos siglos. Por lo demás, durante la Edad Media, en ambas partes y en épocas distantes, vino a suceder lo mismo: paz por parias (tributos), alianzas militares de interés entre propios y extraños, asedios y razias puntuales para disuadir al enemigo de la idea de cruzar la frontera, hasta que sucedieron grandes y decisivas batallas que la fueron desplazando hacia el Sur… Mientras tanto, lejos de esa zona, hubo tolerancia entre cristianos, musulmanes y judíos; una convivencia desigual pero pacífica. Los musulmanes trajeron consigo el conocimiento y el progreso de Oriente (ciencia, filosofía, agricultura, arte militar, etc.), cuyas novedades se extendieron por la Europa medieval en plena decadencia cultural y científica en los reinos cristianos. La intolerancia terminaría por llegar en ambos casos a través del fundamentalismo religioso, con sus órdenes religiosas-militares, tanto las de almorávides y almohades como las de aquellos “cruzados”, deseosos de una Iberia heredera de la Hispania visigoda cristiana y pura. Con todo, el recelo hacia los moriscos siguió incluso después de su expulsión de la Península (de sangre tan española como los cristianos), tanto por su presencia próxima al otro lado del Estrecho como por los conflictos mantenidos por la piratería o por las guerras posteriores contra el Imperio Turco. Y ya en los siglo XIX y XX, por las guerras coloniales en Marruecos y otros conflictos más recientes, como la Marcha Verde en el Sahara Occidental entre otros.

En la Edad Media, la disgregación política de los territorios que hubo a ambos lados de la frontera fueron causa de su debilidad y de disputas: mientras que en territorio cristiano surgieron distintos reinos de Este a Oeste, pocas décadas después de la muerte de Mohamed Ibn Abi Amir al-Mansur (año 1002) se disolvió el Califato de Córdoba en “reinos de taifas”, los cuales, extorsionados o disputados, perdieron territorio en favor de los cristianos hasta la llegada de los almorávides en el siglo XI. Por el contrario, la expansión de los reinos, por vía militar o por uniones pacíficas, favorecieron su prosperidad. Portugal y Castilla surgieron como reinos de un modo muy similar. Alfonso Henriques, primer rey de Portugal, declaró la independencia de su territorio, al Sur del Río Miño, en 1143, (favorecido por la crisis del Reino de Castilla que sucedió a la muerte de Alfonso VI – aquél que conquistó Toledo en el año 1085). En 1147 conquistaron Lisboa (casi unos cincuenta años antes de la Batalla de Alarcos, en 1195). Desde el mismo origen, los portugueses sintieron la amenaza a su independencia procedente de Castilla, por vía militar o por uniones dinásticas (siempre favorables a Castilla) hasta que en el siglo XVII recuperó definitivamente su independencia. Todavía en 1762, reinando Carlos III, España intentó invadir Portugal, sin éxito.

Para mí que este estado de cosas con nuestros vecinos del Sur o del Oeste, durante siglos, ha condicionado nuestra idea y nuestra relación con ellos. El sueño de un único estado peninsular se desvanece más por recelos que por anhelos. En cuanto a nuestros vecinos africanos, tenemos demasiados contenciosos abiertos como para no ver en ellos una amenaza potencial.

Lo cierto es que hace cincuenta años eran tres dictaduras; y que su futuro, nuestro presente, ha estado condicionado por los sucesos posteriores: A Hassan II le sucedió su hijo Mohamed VI, otro sátrapa que se enriquece a costa de su pueblo. En Portugal hubo una revolución incruenta. La transición española tuvo más muertos y más represión que la revolución portuguesa, transición política a la democracia que fue tutelada desde sus inicios por los mismos poderes fácticos que había con Franco.

España y Portugal firmaron a la vez su adhesión a la Comunidad Europea. Pues bien, mientras que para España el motor del progreso es el paradigma de la ambición, para Portugal es la paciencia y la fe en el devenir positivo de su propia identidad. En España creemos en una superioridad indiscutible sobre ambos países que nos hace más poderosos e influyentes, reforzado con una imagen de ambos países mucho más atrasada que el nuestro ¿Y si llegase un momento en que hubiera paridad con Portugal? ¿O con Marruecos, cuál sería nuestra situación si no fuese un país tan empobrecido? Aunque sería útil conocer datos anteriores y su evolución, algunos datos macroeconómicos nos podrán dar una imagen de la situación del momento actual. Saquen ustedes sus conclusiones. Yo, al menos, creo que siempre hay algo que aprender del prójimo.

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