La mujer del Valle (6)

Un muchacho asustado como un niño atrapado en un sótano oscuro. Eso fue lo que se encontró la policía cuando localizó al antiguo novio de Araceli Sotelo. No hubo la más mínima grieta en la consistencia de su declaración, ni una contradicción por ínfima que fuera.
relatovalero

La mujer del Valle

Manuel Valero

Capítulo 6

El testimonio del joven no era el resultado de una mentira ensayada, ni el de un experimentado simulador, ni el de un psicópata frío como un hierro a la intemperie. Era el resultado de la verdad desnuda, la misma verdad que dijo a la policía bajo los efectos del terror cuando se vio rodeado de uniformes y ante el juez y tomado por la severidad litúrgica de la Justicia.

Tuvo relaciones con Araceli a lo largo de una gira por el país para representar una versión juvenil de El lago de los cisnes. Hicieron el amor cuando pudieron y cuanto quisieron, se divirtieron juntos y cuando acabó la gira con una última función en Salamanca, cada cual tomó su camino. Ni siquiera sabía de la muerte de su exnovia hasta que la policía se presentó en su casa. No pasó lo mismo con la Charito, que no se detuvo a nadie, que nunca floreció en los labios de la gente el nombre del presunto autor de su muerte a pedradas.

Tímidamente circuló el nombre de un empleado de unos almacenes, del que se decía, padecía una extraña esquizofrenia, que merodeaba por los puestos de la casquería, las vísceras y las patas que manoseaba y se las llevaba a la nariz para oler aquel prontuario de órganos animales. La Charito lo espantaba y el muchacho se alejaba de su placer olfativo sin prisas como si le diera igual. Pero el desgraciado murió a los cuatro días en su cama de un ataque de asma, producido por un árbol que trajo el ayuntamiento de unas islas remotas y que mandó al hospital a una buena cuota de vecinos y a otros tantos al camposanto. No fue más allá ese inocuo rumor y la policía tardó unos minutos en comprobar que la noche que mataron a la Charito, el recadero de los almacenes estaba en su casa, con su madre.

Y si era la carcasa nívea y hermosa que se encontró Capitán hociqueando mientras olfateaba las turinas del valle… ¿por qué era el cuerpo de la Charito el que no se podía quitar de la cabeza? Eran como ondulaciones en su cerebro. Veía una esquina solitaria, con un desconchón que dejaba ver el descarnado ladrillo como una dentadura putrefacta sobre el que se engarzaba un oxidado farol cuya bombilla mortecina y famélica cuando alumbraba, llevaba ya dos años rota4s por las manos certera de los amantes callejeros. Era la imagen de la Charito la que se emulsionaba en su cabeza pero era la de Araceli Sotelo la que reproducían los periódicos en sus ediciones de urgencia de la red y luego con más texto y detalle en la edición de papel. En realidad sólo sobrevivía un único diario a la barahúnda de diarios que florecieron en los años de la bonanza antes de que la virtualidad se adueñara de las relaciones carnales de los hombres.

Allí estaba la chica. Abdón la miraba una y otra vez. La miraba y la escrutaba con sus ojos acuosos pero sorprendentemente sanos. Si acercaba la cara al ordenador era por un acto reflejo hasta que recordaba que con un simple movimiento del dedo sobre el ratón podría ampliar la foto de aquella mujer, insultantemente bella en su desánimo mortal y en su eternidad inmóvil. Se fijaba en las cicatrices numéricas que le habían hecho a fuego. Y eso lo exasperaba. Más que la mera aparición del cadáver. Al fin y al cabo, la ciudad como todas las ciudades del mundo está viva sobre la faz de la tierra y cobija a ciudadanos buenos y malos, equilibrados y perturbados, a los propios y a los que pasan de largo que también son malos y buenos y pervertidos. Ninguna ciudad está libre del crimen, aunque fuera una ciudad pasmada en el marasmo de una tranquilidad milenaria. En cualquier momento ocurre y todo toma un nuevo significado, como si la historia de la ciudad se contara a partir de ese día y año como hizo Cristo con la Historia grande. Donde está el hombre está el mal. Y el bien, Abdón. Todos somos malos pero nos contenemos, tenemos una inclinación más natural al mal que al bien. Lo que pasa es que la inclinación hacia el bien es más espontánea, policía. ¿La tendencia al mal es más natural y la tendencia al bien, más espontánea? Estoy seguro que ni con una tesis de cien folios es usted capaz de explicar coherentemente esa contradicción. No hay ninguna contradicción, el hombre es malo por naturaleza.

Ningún animal mata por que sí y mucho menos se regodea con el cuerpo de la víctima y menos aún lo firma diez o veinte veces por todo el cuerpo. No hay que ser animal para hacer eso; hay que ser hombre. Abdón desarrollaba su teoría de la existencia sustentada en sus experiencias lectoras cuando dejó la mina y se puso a leer y a estudiar. Primero leyó hasta las farragosas explicaciones de los pies de páginas una Historia de las Ideas Políticas de Touchard, luego una breve historia de Grecia y de Roma y se atrevió con una Historia Universal de dos tomos cuando le cogió el tranquillo y se le ampliaba el gusto por el conocimiento a medida que notaba que su cultura personal y su erudición crecían como una flor muy querida que se alimenta todos los días. Después vinieron las biografías de grandes hombres. Y pendejos, también. Obras de Filosofía y la Literatura. Leyó hasta el aburrimiento y su mujer lo amenazaba con una locura sobrevenida como le ocurrió a don Quijote y más en carne mortal, a Guerrero, un viejo eremita que se fue a vivir a una covacha del cerro cuando los años de la Dictadura. Pero Abdón le decía que la única locura era no saber encajar las letras en el entendimiento porque eso es lo que procuran los hombres que sí las descifran: utilizar y manipular a la ingente masa ignorante.

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1 COMENTARIO

  1. El hombre puede ser una especie de vicioso y desalmado míster Hyde y un altruista doctor Jekyll, cuya hipotética liberación debería pretender cualquier nuevo elixir social transformador.
    Es el encuentro intelectual del gigante del colectivismo con el titán del individualismo.
    Al fin y al cabo, el socialismo cree en la bondad natural del hombre, mientras el capitalismo explota su maldad original.
    Seguiremos muy atentos…..

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