Cantautores

Todo empieza a partir de una idea; una letra, una melodía, unos acordes, no importa qué fue primero, ni si fue fácil o tortuoso llegar al resultado final: ha nacido una canción. Cómo se arrope después, depende del entorno que acompañe a la voz. Pero sabemos que se trate de Pepe de Lucía, Ian Anderson o Silvio Rodríguez, el resultado final tendrá distinta etiqueta según el estilo, aunque el cantante sea también el autor de la canción. En el caso del cantautor, por encima de todo, prevalece la poesía que encierran las letras de las canciones que canta, y eso le permite envolver la música con mayor contención de medios que en el resto de estilos: basta una sencilla guitarra para poner un fondo musical a un texto con algún sentido poético puesto en una melodía que se reconozca y se quiera cantar.

Hay cantautores que se esfuerzan por conseguir un resultado musical interesante. Aunque algunos se limiten a rasguear dos o tres acordes a la guitarra, otros, en cambio, buscan profundizar en sus recursos: desplegando los acordes cuerda a cuerda (o sea, arpegiando), cuidando las líneas de bajo, buscando posiciones de acordes alternativas a las usuales, tocando ritmos interesantes… Hay melodías hechas con poco más que una simple nota repetida (que incluso a veces se deja influir por la propia posición del acorde en la guitarra), pero en otras se nota el esfuerzo de su creador por dirigir la línea hacia el grave o el agudo, por hacerla sinuosa, o por añadir contrastes. Y por supuesto la voz, jugando con sus inflexiones vocales, sus diversos matices expresivos y sus registros vocales, y poniendo el sentimiento que necesita el relato. El cantautor compone “en blanco y negro”, y si además de poner poemas en música ésta es buena, no haría falta nada más.

Es muy bonito cantar mientras suena una guitarra. Algo que debería ser ordinario, es cada vez más raro. En todos los tiempos ha habido canciones populares de origen anónimo, pero hace tiempo que dejaron de ser anónimas las canciones que escucha o canta el pueblo. Lo peor, es que hace tiempo también que dejaron de ser recientes. Paseamos por centros urbanos llenos de turistas donde alguien toca la guitarra y canta viejas canciones como si fueran nuevas. No creo que sea tanto por nostalgia o por la calidad de aquellas canciones como por la carencia de canciones recientes que sean tan atractivas como conocidas para el gran público.

A la mayoría de la gente le gusta seguir las canciones con letras que tengan algún interés; incluso si la música es bonita podría seguir sus letras, por absurdas que éstas fuesen. Sería fácil habilitarles un escenario angosto en los pubs de todos los pueblos de España para que hubiera un espacio para que los cantautores nos deleitasen con sus canciones. Pero no es así, la música en directo en los locales está en horas muy bajas: ni los empresarios de los locales están por la labor de ofrecer música en directo, ni la clientela parece demandarlo. ¿Por qué ver a un tío cantando canciones de otros, cuando puedo escuchar la grabación original con alta calidad? ¿Voy a tener que pagar por oír las canciones de un desconocido, que van a sonar a lo mismo de siempre? El cantautor moderno necesita postularse en el mercado con algo que elimine la barrera del prejuicio del público. La voz, con la fiel y única compañía de una guitarra pegada al cuerpo es a la vez cara y cruz para el cantautor. Y a diferencia de otros tiempos mejores, tampoco hay una industria discográfica que dinamice este mercado.

El cantautor siempre ha sido el juglar de su tiempo; hoy también. Siempre hay algo que contar, siempre hay algún punto de vista nuevo para viejos y nuevos asuntos. Pero por desgracia, un estigma acompaña en España a los cantautores, por muy lejos que queden los años 60 y 70, el tiempo de los Raimon, Pablo Guerrero, Labordeta, Paco Ibáñez, … “maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse”. Los años 80 trajeron un cambio de paradigma, consecuencia de la modernización del país y su armonización a la UE, que afectó profundamente a la acogida que la sociedad daba a aquel discurso de denuncia social de sus cantautores. La modernidad (o postmodernidad, por usar un término más acorde con aquellos tiempos) exigía la superación y sustitución de aquel discurso. Así pues, renovarse o morir. O morir, a pesar de renovarse. Aunque algunos ya se acompañaban de un grupo, como Serrat, Luis Llach, Hilario Camacho, L.A. Aute o Luis Pastor, ahora resultaba imprescindible dicha parafernalia. Ahora, la nueva referencia era Joaquín Sabina.

Por aquel entonces, el INJUVE (Instituto Nacional de la Juventud) comenzó a organizar anualmente un certamen nacional de jóvenes cantautores procedentes de cada una de las comunidades autónomas con importantes premios. Pero consultando en Internet, solo he encontrado algunos certámenes para jóvenes cantautores organizados por entidades locales, con premios bastante modestos, que de poco pueden servir 1.500€ como trampolín serio para una carrera musical. Cantautores de éxito nacional surgidos a partir de los años 80, como Nacho Vega, Ismael Serrano o Amaral, son una rara avis.

El cantautor es un indicador más del estado de la música popular, y de la música en general en nuestro país, un estado bastante lamentable.

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