Tres ediciones recientes de clásicos manchegos

Estamos de enhorabuena. De quejarnos por no tener ediciones recientes de clásicos manchegos del Siglo de Oro (no solo hay Quijote; sin ir más lejos, que se puede, está La Celestina), hemos pasado hace poco a tener nada menos que dos ediciones notables de El Bernardo del Carpio o Victoria de Roncesvalles (1624)del obispo valdepeñero Bernardo de Balbuena (2017 y 2020), quizá incitadas por el congreso internacional sobre Bernardo del Carpio de 2008, y otra también destacable del León prodigioso (1636), la gran novela bizantino-moral del toledano / talaverano Cosme Gómez Tejada de los Reyes, que inspiró El Críticon al mismísimo Baltasar Gracián, fraguada por Abraham Madroñal y Víctor Arizpe (2002 y 2018). Dos obras maestras de la historia de la literatura manchega y española.

Cualquiera que se haya entretenido en la materia (por ejemplo, los fanáticos de lo manchego) deben haberse dado cuenta de lo monumental que ha debido ser el esfuerzo; el Bernardo es un ambiciosísimo poema de 40.000 versos dividido en 24 libros de octavas reales, lleno de fantasía deslumbrante aunque de estructura sumamente difusa y con una erudición alusiva y laberíntica no solo en cuanto toca al canon de Ferrara (Mateo Boiardo y el Ariosto), sino en lo que toca a los resabios humanísticos de una imitatio ecléctica que toma a manos llenas de obras latinas y griegas. Incluso traduce directamente del griego a Homero, según María Rosa Lida de Malkiel. Sin duda, como expone Zulaica, se debe a una preceptiva neoaristotélica tassiana que pregona en la épica el ideal de la variedad en la unidad. Y, en efecto, el poema es tan rico en contenidos y lecturas alegóricas (incluye, por ejemplo, una condensada historia de España en su «Canto decimonono» y no pocas disquisiciones filosóficas, morales y geográficas) que desborda con mucho la calificación de un libro de caballerías en verso. El erudito dramaturgo Antonio Mira de Amescua, del que ya edité el prólogo que puso a su novela pastoril Siglo de oro en las selvas de Erifile, elogió el esfuerzo de su amigo valdepeñero escribiendo que «los españoles ingeniosos dados a la lección de poetas no tienen en su lengua poema como este«. Y es así porque en su género incluso los extranjeros declaran que se halla al par de la La Araucana de Alonso de Ercilla, pero en otro siglo y estética.

La cuestión de la crítica textual era importante, porque el autor no pudo controlar el texto publicado como hubiera querido; y la complicaba aún más el reciente descubrimiento de un borrador autógrafo de la epopeya que la fundación Ramón Menéndez Pidal no ha querido cicateramente difundir, pero que habrá de ver la luz tarde o temprano. Se trata del texto que tenía dispuesto para la imprenta en 1609, fruto de un largo proceso de creación desde su misma juventud  que al marchar a América quedó sin estampar. Tal vez Cervantes, al ver que esta epopeya no se imprimía, tuvo la idea de escribir el Bernardo que menciona en la dedicatoria del Persiles (1616). Tal vez Balbuena lo conocía en persona: menciona en dos versos su pasado en Argel, a su hermana Magdalena e hija Isabel «las Cervantas», y a su famoso héroe en la epopeya:

Y el que de un jayán rey que hizo su esclavo / dos ciervas de oro a su cuartel traspuso / Cervantes descendiente de Cervino / las ganará de un nieto de Mambrino (Bernardo del Carpio… canto XIX, est. 209)

El caso es que el obispo valdepeñero rehízo después por completo en América la epopeya, que al final pudo imprimir a distancia en 1624, tan modificada, que puede considerarse de hecho una obra nueva.

La tarea era tan difícil que yo apenas creía que se hubiese hecho en forma definitiva, y así ha sido. Lo que sí ha hecho Zulaica y de forma excelente es sentar las bases de esa edición ideal fijando el segundo texto con una edición crítica comme il faut. Ambicioso como yo era de joven me había creído con fuerzas para hacer algo parecido si conseguía la ayuda de otros y había ido acumulando ediciones antiguas de la epopeya; incluso me hice con una fotocopia en Estados Unidos de la ya antigua e inédita tesis de Margaret Kidder (1937), que intentó con poca fortuna esa edición crítica, y tengo en mis estantes las decimonónicas de Manuel José Quintana (1808, 3 vols.), sobresaliente por ser la un hombre curtido en la edición de los clásicos al haber trabajado en las ediciones dieciochescas de nuestro erudito daimieleño Pedro Estala, y la de Cayetano Rosell, incluida en la BAE (1851), prácticamente ilegible por el tamaño fórmico y desvaído de la letra, lo que obligó a los talleres de Gaspar y Roig a realizar una edición más digna y legible a dos columnas al año siguiente (1852), ilustrada con 59 laboriosos grabados que yo al menos, hoy en día, considero correctos pero poco inspirados. La inencontrable edición de 1914, de la que vi un segundo tomo a la venta aquí en Ciudad Real, fue auspiciada pero no controlada por Menéndez Pelayo (que había fallecido de cirrosis hepática en 1912) y solo constó de 200 ejemplares a varias tintas, dos volúmenes en cuarto muy apetecibles para el bibliófilo, con seis láminas modernistas muy bellas de Antoni Saló.

La edición en dos volúmenes de Martín Zulaica López (2017) es sin duda fundamental por ser la edición crítica que ha consultado más ejemplares; enumera y colaciona las variantes, incluso las de estado, de diecisiete ejemplares de la príncipe de 1624 y de cuatro ediciones modernas, aunque no aclara ni apaladina el texto, muy difícil de interpretar sin contexto y comento; además está estragada por las inevitables erratas. La argentina de la Universidad Nacional de Cuyo (2020), obra de Elena María Calderón de Cuervo y Tatiana Belén Cuello Privitera, es digital y le añade un glosario de personajes que sirve de algo para entender la obra, aunque en apéndice final. Sin embargo, esas glosas me parecen insuficientes, escasas e incluso algunas de ellas erróneas. Con todo, es de agradecer ese esfuerzo, que se pone a disposición de todo el mundo en este enlace.

Con todo esto se ha despejado ya el camino para la primera de las ediciones definitivas que Balbuena merece y acaso emprenda algún osado de la Universidad de Castilla-La Mancha; por demás resulta indignante ver que ninguna de estas ediciones mencione en sus bibliografías las contribuciones de Matías Barchino, autor de una importante edición del resto de los poemas de Balbuena en la Biblioteca de Autores Manchegos.

En cuanto al León prodigioso; apología moral, entretenida y provechosa a las buenas costumbres, trato virtuoso y política (1636, 1663, 1665, 1670, 1675, 1676 y 1732) de Cosme Gómez Tejada de los Reyes, obra clásica que faltaba impresa en nuestros tiempos pese a su importancia para nuestra historia cultural, realizada por Víctor Arizpe y Abraham Madroñal, filólogos más que solventes, se hallaba al principio en formato electrónico (Madrid: RAE, 2000) e incluso disponible en el CORDE (Corpus Diacrónico del Español); hoy ya no es accesible. Sin embargo, la Diputación de Toledo, orgullosa de su luenga tradición cultural, pidió una edición en papel a Madroñal y Arizpe y la imprimió en 2018. Ya es rara, así que consíganla cuanto antes, si pueden.

Contornos
Ángel Romera
http://diariodelendriago.blogspot.com.es/

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