El coágulo y la fe de los necios

La rebelión de los gorrionesDicen de él que su sangre es dulce, aframbuesada, del color de los billetes de quinientos euros. El coágulo es un ser extraordinario, muy difícil de avistar. Mora en la serranía conquense y durante el estío desciende a la meseta para alimentarse de depósitos bancarios. Ronda los tres metros de altura y su piel es verdusca y áspera.  De figura homínida, destaca sobremanera en su cuerpo la envergadura de sus extremidades superiores, capaces de abrazar un furgón blindado, y su extrema delgadez. El coágulo camina encorvado, con lentitud, al son de la pesada cadencia de sus pasos, ajeno al mundo que le rodea y siempre aferrado a un serijo de esparto.  Viste harapos de primeras marcas y su rostro, carente de expresión y lucidez, es un collage de rasgos humanos y anfibios.

Fruto del amor prohibido entre un alcalde neoliberal y una diputada socialdemócrata, el coágulo fue abandonado a su suerte en el Alto Tajo, a merced de las fieras y los agentes sociales.  Rescatado por ninfas monetarias fue llevado al cubil de un director general de entidad financiera, que lo educó y amamantó. Creció entre sacrificios pecuniarios al Sol de La Mancha, luz de gálibo de uperisada presencia, y oraciones genuflexionadas, siempre en dirección a Seseña.

El coágulo desarrolló una voracidad crediticia incontrolable y su mentor fiduciario se vio obligado a liberarlo. Poco tiempo después sobrevino lo que se ha denominado con el eufemismo «crisis financiera mundial», eventualidad que provocó que los gobiernos del ente planetario se vieran obligados a orquestar un rescate bancario de dimensiones globales.

En la tierra del culto clientelar ortodoxo los maliciosos inspectores del Banco de España llegaron a acusar impunemente a consejeros y gestores cajeros de cruentas irregularidades y sangrantes inmoralidades inmobiliarias. Toda una sarta injusta de embustes que dejaron a incólumes profesionales de la banca y lo público a los pies de los caballos. Finalmente, la zozobra institucional acabó con una importante entidad financiera en manos de comerciantes de legumbres en conserva. Sin embargo, se ha negado al pueblo vano la verdad: se ocultó deliberadamente la prueba de la inocencia de tantos buenos hombres y mujeres que tan gran servicio han prestado a nuestra anquilosada sociedad. ¿Dónde están las evidencias encontradas durante la investigación? ¿Dónde acabaron las huellas, las marcas de garras que la policía científica descubrió en las cajas fuertes? Habrán deducido ya que detrás de todo esto se esconde la oscura maniobra de ambiciosos grupos de poder en la sombra, donde el coágulo no es sino una víctima más de la tramoya de intereses creados o, si lo prefieren, un invisible actor secundario que no atiende a loas ni a guión alguno.

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