Sombras

joseRivero2La sombra como contrapunto de la luz.

O como una luz diferida y aplazada.
También la luz  como contrapunto de la sombra.

En una rara hermandad de brillos, soles, penumbras y tinieblas.

¿Pero no serán ambas, luz y sombra, de la misma naturaleza?

La luz disuelve la sombras, de igual forma que las sombras descomponen la luz.

Así, hasta ayer mismo, cuando se pudo decir con imprecisión en el poema ‘Et in Arcadia ego’, de Ángela Vallvey.  :

images «Te encontré en la alameda, cuando ya la noche
se desmayaba entre los árboles
»

Justamente, esa es la hora de la disolución de una en la otra. La hora ‘cuando se desmaya la noche’.

Aunque esa hora sería más evidente llamarla como ‘el desmayo del día’. O el desmayo de la luz.

Hay una forma de referirse a la muerte como ‘la sombra’; dando a entender que su contrario –la vida- es todo un espacio solar fuertemente iluminado.

Aunque bien sabemos, que eso no siempre es así. Hay vidas oscurecidas, indistinguibles de la sombra misma.

Quimera de la pintura. Pintar la sombra, pintar los reflejos de uno en el agua y en el espejo.

Sostiene el pintor David Hockney que en Oriente, en la India, Persia, Japón y China, no se pinta la sombra.

Siendo por ello una cuestión pictórica, exclusivamente occidental.

Como si en el Oriente, en el Sol levante, las sombras huyeran hacia Occidente, y fuera imposible su captura.

Cuestión pictórica, exclusivamente occidental, la de la Sombra que permite entender el furor luminista del Barroco. Produciendo modelos pictóricos bajo la estela del Tenebrismo.

Mantiene Aurora Gómez Campos que “la ‘sombra de viejo’ es uno de los nombres más bonitos de aquel vocabulario perdido. Las paredes encaladas de los patios se remataban en el límite del suelo con estas pinturas color sepia o gris que, efectivamente, parecía la sombra de un viejo sentado al sol”.

Donde uno no sabe de qué dudar más si de la ambivalencia del gris desvaído que viaja hacia al sepia o de la pretensión de dar color a  la sombra y , más aún, de una sombra que colorea la espalda de un anciano.

la-sombraBien cierto es, por otra parte, que en algunas zonas rurales se usa el recurso de la técnica de rematar el encuentro del zócalo coloreado del paramento con el plano horizontal del pavimento.

Hay incluso una foto gloriosa de Ramón Massat denominada ‘Tomelloso’, en la que una mano arrugada y desportillada mantiene el pulso difícil de esa línea o raya zigzagueante que delimita dos universos y trata de voltear una esquina.

Llamar a ese trazo desigual por un color impropio como ‘sombra de viejo’ es retomar la dificultad de la rectitud del trazado –como en la imagen de Massat- y por ello queda el vacilante ‘pulso del viejo’.

El color de la sombra es, por otra parte, no menos vacilante que el pulso de la vejez y hay toda una gama de entonaciones y coloraciones posibles de la sombra.

Tal vez como consecuencia de que, en el fondo, no hay sombra sin un residuo postrero de luz. Hasta en Tanizaki y en sus interiores nipones de su ‘Elogio de la sombra’, hallaremos esos chispazos breves que iluminan la densidad de la oscuridad interior de una laca o el brillo corto de un tibor de cerámica.

Por ello hay sombras cálidas que se nutren de púrpuras densos o de azules cargados.

También hay sombras frías abastecidas por las baterías de los grises lavados o por los verdes desleídos.

Incluso hay sombras refrescantes, como aquellas que pintábamos en los patios sevillanos con violetas y morados como poso de la sombra iluminada.

Aunque para Eduardo Arroyo: “y no sé por qué, pero la sombra tiene siempre el color de la tierra tostada”.

Como si cierta sombra proviniera del fuego que matiza el tueste y dora los objetos y viandas.  Pero ese fuego, en exceso, puede quemar y rebasar los límites del tueste.

También la pretensión del ‘darkligth’, como luz oscura o como oscuridad luminosa.

La otra afirmación sobre la sombra es la antítesis del dibujo firme que proporciona la luz estallante y resplandeciente. En palabras de Benedetti: “todo se va borrando, todo pasa a ser sombra y vacío.

Aunque pueda sospecharse que no todo lo umbrío equivale a un vacío uniforme.

Si con Goethe “los grandes acontecimientos proyectan grandes sombras”, podremos mantener que todo lo que luce tiene su lado oscuro y su consecuente  sombra.

Sobre el problema pictórico de la sombra  hay que entender a la Sombra como el límite aparente de la visibilidad que inaugura un territorio preservado de la Luz.

Retomando tal vez esas posiciones el ‘Ars magna lucis et umbrae’ de Athanasius Kircher, tal y como relata Manlio Brusatin. “A partir de aquí, la función de la privación de la luz actúa directamente sobre los cuerpos para inducir las tonalidades cromáticas que son más o menos liberadas de este mundo cercado por el espesor del aire, y para poder generar la dominante de los colores desde el punto de vista de la sombra, que parece ser luz más ligera”.

Luz más ligera, pero ¿cuánto pesa la luz?

La luz y la sombra como parte de lo mismo en el poema de Ted Hughes: “Donde la piedra del cielo/ Muele la luz y la sombra”.

La otra visión, la de Andreas Huysen: “El olvido es siempre la sombra de la memoria”. Pero toda sombra precisa un foco que proyecte luz, y lo que la luz no desvela es propiamente la sombra.

Aunque haya una sombra propia y una sombra arrojada.

Aunque haya tanto olvido en lo propio como en lo arrojado.

Aunque esa ‘garúa’, que designa tanto a la llovizna como a la neblina, en Argentina da letra a un tango homónimo, de Enrique Cadicamo:

Qué noche llena de hastío y de frío!

El viento trae un extraño lamento
Parece un trozo de sombra, la noche;
y yo en las sombras camino muy lento.
Mientras tanto la garúa
se acentúa con sus púas
en mi corazón”
.

Lo raro. Hay veces que no se ve el humo, pero sí se ve su sombra. Si el humo no se ve se tambalea el refrán  “A la hora de la quema se verá el humo”.

Escribía Aldo  Rossi en su ‘Autobiografía científica’ que “el tiempo de la arquitectura ya no se me aparecía con su doble naturaleza de luz y sombra, o como envejecimiento de las cosas, sino como un tiempo de desastres que arraiga en ellas”.

También las capturas realizadas por los ojos parpadeantes de la poesía. Como realiza Vallejo en ‘Los heraldos negros’:

Todos saben… Y no saben

que la Luz es tísica,

y la Sombra gorda”.

José Rivero
Divagario

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