Inteligencia artificial o artificiosa

Manuel Valero.- Escribo más desde la inquietud que del conocimiento pero a bote pronto la Inteligencia Artificial me cae muy mal. He leído el articulo de mi compañero hipóstilo, Isidro Sánchez, cuyo trabajo de investigación sobre nuestra historia provincial -sobre todo la prensa- es encomiable, y debo reconocer que si bien no conocía la suerte (mala) de Francisco Colás sí me parece un deja vu lo que la susodicha lumbrera artificial o artificiosa redacta sobre la vida y muerte del periodista. Todos conocemos la turbulenta historia reciente de este atormentado país y cómo se las gastaba el general africano, la represión que llevó a cabo después de acabada la guerra, los juicios sumarísimos, las ejecuciones, el exilio exterior y el silencioso y silenciado exilio interior. Deduzco que a la máquina de rebuscar y sintetizar algoritmos no se le ha fundido ningún circuito al redactar el artículo. Nada nuevo con la certeza de que el propio Isidro, como ya nos tiene acostumbrados, lo hubiera hecho y escrito mejor. Es la desazón de la sustitución y la socialización de la AIlo que inquieta.

Los primeros balbuceos de la IA vienen de lejos y ya la tenemos en casa con el Google o en el móvil con el Siri. Desconozco por los vericuetos que caminará este nuevo paso revolucionario pero me temo que al vértigo que evolucionan y se socializan estas cosas, con un poco de suerte (buena) tendremos ocasión de comprobarlo. Los de mi generación, año arriba o año abajo, tenemos el privilegio de haber cabalgado lo analógico y pacer ahora en el prado inmenso de lo digital, pero si me permiten lo resumo con intencionada simpleza: hemos vivido la oficina (y la redacción de un periódico) más propia del siglo XIX y ya somos coetáneos de la segunda o tercera o cuarta revolución digital.

A primeros de los 80 cuando me incorporé a Lanza, el periódico tenía el aspecto de un vocero del tardofranquismo. Su sede anterior era un pecio decimonónico albergado en una sede que literalmente corría serio peligro de derrumbe. Pero en su nueva ubicación no había cambiado tanto: máquinas de escribir, maquetas de papel, plomo, rotativa y fotografías al uso de líquidos de revelado tradicional con la urgencia que requería un diario, que eran luego trasladadas a metal sobre tacón de madera. Todo ello conformaba la rama con destino a las tripas de una rudimentaria máquina de impresión por contacto. Incluso en mis tiempos de corresponsal de Lanza llevaba los folios escritos en el interior de un sobre que entregaba a un conductor de la AISA, antes de que me proporcionaran un fax doméstico, lo que en mi caso constituyó todo un alarde tecnológico. Luego vino la primera revolución de ordenadores chepudos dotados con un par de programas que no eran más que los sustitutos de las máquinas de escribir. Edibán se llamaba uno, creo. Cuando me retiré, Lanza ya estaba dotado de la tecnología necesaria para subsistir en el nuevo mundo digital. Teníamos internet, correo electrónico, diseñábamos las páginas al gusto y el soporte gráfico iba del ordenador del fotero/a (dicho sea con pura camaradería) al del redactor/a. Teníamos edición digital y celulares. La pandemia espoleó el teletrabajo y así hasta hoy. Sin embargo, había un hecho incuestionable: la autoría de lo escrito pertenecía al periodista y su trabajo. No existía el inquietante temblor de la sustitución.

Acabo la digresión para retomar el hilo. Es verdad que todo cambio siempre suscita interrogantes y temores. La imprenta supuso un big bang del conocimiento en su época, como el teléfono o el telégrafo. La aparición de la televisión en un mundo monopolizado por la radio y la radio en España por el régimen, hizo temer por la influencia de esta ante la potente presencia del nuevo acompañante familiar. El video y las cadenas privadas amenazaron a la televisión pública y ahora los canales temáticos conviven con una oferta más que generosa. Internet le dio vuelta a todo y los buscadores y todas las alternativas de la red son hoy una gigantesca Biblioteca de Alejandría. Podemos consultar cualquier tema o ver un concierto de Los Beatles con una simple tecla o toque de ratón. Pero este vertiginoso avance se concebía como una puesta a disposición del público del conocimiento humano y el entretenimiento. No generaba la desconfianza que generan hoy los avances socializantes de la Inteligencia Artificial. Cada avance de la Humanidad provoca al inicio una sensación de desasosiego que luego normalizamos, socializamos.

Desconocemos hasta dónde llegará la AI, cómo y para qué. Se habla de la pérdida de más de la mitad de los puestos de trabajo aunque nos aferremos al consuelo de la creación de otros alternativos, se especula con la erosión de la privacidad, con los efectos de la piratería o la delincuencia en la sociedad o en particulares, la utilización en la formación futura suplantando el esfuerzo, el secuestro de identidades, vaticinios y profecías hasta de la propia muerte, etc.

Pero lo que a uno le espanta es la capacidad de suplantación que pueda tener la IA a medida que vaya perfeccionándose  y socializándose y cuáles serán los manuales de un uso racional, (y legal) de la nueva herramienta, cual su reglamentación, sus prohibiciones  como el caso de los móviles en las aulas… La Unión Europea ya trata de legislar sobre el Leviatán del milenio alertando de sus riesgos y acotar lo que de inhumano tiene el invento. Que la UE diga que “el reglamento tiene como objetivo garantizar que los sistemas de IA utilizados en la UE sean seguros y respeten los derechos fundamentales y los valores europeos”, ya te pone sobreaviso, ¿no?

Si como en el caso de Isidro Sánchez pedimos a  la herramienta española Escribelo. ai o al Chat GPT que nos escriba un artículo ya me dirán ustedes dónde está el mérito. (No el de Isidro, que tiene mucho). ¿Es de izquierdas o de derechas la IA?  Pues supongo que según el ordenante. ¿Ha de tener preocupación por lo social, per sé, un amasijo de circuitos? Resulta curioso que en lo que toca a la creación literaria o periodística  la máquina (programa) te pregunte en qué puedo ayudarte hoy cuando debería decir en qué quieres que te suplante hoy.

En definitiva, el articulo de la AI sobre los dos desafortunados periodistas a los que alude Isidro Sánchez, no descubre nada nuevo sobre lo que a buen seguro conoce el compañero de columnaje cuyo texto y trabajo hubiera sido más completo, mejor escrito y más humano que el de esa cosa que a día de hoy, a mi al menos, me cae muy gorda y me parece más artificiosa que artificial.

Me alivio con las decenas de precedentes anteriores porque siempre acabamos por acoplar los avances a la rutina de la vida pero… ¿y si no? Yo prefiero sudar la gota gorda escribiendo una novela que pedirle  al cerebrito este que me escriba una, como seguro ya están haciendo miles de personas en el mundo. Uf.      

PD. “Antes de trabajar en inteligencia artificial, ¿por qué no hacemos algo sobre la estupidez natural? (Steve Polyak, neuroanatomista y neurólogo estadounidense)

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