Villa Real: Del Topos al Logos (XXVII)

José RiveroLa Reforma de la Ley del Suelo de 1975, va a propiciar una Revisión-adaptación del Plan General de Ordenación de 1963. Entre las razones que se apuntan en el preámbulo del PGOU de 1977 se cuentan las siguientes: La razón fundamental que ha motivado la decisión de redactar el presente do­cumento, es el extraordinario desarrollo urbanístico habido en el Término Municipal durante los últimos diez años, como consecuencia de la creciente demanda del suelo residencial, industrial y de servicios, producida principalmente por el incremento de la población. Esta demanda de suelo que en principio constituye una fuente de ingresos, tanto para la comarca como para el país en general, ha desbordado las previsiones del Plan General de Ordenación de 1963, provocando importantes problemas urbanísticos de todo orden, como acumulación excesiva de densidades en el antiguo casco urbano, con las consecuentes congestiones de tráfico. Para re­solver los problemas ya planteados y evitar los que, sin en una planificación previa pudieran presentarse en un futuro próximo, se redacta el presente Plan General de Ordenación del Término Municipal, que en resumen, tiene por objeto or­denar el desarrollo urbanístico existente y encauzar el que se espera ha de realizarse en los próximos años, de acuerdo con una estructura y organización territoriales previamente estudiadas”.

tp01   Una atenta lectura de la citada exposición de motivos que abre la memoria del PGOU de 1977, supone una esclarece­dora visión de las debilidades en que se asientan las hipótesis del mencionado Plan. El “extraordinario desarrollo urbanístico habido en los últimos diez años” no es tan extraordinario como se pretende. Así los incrementos poblacionales resultantes suponen solamente un 1,10% de media anual en el periodo que va de 1960 a 1973; y con un saldo neto positivo de población de 5.222 habitantes; observándose un crecimiento natural superior de real. Esto es, existe un saldo migra torio negativo de 952 habitantes.

Por contra donde si se experimenta un crecimiento evi­dente es en el patrimonio inmobiliario. De 2.400 viviendas  en 1920, con una población de 18.991 habitantes (7,91 habitantes por vivienda), se pasa a 9.448 en 1960 para una población de 37.081 habitantes (3,92habitantes por viviendas). Es decir en 40 años para un incremento de la población de 18.090 habitantes, el número de viviendas creció en 7.048. Lo que da una media de 2,55 habitantes por viviendas nueva edificada.

En la década 60-70, a la que alude el preámbulo del Plan, el número de viviendas aumenta en 2.486, siendo el incremento de población de 4.627 habitantes. Por lo tanto el crecimiento real más ostensible en el parque inmobiliario se produce entre 1950-1960. Siendo el anterior PGOU de 1963 el que en su momento deberle de haber captado tal impacto ya que con posterioridad a la aprobación del PGOU de 1963, el número de viviendas creció en la ciudad en 3.223 unidades, y los incrementos poblacionales habidos en ese lapso de tiempo mantienen una media del 1,1%.tp02

Aún así, y admitiendo la relatividad del mencionado “crecimiento urbanístico extraordinario” para 1970 la ciudad da un índice de habitantes por vivienda de 3,49 superior al índice nacional que se sitúa en 3,19. Pero será justamente el Casco Antiguo, heredero del viejo reciento amurallado, el que en estos años de “creci­miento urbanístico extraordinario” va a experimentar una destrucción extraordinaria. En el preámbulo del PGOU de 19­77, se cita el problema de la “acumulación excesiva de den­sidades en el antiguo casco urbano, con las consecuentes congestiones de tráfico….». Resulta revelador que únicamente se mencione los pro­blemas de tráfico que evidentemente se derivan de un incremento de la densidad del Casco Antiguo; si volviéramos la oración por pasiva podríamos enunciar que la congestión de tráfico se venía eficazmente reducida con una disminución en la densidad de población.

Pero va a ser el desarrollo del PGOU de 1963 a través del Plan Parcial del Casco Urbano, de 1973, el que venga a consagrar unas elevadas tasas de densidad. Con una exten­sión de 136 Hectáreas, el PPRCU preveía una capacidad pobla­cional de 92.480 habitantes, con una densidad prevista de 680 habitantes/hectárea, frente a la de 220 habitantes/hectárea, existente en 1977. Es decir se produciría un incremento de 460 habitantes/hectárea, lo que daría un aumento medio de 115 viviendas/hectáreas. Con tales planteamientos se propicia el encarecimiento artificial del suelo urbano ya que el PPRCU favorece las rentas de centralidad que vienen a favorecer la acumulación de plusvalías en los solares del casco urbano. La política urbanística que propicia el PPRCU, dejaba entrever una concepción de la ciudad, entendida estrictamente como centro de intercambio económico (producción y consumo). El soporte físico de tal política urbanística determinaría directa­mente la degradación progresiva del Casco Antiguo. Donde se hace ver el incumplimiento del Plan de Alineaciones de 1967, así como la ordenación de las zonas Semi-intensivas, a través de la formación de patios de manzana  El aumento de la densidad poblacional y del número de viviendas su­ponía de hecho la destrucción de las tipologías edificatorias tradi­cionales. La búsqueda de la máxima rentabilidad en los solares lleva a los propietarios en unos casos, a la demolición y en otros a la ausencia de mantenimiento, propiciando de esta forma el consiguiente expediente de ruina. Las ordenan zas de la edificación, que son el desarrollo de la Normati­va del PPRCU, suponen únicamente un control sobre los volúmenes edificables, esto es sobre los rendimientos económicos que se derivan del suelo urbano. El problema generado por el progresivo encarecimiento del suelo urbano, es quizá una de las razones que motiva que en la calificación de suelo del PGOU de 1977 se proceda a designar como tal 596,68 hectáreas; capaces para una po­blación de 121.263 habitantes; dando una densidad media de 203 habitantes/hectáreas. Pero tal calificación masiva de suelo urbano, no supone un instrumento adecuado para propiciar las necesarias transformaciones que aparecen en el preámbulo de la Memoria ya que sólo en el Casco Urbano se van a sentar 96.480 habitantes del total de los 121.563. Esto su­pone un mantenimiento de las directrices del PPRCU y de su política de saturación por una parte, y por otra, supone un desajuste entre la demanda real de suelo y el suelo que se califica.tp03

Según el PGOU-77, para 1988 la ciudad dispondrá de 66.­721 habitantes aproximadamente la mitad de la capacidad po­blacional del suelo calificado como urbano. Contrasta pues, la enorme diferencia entre la población que se prevé y el suelo que se califica. Máxima si tenemos en cuenta que el PGOU de 1977 mantiene íntegramente las previsiones del PPRCU-68, en cuanto a la capacidad poblacional del casco antiguo. De aquí, que en la posterior tramitación de PG=U-77, se aconsejara por la Dirección General de Urbanismo la introducción de las reformas necesarias, al objeto de reducir el total calificado de suelo urbano. Sin entrar en una relación critica pormenorizada del PGOU-77, podemos advertir silencios significativos y omisiones singulares.

La atención del Plan, para ello basta ver la dedica­ción en páginas que le dedica, se centra en la determina­ción del soporte físico, cuantificado en hectáreas de suelo y en la elaboración del cómputo poblacional capaz de asen­tarse sobre tal suelo. Por contra, en unas breves líneas, se zanjan cuestiones tan importantes como Salud, Educación, Inversiones Urbanísticas. En todos estos casos, el tratamiento del Plan es estrictamente enumerativo. La participación ciudadana, tan­to en la redacción como en la gestión, no aparece reflejada en ningún momento, pese a que el Plan se elabora en uno tiempos, en que los “aires democráticos” han dejado de ser subversivos.tp04

Otra cuestión sin cabida en los documentos del Plan es la incidencia territorial del hecho urbano. La ciudad apare ce tratada como fenómeno puntual, sin relación territorial adyacente. Hoy que se comienza a analizar los comportamien­tos urbanos en el seno de un territorio, compuesto de ciudades y de campo, y que se pretende formular alternativas reales de actuaciones más amplias, contemplamos un estudio en el que la ciudad vuelve a ser tratada como un punto in­dependiente en el seno del territorio. Por otra parte, y atendiendo a un esquema de planificación económica (¿cómo entender un planeamiento físico sin el consiguiente apoyo de una planificación económica?) resulta difícil, cuando no inviable, formular alternativas a nivel local. Las ciudades se estructuran en el territorio y se interconexionan entre sí, formando un marco comarcal unitario. Toda acción económica debe partir de estos supuestos y las alternativas deben de propiciarse en el seno de un ente supraciudadano. En líneas generales, una crítica al Plan General, com­porta también una crítica a la ciudad que resulta; más aún, es difícil delimitar donde empieza, la ideología del Plan y donde termina la ciudad. Bastaría una lectura crítica a la Memoria del PGOU-77, para descubrir que ciudad nos está pro­poniendo. No es, desde luego, una ciudad que posibilite su entendimiento como espacio para el intercambio y las rela­ciones humanas. Más bien es una ciudad concebida desde y para la ‘lógica del beneficio’; una ciudad que es resultado de la presencia continuada del valor de cambio. Desde una óptica de la ‘arquitectura de la ciudad’ el balance no puede dejar de ser desalentador. En el trabajo de 1977, de Fernando Chueca Goitia, ‘La destrucción del legado urbanístico espa­ñol’, podemos leer a propósito de nuestra ciudad: “Nunca llegó a ser una gran ciudad monumental y en este as­pecto otras muchas de la Mancha le superan. Sin embargo tenía en su modestia una cierta dignidad como pueblo ancho, llano, de calles rectas y edificios de dos o tres plantas. En Ciudad Real no sólo se ha destruido esto, sino que se va camino de destruir el propio trazado medieval, triturado por los cambios de alineación municipales.

Periferia sentimental
José Rivero

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