Pin y Pon

Mi mejor regalo de Reyes fue la casa maletín de Pin y Pon. Jugué con ella muchísimo y, cuando llegó esa edad en la que crees que ya no sabes inventarte historias, la guardé. Con todos los accesorios, hasta los más pequeños. Solo un pequeño trozo de plástico se había levantado y dejaba entrever el cartón que hacía de jardín. Muy pequeño, apenas imperceptible.

Al cabo de unos años, ya en los noventa, la hostia de realidad sacudió a mi familia. Nos tuvimos que poner a trabajar todos, aunque estuviésemos estudiando. Mis compañeros de trabajo fueron los primeros que me enseñaron que la vida a veces es muy jodida. No eran jóvenes estudiantes que trabajasen para pagarse sus gastos. Eran cabezas de familia que trabajaban de sol a sol para sacar adelante a los suyos. Y yo.

La ayudante de cocina había tenido una infancia de Dickens. Luego se enamoró, se casó y tuvo tres niños. Pero unas navidades nos confesó que no tenía nada para regalar a su hija. Nada.

Aquí hago un inciso: le llegaba para algún peluche o algún regalo pequeño. Pero la niña quería algo grande, como lo que tenían sus compañeras de cole. Y ellos, que trabajaban desde que se levantaban hasta que se acostaban, no podían comprárselo porque todo superaba las 5.000 pesetas y no se lo podían permitir.

Mientras ella, llorando, nos lo contaba entre las planchas y las freidoras, yo me acordé entonces del altillo de mi habitación en el que guardaba la casa maletín impoluta. Supongo que la había conservado para que si en un futuro había niños en mi casa jugasen con las mismas ganas y la misma ilusión que yo lo hice.

No sé por qué le solté: «Yo tengo la casa de maletín de Pin y Pon entera. Si la quieres, se la pones el día 6». Ella me miró tan agradecida que me asusté. «Pero échale un vistazo primero. No sé si está en condiciones». Porque en ese momento me di cuenta de que tal vez yo estaba sobrevalorando mi posesión y mi supermegacasamaletín en realidad era una mierda y estaba destrozada de tanto uso.

Se la llevé al día siguiente para que la viera. Su marido, que era un manitas, pegó con sumo cuidado el trocito de plástico levantado por donde se veía el cartón. Y se la llevaron tan contentos. En mi vida he oído tantas gracias seguidas.

Yo tenía dieciocho años, así que os confesaré que hubo días en los que me arrepentí de habérsela dado. No sabía si la niña la aprovecharía igual que yo, si pasaría tantas horas inventándose historias y dejando volar la imaginación.

Pero, entonces, llegó el día 6 de enero de ese año. La ayudante de cocina, que se desvivía por sus hijos, montó la casa entera por la noche. Con todos los accesorios. Con Pin y Pon en el jardín. Esa tarde, como nos tocaba currar, me contó emocionada cómo le había gustado a la niña el regalo, que lo había flipado muchísimo.

Y la verdad es que no hacía falta que lo dijera. Durante mucho tiempo vi a la niña cargar con el maletín y colocarlo encima de las mesas mientras recogíamos. Ella jugaba y se inventaba historias mientras esperaba a que su madre terminara el turno. El día que vi que el jardín se había vuelto a levantar y que el ascensor renqueaba para subir sonreí. La casa maletín ya iba resquebrajándose por esquinas. Pero ella seguía jugando. Conservaba los accesorios que guardaba con mucho mimo cuando la recogía.

Todos los años, por estas fechas, me acuerdo de la casa maletín. Mis hijas no la habrían disfrutado ahora como nosotras, las de entonces, lo hicimos. Se habrían reído del teléfono fijo, del columpio, del ascensor y de la bañera. Tal vez ni siquiera sabrían qué era cada cosa. Por eso, me alegro de haber tenido ese arranque. Si la hubiera guardado, la casa maletín en una limpieza o en una mudanza habría desaparecido.

Si los juguetes tuvieran vida, la casa maletín tuvo dos. Y con ella dos niñas, una infancia un poco más entretenida.

Antes de que acumulen polvo o se pierdan en alguna mudanza, recordad que pueden tener más vidas. 😉


Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira

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3 COMENTARIOS

  1. Bonita historia, gracias por compartirla. Lástima que gestos así no consigan tanto interés como otras noticias donde la gente aprovecha para darse de palos en los comentarios.

  2. En un mundo lleno de guerras, enfrentamientos y violencia, vemos cómo un simple gesto puede generar una gran felicidad en el prójimo y satisfacción en uno mismo…tengamos más gestos así y la vida será más fácil…Feliz Navidad!

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