Corazón mío. Capítulo 41

Manuel Valero.- ¿Cómo fue posible? Ni el mejor relator ni el pintor más hiperrealista podría captar en sus páginas o en sus lienzos la atmósfera de insondable abatimiento que esa tarde había tomado el despacho del comisario con un aire espeso. Las caras de Peinado, Ortega, el inspector jefe Villahermosa, la del comisario y los demás agentes de la científica eran un espectáculo inenarrable.
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Y encima, la lluvia, la lluvia persistente, inagotable, tan hostil en su machacona presencia que había empezado a verdinear las paredes de los edificios y llenado las salas de los hospitales de huesos doloridos. A veces silencio sepulcral, a veces balbuecos de frases inconexas, a veces, gritos, a veces… amenazas. La altivez de padre bondadoso del comisario se había tornado en esa ira contenida del hombre poderoso que puede cortar de un tajo el futuro profesional de un subordinado, el amable histrionismo del inspector Villahermosa había dado paso a una gravedad desconocida que lo mostraba como una persona vulnerable y dubitativa, el celo profesional de Peinado parecía ahora una simple afición de becario, el realismo bruto de Ortega, una inoperante rutina. El aire alelado de los demás agentes, agrupados al fondo del despacho del comisario, arrojaba aun más patetismo al cuadro que ningún relator ni pintor de almas hubiera alcanzado a aprehender; apenas un borrador de inexactitudes o un bosquejo de los condenados a la papelera. La lluvia seguía escurriéndose contra el cristal en un caótico mapa de venas, ametrallándolo con su repiqueteo bélico cuando arreciaba.

Y el comisario que dice:

-Maldita lluvia, así llueva mil años y nos lleve a todos de una vez.

Silencio de nuevo. La luz artificial de tubos fosforescentes apresados en absurdas rejillas de aluminio, resultaba odiosa en aquellos momentos. ¡Qué decir, qué pensar, cómo justificarlo, cómo superar aquella maldita sensación de fracaso colectivo. El fracaso individual resulta atractivo con esa pátina de romanticismo con que presenta al perdedor, el fracaso colectivo es incomestible, otorga un aspecto ridículo al grupo y los propios derrotados chapalean en el asco prójimo, ese que surge del perdedor cuando no ve a su alrededor más que otros como él. Si todos y cada uno de los que esa mañana estaban presentes cada cual con su perplejidad personal, en el despacho del comisario hubiera podido explotar allí mismo, se hubiera liado la de OK Corral, pero la policía debe ser la primera en reprimir los impulsos que activan la cólera y que en una mujer contrariada puede acabar con la vajilla destrozada por el suelo, en un hombre furioso en una reyerta de barrio y en un niño una patada rabiosa al camión que lo entretiene y que súbitamente, lo harta.

Este era el ambiente, el crudo y hostil ambiente que ese insoportable día trepaba por las paredes, los muebles, y las personas que acompañaban al comisario. De alguna manera esa perplejidad compartida los hacía también más humanos, tal vez más compañeros, más fuertes, tal vez. De vez en cuando se miraban, unos a otros como reclamándose un bote salvavidas, pero el rostro de Peinado era el de quien lo lanza antes de pedirlo. No es que fuese la excepción adoptando una postura de despreocupación adolescente, no, sólo que en medio de la decepción reinante, Peinado, consciente de la gravedad del asunto mantenía aún vivo, lo podía sentir, el presentimiento de que estaban muy cerca de echarle el guante a ese hijo de puta.

Pero mientras llegaba el final feliz de un caso que ya no podría cerrar con total felicidad, el “justiciero del Corazón”, seguía manteniendo en jaque a toda la policía de la ciudad y a los jerifaltes del Departamento de Seguridad y del Ministerio del Interior. Que el caso hubiera trapado como una enredadera letal hasta las moquetas del Ministerio era algo que el comisario llevaba tan mal como las hemorroides que padecía desde antiguo, pormenor éste que no influía sin embargo en su carácter, como sí le ocurría al inspector jefe Villahermosa en su ofensiva episódica contra el tabaco.

-¿Cómo fue posible?

Rita Rovira Rodríguez, la triple R, había sido secuestrada, a las 10,15 horas de la mañana,  mientras preparaba un programa especial, otro, sobre el turbio caso de Tony Lobera. Fue al baño y ya no regresó.

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