Julius, mon amour (Memorias de un ladrón bon vivant) Penúltimo capítulo

Manuel Valero.- El bedel me preguntó qué tipo de folleto quería, si uno general con las exposiciones de todo el año, si el que hablaba de las bondades de la galería y su acaudalada donante, o si mi interés se centraba en uno concreto relativo a la exposición de Caravaggio.
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Yo atendía su amable disposicion sin quitar un ojo al teléfono móvil que tenía sobre el mostrador, junto a un par de revistas del corazón, de esas que se editan a rebufo de los programas de televisión que hociquean en lo menudo y en la mierda famosil. “Maldita sea, hasta aquí llega esa nube tóxica”, me dije, pero enseguida me reconcentré en lo mío. Tenía una corazonada pliniesca (de Plinio, el de Tomelloso) y barruntaba, por la extraña forma de proceder del funcionario, que el autor de la llamada podía ser alguien, digamos, interesante para el caso. Se me hacía complicado, no crean, porque lo mio, como les dije, era robar en caliente y con rapidez para dejar todo como si nunca hubiera ocurrido nada. Traté de distraerlo, pidiendo un folleto, hojeándolo, luego otro… comentando cosas de la magnífica galería y su aportación a la cultura de la ciudad y del país. Mi objetivo era el teléfono móvil. En un momento en el que el hombre estaba de espaldas lo distraje con mi maestría habitual… Después le rogué que me pasara un folleto-libro con la vida y milagros de El Greco que había en el anaquel más elevado de un mueble justo detrás del mostrador. Para ello el funcionario tenia que ayudarse de una banqueta, pues era muy bajito. Para mi habilidad, tiempo suficiente. Apenas se giró, encendí el teléfono, fui a llamadas recibidas y ahí estaba, con tanta suerte que se trataba de un teléfono fijo. Lo memoricé de inmediato y volví dejar el móvil en su sitio. Le dí las gracias, pero antes me quedé con el folleto específico de Caravaggio. «Como quiera», dijo mirándome entre curioso y cumplidor de su trabajo, pero sin sospechar nada. ¡Qué iba a sospechar! Todo estaba en orden. Salí a escape, repitiendo el número de teléfono, una y otra vez. En la calle anoté el número en mi teléfono y llamé. Al tercer tono, una voz solemne me dijo: “Residencia del marqués de Vigara, dígame” «¿Oiga, oiga…?» disimulé que tenia problemas con la linea… «¿Es la casa de Antolín? ¿Oiga?..». y colgué. «¿Quien era, Bautista?», sí, se llamaba Bautista el mayordomo, qué le vamos a hacer. “Nadie, un imbécil paleto que preguntaba por un tal Antolín. Por Dios qué vulgaridad” «Bah, prepárame el baño Bautista”. Se preguntarán por qué detallo una conversación en la que yo no estaba y que se produjo cuando colgué el teléfono. Bueno, luego se supo todo, en las diligencias del juez, los informes de la policía y las propias declaraciones del marquesito durante el juicio.

Bien, ya había dado un paso de gigante. Al menos eso me decía mi intuición. Podría tratarse de un probo aristócrata que evade sus impuestos como es debido que nada tuviera que ver con el robo del Narciso, pero todo empezaba a encajar apenas iniciadas mis pesquisas. El bedel de una galería de Arte de la que habían robado un cuadro, hablando al día siguiente por teléfono con cierto misterio con un marqués. ¿Raro, no? A mi me lo pareció, de modo que me dediqué al siguiente paso para planear lo más importante: si todo apuntaba, si no al autor, al receptor del cuadro, no había mas que hacer una visita a la mansión del marqués. ¿Que porqué deduje que el marqués vivía en una mansión y no en un piso grande en Cea Bermúdez, por ejemplo? Me pareció lo más lógico como así me demostró mi búsqueda inmediata para casar teléfono con domicilio y mi documentación fresca obtenida en la red, muy copiosa, por cierto, sobre el marqués de Vigara. Un hombre culto, de activa vida social, promotor de acciones solidarias, de ésas que hacen los ricos para aplacar sus conciencias, condecorado por el mismo Rey y miembro de la Real Academia de las Artes de San Fernando. «Menudo pájaro. Como me salga bien el temita, me forro. ¿Te forras? ¿Pero no es lo tuyo un robar bueno para fastidiar a los malos? Si, pero este es de los malos buenos o de los buenos malos con más caras que el cubo de Rubik y forrado de pasta», asi hablaba el Julius normal con el Julius ladrón. Veré como lo hago pero de esto saco tajada para mis gastos. Tenia pasta, sí, por mi curro y mis finanzas y me gustaba vivir bien y suspirar con chicas de buenísimo ver, y cenar en buenos restaurantes, ir a la opera, al cine, a la sierra en invierno… todo lo que un vividor de bien, como yo, tiene y debe hacer.

Sin más demora acopié datos: la vida y milagros del condesito y el lugar donde efectivamente estaba su mansión. En un barrio residencial para ricos de siempre, alejado del otro barrio residencial de los ricos de ahora: Camino del Hierro, número 36.

Me di una ducha, llamé a Juani, vino Juani, follamos un rato, y por la noche cogí mi buga y me fui al Camino de Hierro. Iban a saltar chispas.

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