Memento mori: martes

José RiveroAdán, para Cees Nooteboom  es “el primer muerto de la historia universal”. Pero  Abel ¿no murió antes?
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Pero, “mientras vivimos, la muerte no existe. Cuando llega a existir,  no existimos ya nosotros. Nada es, por consiguiente, ni para los vivos ni para los muertos”, según Epicuro. Nada para nadie, ni la música, ni la muerte.

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La otra forma de muerte es la falta de afecto. Por ello, el evangelista Juan advierte que “quien no ama está muerto”. Que prolonga en sentido inverso la afirmación de que “hay amores que matan”. Amar para no morir y morir por amor, o de amor.

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Toda sábana anticipa un sudario.

Incluso y yendo más lejos, toda sábana fría del invierno interior es una premonición de la frialdad de la  lápida.

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Durante años hemos identificado la muerte a través del color en que se verifica el duelo, esto es a través del color negro. Hasta las misas de difuntos eran oficiadas bajo el control funerario del negro en albas, dalmáticas y estolas de los oficiantes. Las ropas de luto incluso, los botones de la solapa y las bandas anudadas al antebrazo, exhibían la inmaculada presencia del color negro (¿se puede hablar de negro inmaculado?) que nos ataba a la memoria doliente. Pero no todo es así. Existen culturas que verifican las mismas ceremonias de tránsito y  de olvido, de ceremonial  y de dolor bajo la prestancia del color blanco. Es eso lo que relata Ryszard Kapuscinski. “El blanco se asocia a menudo con lo definitivo, con el límite, con la muerte. En las culturas en las que la gente vive con el miedo a la muerte, los enlutados se visten de negro para ahuyentarla y aislarla, para circunscribirla al difunto. Por el contrario, allí donde la muerte se considera como otra forma de vida, una forma diferente de la existencia, los enlutados se atavían de blanco, al igual que visten al muerto. Aquí el blanco es el color de la aceptación, de la conformidad, de la resignación ante el destino”. Por ello la vida se asemeja, visiblemente, a una partida de ajedrez, jugada con escaques del miedo y de la resignación, dispuesta, blanca y negra, sobre el tablero.

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Además, esa contraposición del blanco y el negro propia de los escaques del tablero, es vista por el modisto Elio Berhanyer de la forma siguiente: “En la Mancha las mujeres se casaban de negro, con el velo, las flores y los zapatos blancos. Ese vestido lo guardaban y sólo lo se volvía a sacar para la mortaja. Esa es mi tierra”. Una contraposición que viaja de la celebración  nupcial al funeral mortuorio. Como si todo fuera uno y lo mismo, que pasa por esos advertidos por el modisto, como ‘colores de la infancia’.

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Los brazaletes, solapas y ojales del luto antiguo, prolongaban un dolor mudo, denso y oscuro. Como los hábitos y camisas con cordón de promesas varias, prolongaban un sonido muerto.

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En la contraportada de ‘Historia de la propiedad’ de Jacques Attali se fija: “Comprar para alejar la muerte”. Pero no siempre se consigue.

O, a pesar de ello, acaba llegando la muerte.

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Aprender a vivir, es casi lo mismo que aprender a morir. Casi en clave de lo escrito por Michel de Montaigne que sostenía “philosopher c´est apprendre á mourir”.

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memento-mori-12Y esa es la conexión detectada por Pascal Quignard: “El goce es contiguo al adormecimiento mortal, y el adormecimiento mortal es contiguo a la muerte”.

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Todo lo que en otros momentos fue plenitud de vida y de gozo, se presenta ahora como derrota y decadencia. Una decadencia mortuoria.

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Cuenta Proust que “Antes del cementerio, la ciudad clausurada de los viejos mantenía sus lámparas permanentemente encendidas en la bruma”. Tal vez como una cautela del temor a la sombra amenazante.

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Toda fosa, como enterramiento y como sepultura, alude a un posible fósil. Aunque no siempre será fácil la permanencia de lo orgánico petrificado.

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Los cementerios tendidos al sol tienen algo de dormitorio sorprendente. Nadie yerto y frío precisa el peine  tibio de la solana. También son sorprendentes los ‘cementerios marinos’: Albergues sin habitantes, sepulturas sin cadáveres y lápidas vacías.

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memento-mori-13Anota Julian Barnes la relación de los cementerios con los campos abandonados. “Estos cementerios son como el campo moderno: hectáreas de vacío que se extienden en todas direcciones. La absoluta ausencia de actividad humana que la industria agropecuaria ha traído a las antiguas praderas y pastos y campos cercados, es otra forma de  muerte: como si los pesticidas hubieran exterminado también a todos los campesinos”.

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La poetización de los cementerios lleva a Juan Ramón a dedicar a los cementerios varios poemas de ‘Los rincones plácidos’. De tal suerte que entona:

Oh verdín! ¡Oh cal!/

¡Amarillos huesos!/

-ojos que lloraron, /

Bocas que rieron-…/

Todo abandonado/

Bajo el aguacero”.

 

Un abandono que fija móvil y movedizo en:

 

“¡Oh, la caja negra, /

Entre los cipreses/

De oro! La tarde/

Se muere…”.

Y ese carácter dual le lleva a preguntarnos acaso:

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“¿son las rosas blancas/

manos insepultas?”.

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Esas lápidas vacías aparecen presididas por un ‘laude’, piedra labrada con una inscripción sepulcral que todos han olvidado.

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Ese vacio y ese olvido de los campos santos presupone el pensamiento de Marcel Schowb: “No abraces a los muertos, porque ellos ahogan a los vivos”.

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Al pasar por la puerta del cementerio de M. vi un contenedor con flores secas y coronas resecas como prueba de un abandono total. Aquellas flores que fueron frescas y lozanas un día, hoy muestran todo el patetismo del olvido y del paso del tiempo.

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En el cementerio de B. “¡Oh Dios mío! Refligerad por esas almas”.

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Los misterios del suelo y sus dificultades, según Jesús H. Cifuentes: “La ‘dermis’ del suelo que pisamos está abonada en buena parte por el humus formado por nuestros muertos. De esos millones de cadáveres acogidos por la amabilidad infinita de la tierra, una buena parte se transformaron en materia orgánica, más abono bondadoso para la vida vegetal futura, y otra buena parte se quedaron en formato fósil, desafiando al tiempo desde la vida pétrea. Otros, están a la espera en formato óseo, aguardando risueños a ver por cuál de las dos opciones anteriores se decantan”.

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Periferia sentimental
José Rivero

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3 COMENTARIOS

  1. El ser es y el no ser no es, decía Parménides. Esta aporía del movimiento la superó Aristóteles con el paso del ser en acto al ser en potencia.
    Pero creo que ni el ser es ni el no ser no es. Esto es, el ser es una mentira, una fábula, de la que nos damos cuenta cuando aparece el no-ser: la muerte.
    Un saludo.

    • Anoto tu comentario, para mis notas mortuorias, que siguen creciendo. Los mismos saludos, tras leer tu desespero sin palomitas, en la butaca viendo ‘Perdida’y mirando el reloj implacable.

  2. De todas las muertes de las que hablas, la única que me preocupa es la de los muertos en vida (la otra ya nací con ella y no le presto la menos atención). Ya sea por falta de aprecio y bien por falta de «vida» del finado en la propia vida que no vive.

    Con ello me refiero a mi cantinela diaria de los muertos en vida que no se preocupan por nada o los muertos en vida a los que los ciudadanos (también muertos en vida) hemos obviado en nuestro pensamiento y que, por muy muertos que estén, se trincan el 3% de nuestros impuestos en Madrid, en Catalunya y…quién sabe dónde más….

    En fin…lo dejo que estoy medio muerto 🙂

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