20 aniversario del 11-M: La puertollanense que se asomó al horror

Miciudadreal conmemora el 13 aniversario de la tragedia del 11-M recuperando el testimonio de la puertollanense María González Monroy, que entonces contaba con 24 años. Ella fue testigo directo y una de las primeras personas que acudieron a la calle Téllez a socorrer a los heridos. También puedes escuchar su testimonio en el programa de Onda Cero Ciudad Real emitido este lunes, conducido por José Luis Juárez, en este enlace.

Una ventana al horror

A María le despertó el viento de la desolación, un huracán de cristales y metralla. María González Monroy vivía en el número 30 de la madrileña calle Téllez, y la ventana de su dormitorio asomaba a la maraña de rieles de Atocha, a apenas veinte metros del lugar donde el 11 de marzo de 2004 hicieron explosión tres de los vagones del cercanías procedente de Alcalá de Henares.

Eran las ocho menos veinte de la mañana y aún estaba en la cama. «Me despertaron las sacudidas de unos brazos invisibles y escuché una gran explosión», relata.

En un primer momento creyó que se había producido un choque de trenes, pero cuando dos segundos después, tras oír otra detonación, se asomó afuera y vio cómo agonizaban los restos de un convoy destripado, supo que se trataba de algo mucho peor.

«Más tarde me daría cuenta de que los cristales de la ventana habían estallado y cubierto toda mi cama, de que la persiana había volado, y de que los muebles y paredes de mi habitación estaban salpicados de trozos de metal». El hecho de que la joven estuviera en ese momento tumbada y arropada por las mantas a una altura inferior a la de la repisa fue lo único que regateó la desgracia.

Por encima de ella, a escasos centímetros de su cara, zumbó la onda expansiva. La deflagración afectó a sus oídos y se inflamó un tímpano. También le salieron úlceras en los ojos. Pero lo peor fue el estado de excitación nerviosa. Pese a la medicación, le fue imposible dormir durante aquellas jornadas.

María vino a Madrid para estudiar Trabajo Social, y vivía de alquiler junto sus compañeras de piso, María y Leticia. La ilusión de esta puertollanera, con el diploma de trabajadora social recién conseguido, ha sido siempre ayudar a los demás. Lejos estaba de pensar que iba ser testigo directo de la conmovedora tragedia que sacudió al mundo y que cambiaría el curso histórico de España.

Las primeras imágenes de lo que vio desde aquella ventana se han grabado dolorosamente en su cerebro. Todo transcurría bajo el manto ceniciento de la humareda. «Vi la gente saliendo de los vagones, desconcertados, tambaleándose, pidiendo ayuda; vi como se acercaban las primeras personas para auxiliarles; vi cómo corrían los médicos del centro de salud cercano. Tras llamar llorando a Puertollano, a sus padres, «mamá, papá, estoy bien, han puesto una bomba en el tren, no os preocupéis, voy a ver qué pasa», su primera reacción fue bajar para ayudar en lo que fuera posible.

«Bajamos a la calle, a repartir mantas entre los heridos que se iban acumulando en la Travesía de Téllez, a distribuir botellas de agua y ofrecer toda la ayuda que estuviera en nuestra mano». Minutos después tuvieron que regresar a casa, apresuradas, aturdidas, desorbitadas: los servicios de emergencia alertaron del peligro de más explosiones y obligaron a los vecinos evacuar las calles.

Para María y sus amigas fue tan solo el inicio de una jornada dantesca. Hasta su vivienda llegaban los lamentos de los heridos encapuchados con sangre. Desde allí fueron testigos horrorizados de las escenas que se sucedían en el interior de los vagones. Nunca olvidará los cuerpos mutilados esparcidos por el interior del tren, ni las siniestras mantas que cubrían el suelo. Nunca olvidará el desfile de las bolsas negras que surgían desde el boquete de urgencia abierto en el muro, ni el olor a carne quemada, que se prolongó hasta el anochecer.

Su vivienda se convirtió en sede improvisada de muchos medios de comunicación, que tomaban imágenes mientras los bomberos estudiaban los daños producidos en el interior del inmueble. Una planta más abajo, en el segundo piso, la carga letal de una de las puertas del tren se introdujo en el salón. En la fachada se clavaron puntas de metal como dardos acerados. En la calle, algunos automóviles aparecieron perforados por las agudas lanzadas de la metralla.

Atendiendo las obras de reparación de su casa, no pudo asistir la descomunal concentración que se desbordó por Madrid aquel 12 de marzo. Tampoco pudo regresar a su pueblo, Puertollano, para compartir con sus paisanos el multitudinario silencio del Paseo de San Gregorio, solo roto por el tamborileo de la lluvia en los paraguas.

20 años después hay cicatrices abiertas y preguntas sin respuesta, pero también una lógica de sentido histórico. Aquellos atentados, que también fueron otro de los eslabones hacia el fin del terrorismo en España, evidenciaron la fortaleza de la sociedad española en la solidaridad y el compromiso cívico frente a un mundo que, entonces y ahora, parece rotar en una órbita de horrores.

Testimonio en Onda Cero: https://www.ondacero.es/emisoras/castilla-la-mancha/ciudad-real/noticias/maria-puertollano-testigo-atentados-11m-hubo-explosion-ruido-fue-atronador-despues-silencio-absoluto_2024031165eeaaeadac83100010dea59.html

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