El escultor que vino de otras tierras y cuyo origen parecía controvertido: Giraldo de Merlo

Cuando uno echa la vista atrás a este año pandémico que está a punto de finalizar, pareciera que el COVID hubiese arrasado con todo tipo de efemérides por celebrar en este dual 20-20. Sin embargo, no todo ha sido pandemia, ha habido bicentenarios como el del Museo del Prado, centenarios de personajes como Martín Lutero, Pérez Galdós, Delibes o Beethoven, etc., etc.

En cuanto a nuestra ciudad, tampoco ha estado exenta de las limitaciones que impuso desde el pasado marzo el tan manido coronavirus, aunque también ha habido fechas que recordar. Así, aunque poco a poco, se van celebrando algunas de las actividades previstas para el VI Centenario del otorgamiento de la condición de ciudad en tiempos del monarca Juan II de Castilla para nuestra Ciudad Real. Pues a ello habría que unir, aunque tenga carácter luctuoso, otra efeméride muy vinculada a esta ciudad y más concretamente a uno de sus edificios más representativos: la Catedral.

Conversemos, pues, con un personaje en cuestión que nos descubrirá los secretos y avatares de su vida.

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M.C.V.: Buenos días, Maestro. Habitualmente cuando entrevistamos a algún personaje le invitamos a que él mismo sea quien se presente y que nos hable de sus orígenes, dónde nació y antecedentes familiares. ¿Tendría usted la bondad de hacerlo?

G.dM.: Faltaría más, Sr. Cabezas. Cierto es que mis orígenes han sido motivo de conflicto a la hora de ubicarme en un concreto lugar de nacimiento. Mi nombre es Giraldo de Merlo y ni soy genovés ni tampoco portugués, sino de Flandes y más concretamente de la ciudad de Utrecht. Nací en el año de 1574 y mis padres se llamaban Nicolás de Merlo y Xisberta Chanif.

M.C.V.: Muchas gracias, Maestro de Merlo. Este era uno de los aspectos que había suscitado gran interés, su controvertido origen, pero ¿qué me puede decir de su inclinación hacia el mundo de la escultura? ¿Qué causas le motivaron para elegir tal profesión?

G.dM.: He de reconocer que en mi familia no había antecedentes vinculados al mundo de la escultura, aunque sí en mi lugar de origen, Utrecht. Sin embargo, cuando contaba pocos años los talleres escultóricos allí existentes desaparecieron al iniciarse un clima convulso con motivo de las revueltas protestantes. Fue entonces cuando mi padre decidiría enviarme más al sur, con el fin de que pudiese crecer y encauzar así las dotes artísticas que el mismo había percibido. Alejándome entonces de aquellos problemas que la religión generaba me enviaría a una zona católica, como fue el caso de la ciudad de Amberes, lugar donde parte de mi familia se dedicaba al mundo del arte. Allí nacería un primo mío, con el que más adelante trabajé en otras tierras, Juan de Aesten.

M.C.V.: Ciertamente, los conflictos existentes entre España y las Provincias Unidas, estando el clima religioso muy volátil por entonces, no servían de trampolín precisamente para iniciar una prometedora carrera de escultor vinculado con el mundo religioso eminentemente católico. Era lógica pues la aventura hacia tierras más proclives a sus dotes artísticas, y España era un buen campo de pruebas.

G.dM.: No cabe duda de que mis comienzos en España, de la mano de mi primo Juan, trataron de buscar algún lugar donde poder ejercitar mis cualidades. Así habíamos oído hablar de la afamada tierra donde El Greco residía: Toledo. Allí nos desplazamos y el trabajo desde entonces fue, para mí, incesante.

M.C.V.: Antes de proseguir con el ámbito profesional, en Toledo parece ser que no sólo encontró trabajo, ¿no es así Maestro De Merlo?

G.dM.: Así fue, pues en octubre de 1603 tuve la dicha de contraer matrimonio. Con anterioridad había conocido, dada mi vinculación laboral con el mundo religioso, a la hija de un presbítero de Ciudad Real, don Antonio de Fonseca y Silva y de María de Ávila, que se hallaba viudo por entonces. Ella se llamaba Teodora de Silva y la única condición para percibir la dote de 800 ducados que aportaba era la de casarnos en un plazo de dos meses. Desde entonces mi vida fue más estable, pues me sentí en Toledo como vecino de pleno derecho además de gozar de diversas ofertas de trabajo que fueron surgiendo desde entonces. Con Teodora tuve la fortuna de tener cuatro hijos: Nicolás, Margarita, José y Manuela, lo que me llenó de alegría, aunque por mi trabajo no pudiera disfrutar más de ellos.

M.C.V.: Así pues y a pesar de la descendencia que tuvo con su esposa, tuvo durante años muchos encargos en diferentes lugares, más allá de la mismísima ciudad de Toledo, en la que luego nos centraremos. Hábleme un poco de ellos, Maestro.

G.dM.: Como bien dice Vd., Sr. Cabezas, los encargos me llegaron más allá de la población donde yo mismo residía, y por ello tuve que desplazarme para acometer diversas labores. Así, ya en enero de 1605 tuve la fortuna de recibir un encargo para llevar a cabo una imagen de San Roque que iba destinado a la iglesia parroquial de Santa María Magdalena de Toledo, siendo la hermandad de San Roque y Nuestra Señora de la Encarnación la titular a la que iría destinada dicha obra.

Meses más tarde, desde la mismísima sede arzobispal recibiría un encargo para la parroquia de Nombela, que por mediación de mi amigo el platero Andrés de Salinas, me haría cargo de la hechura del artesonado de madera de una nave lateral, templo en el que más adelante realizaría el retablo de su capilla mayor (1619).

Al año siguiente, 1606, me encontré ante la difícil tesitura de llevar a cabo la escultura de San Sebastián para su ermita homónima de la villa de El Romeral. Abril sería cuando ocurrió aquello, y la policromía de mi talla correspondería al pintor Pedro López. Las exigencias del mayordomo del templo, don Cristóbal de Villalobos, en cuanto a cómo debía ser la imagen, medidas, tipo de madera y otros menesteres, nos llevó incluso a entrar en algunos litigios a la hora de cobrar dicho encargo que se prolongarían más allá de ese mismo año, algo que ya prefiero no recordar.

Por entonces, tras haber regresado a Toledo, en el mes de agosto recibimos el pintor Mateo de Paredes, con el que colaboré en más de una ocasión, y un servidor, el encargo del Duque de Béjar para realizar el retablo de Villarta de los Montes, en Badajoz, obligándonos a finales de año a un retablo lateral para aquella misma parroquia.

No había hecho nada más que comenzar el 1607 cuando proseguían los trabajos a realizar: un <Cristo a la columna> recomendado por el pintor Jerónimo López, un escudo de armas para la Capilla del Sagrario de la Catedral encargado por Juan Bautista de Monegro, el retablo de Bayona de Tajuna o Titulcia (Madrid) con la labor pictórica del mismísimo hijo de El Greco, Jorge Manuel Theotocópuli, y, sobre todo, las esculturas del monasterio de San Pedro Mártir, las conocidas como las Cuatro Pascual, que serían trazadas por Juan Bautista de Monegro y ensambladas por Juan Muñoz.

Aún continuábamos con las tallas de San Pedro Mártir en el año de 1608 cuando el 4 de febrero la cofradía de San Roque y Nuestra Señora de la Encarnación de la parroquial de la Magdalena me encargarían un retablo con la imagen del Santo.

En meses posteriores también recibiría obras de la villa de Fuensalida, a cuyo párroco le había otorgado un poder para que cobrase lo que le debían de una casa que tenía en Madrid. En julio el aposentador de palacio y arquitecto real Francisco de Mora le encargaría otra obra, contratando con ello las estatuas para la fachada de la iglesia conventual de San José de Ávila.

Aún quedaban unos meses para finalizar este 1608 cuando desde Sigüenza me llegaría el encargo del retablo mayor de su catedral, trabajando con Sebastián Rodríguez como ensamblador de este. A esta gran obra se sumarían algunos encargos menores para la parroquia toledana de Santa Justa y Rufina y de Santa Leocadia.

Finalizaría este año con el encargo el 16 de diciembre del retablo mayor y la sillería del coro de San Pedro Mártir de Toledo.

Al año siguiente, 1609, y durante dos años más, llevaría a cabo el retablo de la capilla mayor de la Catedral de Sigüenza, que inicialmente había sido confiada al escultor real Pompeyo Leoni por el obispo de Sigüenza y miembro del Consejo Real fray Mateo de Burgos, aunque al fallecer este había dirigido un poder a Su Eminencia para recibir dicho encargo.

Sin embargo, Toledo seguía reclamándome y en abril recibiría el encargo de labrar el conjunto escultórico de la cofradía de San José para el monasterio de Santa Catalina.

Continuaba igualmente con San Pedro Mártir. Intentaba nuevamente cobrar la obra de Bayona, me vi envuelto en un pleito de mi compañero Jorge Manuel Theotocópuli, y más proyectos surgieron entonces: un retablo para la ermita de Nuestra Señora del Socorro de Colmenar Viejo (Madrid) y una imagen de la Concepción para la Colegiata de Torrijos.

Finalizando 1610 tenía nuevos encargos en Toledo. Había fiado a Cerezo para intervenir en las obras de San Pedro Mártir, continuaba con mis litigios de Bayona y finalizamos, colaborando con Cerezo y Alonso Sánchez Cotán, el retablo de San Juan Evangelista del monasterio de San Antonio de Padua. Los dominicos seguían dándome trabajo con sus tallas, a pesar del frenesí de aquellos años.

M.C.V.: Precisamente en este año de 1610 me quería detener, pues tengo entendió que a partir de ese año estableció algún tipo de vínculo con mi ciudad, Ciudad Real. ¿Acaso recibió algún encargo aquí? ¿Qué me puede decir al respecto?

G.dM.: Así fue, Sr. Cabezas. Al comienzo de la década siguiente recibí un encargo más allá de Toledo, al sur de esta, concretamente en Ciudad Real.

Según tengo entendido, hubo un señor llamado Juan de Villaseca que había obtenido fortuna en Méjico y había sido secretario del virrey don Luis de Velasco, Marqués de Salinas.

La devoción que profesaba a su Virgen, Nuestra Señora del Prado, le llevó a costear el retablo mayor para la iglesia donde se acogía su Patrona. ¡Diez mil ducados se había dispuesto destinar para tal fin!

Durante el año siguiente, los representantes del Sr. De Villaseca y los míos propios tuvieron a bien aceptar las condiciones que el donante requería, para lo cual además de mis tallas y las pinturas de mi primo Juan de Haesten -aunque sobre todo estuvieron trabajando en ello los hermanos Cristóbal y Pedro Ruiz Elvira-, se fijaba que la traza sería la que procedente de Indias había firmado Andrés de la Concha, entre otras condiciones. Varios años duró aquello.

M.C.V.: Así es y aún sigue en pie, gracias por ello. Pero volviendo a su labor más allá de Ciudad Real, aunque ya hemos observado que realizaba varios proyectos de forma paralela, ¿qué me puede decir a partir de aquél 1611?

G.dM.: Al año siguiente, además de que aún continuaba con el retablo de los dominicos toledanos y sin haber satisfecho el cobro de Bayona, intenté trasladarme a Madrid con el fin de cobrar la obra de Ávila.

Todo continuó con los proyectos pendientes, salvo un poder recibido para cobrar a Andrés de Salinas una manga de cruz en 1613.

Los cambios vendrían en 1614: la sillería de Toledo y del retablo de San Pedro Mártir fueron llevadas a término, los proyectos de Sigüenza y Ciudad Real iban bastante avanzados, por lo que me vi nuevamente con las manos menos ocupadas para admitir nuevos proyectos. Así ocurrirá con el contrato de cuatro retablos colaterales para la iglesia parroquial de Rascafría, junto con el pintor Mateo de Paredes y el escultor Juan Fernández.

Sin embargo sería en 1615 cuando recibiría un nuevo gran encargo, de la mano de los elogios recibidos por Juan Bautista de Monegro y, junto a Jorge Manuel Theotocópuli, los jerónimos nos encargarían el retablo del monasterio de Guadalupe.

Por entonces nuevamente tuve que andar de un lugar para otro para ultimar los proyectos pendientes: en abril, tras recuperar mi maltrecha salud, me trasladé a Sigüenza para retocar el retablo. Después volví a Toledo antes de encaminarme a Guadalupe.

A partir de entonces los proyectos fueron finalizándose: en febrero de 1616 y todo el 1617 permanecería en aquel monasterio, habiendo contratado para ello igualmente la obra pictórica de Vicente Carducho y Eugenio Caxés; por entonces ya también había finalizado el retablo de su ciudad (1616), y en 1617´contrataría la realización de las esculturas orantes del retablo guadalupano, además de la talla de diversos bultos y relieves. 1618 significó mi despedida del proyecto del monasterio de Guadalupe, aunque el cobro lo percibí a través de un juro.

En aquel año con Monegro contrataría un retablo para el monasterio de Santa Ana en Toledo, para doña María de Silva, y a finales de este contrataría la obra del retablo mayor de la parroquia de Nombela.

Ya en 1619 cobraría la imagen del Cristo de la Misericordia de Castellar de Santiago de la Mata (Ciudad Real), y aún seguía sin cobrar lo de Bayona, ¡por enésima vez lo intenté! Igualmente recibiría el encargo para intervenir en el retablo mayor del Hospital Tavera de Toledo, encargo que inicialmente había recibido El Greco y que aún no se había llevado a cabo por entonces, habiendo ya fallecido.

Para dicho proyecto, el regidor toledano doctor Gregorio de Angulo nos encomendaría dicha tarea a Jorge Manuel Theotocópuli y a mi persona, aunque Jorge Manuel pareció demorarse y yo mismo no llegué a finalizar las ocho figuras que me correspondieron.

Finalizando este año, la cofradía de Cristo de San Lorenzo de San Justo me contrató para realizar su retablo que, gustosamente habría realizado con mi primo Juan, aunque esto nunca sucedió.

En el año de 1620, allá por el mes de abril, ya me encontraba muy enfermo para acometer otros proyectos por lo que me vería obligado a dar poder para el cobro del juro de alcabalas del monasterio de Guadalupe sino incluso obligar a mis albaceas -en el diciembre anterior había otorgado testamento- para realizar un retablo para la Capilla de la Madre de Dios del Palacio Arzobispal de Toledo.

M.C.V.: Muchas gracias por su atención, Maestro de Merlo.

G.dM.: Ha sido un enorme placer, Sr. Cabezas.

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Aquí pues rescatamos nuevamente un personaje muy estrechamente vinculado con Ciudad Real, Giraldo de Merlo, autor del retablo mayor de la Catedral de nuestra ciudad.

En sus orígenes y su fallecimiento [1620, 1629, u otros] o incluso en la autoría de sus obras incluso después de su muerte siempre se han establecido conjeturas por desconocimiento o por falta de información al respecto. Esta pequeña entrevista espero que haya servido para dar más luz a tales carencias.

Finalmente sólo cabe reseñar que, debido a los diversos proyectos en los que se vio embarcado este escultor de Utrecht y por las cuentas pendientes que, aún fallecido, le adeudaban más de uno, sería su propia viuda la que se vería atrapado en tan comprometida situación, aunque eso ya sería otra historia.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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BIBLIOGRAFÍA:

RAMÍREZ DE ARELLANO, R.: Al derredor de la Virgen del Prado. Patrona de Ciudad Real. Imprenta del Hospicio Provincial. Ciudad Real, 1914.

GUTIÉRREZ MARCOS, Mª Rosario: ESTUDIO COMPARATIVO ENTRE LOS RETABLOS DEL MONASTERIO DE GUADALUPE (CÁCERES) Y LA IGLESIA DE LA ASUNCIÓN DE ALGETE (MADRID)”, en Alcántara, 68 (2008): pp. 45-66.

“El retablo de nuestra Catedral”, en BOLETÍN DE INFORMACIÓN MUNICIPAL, Nº 10, 8/1963. Ciudad Real.

Santos Márquez, Antonio Joaquín: “Giraldo de Merlo: sus orígenes familiares y nuevas adiciones a su quehacer artístico”. Universidad de Sevilla. Pp. 501-511.

MARÍAS, Fernando: “Giraldo de Merlo, Precisiones documentales”. Pp. 163-184.

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