De traperos, heresiarcas y hombres de Dios (60)

Manuel Cabezas Velasco.- Llegó el día esperado para la visita a la cabaña de la herbolera, cuando ambos jóvenes supieron zafarse de sus respectivos progenitores y lograron encaminarse a la cita convenida.

La curandera (FUENTE: Circe (Visiones) de John William Waterhouse (1849–1917))

-¿Quién me visita a estas horas? –inquirió “La bizca” al advertir la llegada de alguien a su modesta morada.

-¡Somos nosotros, señora! La muchacha de Antonio y el hijo del forastero –respondió con timidez Susana– Habíamos quedado con usted, para un asuntillo delicado, no sé si se acordará. –aclaró el joven.

-¡Ah! ¡Córcholis! ¡Qué cabeza la mía! Ya me acuerdo de vosotros. ¡Pasad, pasad sin hacer ruido y que nadie os vea!

Ambos entraron en aquella vivienda que se asemejaba más bien a una choza por la endeblez de su estructura y en la que aquella sanadora siempre había sido requerida para las tareas más desagradables, a pesar de que luego nadie daba razón que la conocía. ¡Qué hipocresía la de todos aquellos vecinos que al verla por la calle siempre la daban de lado! ¿Quién no había estado en casa de “La bizca” por una dolencia o cosas de menor importancia? Era una mujer acostumbrada a curar dolencias de estómago, sangrar y curar heridas, hacer pócimas de todo tipo, filtros amorosos para aquellos que no habían tenido mucha suerte en aquellos menesteres, e incluso, para los más insidiosos, conjuros.

-Mientras ella y yo solucionamos el problema, tú te quedas ahí, muchacho, vigilando por si acaso se acerca alguien inoportuno. Nosotras estaremos detrás de este biombo para arreglar las cosas que entrambos habéis provocado. ¡Vaya par de críos que estáis hechos! ¡Más de un porrazo os hubiese dado si alguno de vosotros hubieseis sido hijos míos! Veremos a ver qué se puede hacer para remendar el lío en el que os habéis metido. –explicó aquella anciana que hacía honor a su nombre, pues se veían renacidos de cualquier adversidad todos aquellos que habían hecho uso de sus servicios.

-Sí, señora. Ojo avizor estaré. No tenga cuidado.

-Muchacha, ven conmigo pues una historia he de contarte antes de que empecemos a llevar a cabo lo que te ha traído aquí.

>Contóme mi madre, cuando era yo aún muy chica, que hubo un rey en tierras de Castilla y León de mucho saber que logró reunir el conocimiento de muchos hombres cultos, entre ellos los estudiosos de las dolencias por las que hoy estamos aquí, aquellos que llaman físicos.

>La Naturaleza tiene infinidad de propiedades con las que curar los males que nos aquejan, mucho más allá de las oraciones que seguramente te hayan hecho repetir hasta la saciedad, creyendo que todo había sido obra del demonio. ¡Diantre, qué engañados os tienen esos puñeteros monjes y seguro que, si vives cerca de San Antón, aquellas plegarias las has tenido que repetir más de una vez de la mano de tu padre! ¿Verdad, jovencita? Nada más lejos de la realidad, pues con los simples rezos los males del cuerpo poco pueden sanarse, e incluso ni siquiera muchas veces se consigue con aquellos que atañen al alma. Pero, veamos cómo te encuentras para seguir contándote lo que debes hacer para salir de esta situación en las que los dos tortolitos os habéis metido, si aún estás empeñada en seguir adelante. Recuéstate en ese camastro que ves, para que pueda comprobarlo.

-Señora… No sabíamos nada de lo que usted habla, ni tampoco nadie nos aconsejó qué debíamos hacer para ello. Luego, una vez metidos… ya no hubo marcha atrás. Pero ¿qué es lo que me tiene que explicar?

-Bien, Susana, es así como te llamas, ¿no? Como antes te mencionaba, existen muchas curas que se llevan a cabo por medios naturales, como la que hoy te afecta: que dejes de estar encinta, pero sin que puedas algún día parir. Tengo aquí unos granos de helecho que quizá podrían solucionar tu problema, si realmente estás encinta, pues si no lo estuvieras este remedio lo que te podría provocar sería más bien que nunca llegaras a estarlo. O también tengo ruda para estar más segura de no hacerte demasiado daño. Aunque, antes de decidirme he de confirmar que realmente estás segura de que estás preñada, muchacha. ¿No tienes dudas sobre ello?

-Sí Susana es mi nombre. Según me dijo usted, cuando vine a visitarla la otra vez, probé el remedio del ajo y me ha confirmado que sí estoy preñada.

-Está bien entonces. Eso ya me dice algo. Voy a prepararte más bien la ruda pues del helecho no me fío ni yo, ya que debería estar segura de que haya sido bien recogido en la medianoche de la víspera de San Juan, cuando hubiese floreado y granado este, pues si se hubiese hecho después la simiente se habría caído y no sabría qué cura te podría llevar a cabo. Mientras tanto, no debes estar nerviosa chiquilla, pues nada va a pasarte más que el mal trago por lo amarga que está. –respondió maternal la experta sanadora.

-Pero… ¿seguro que no me dolerá?

-La seguridad en esta vida no está garantizada, jovencita, pues estamos expuestos a enfermedades de todo tipo, sobre todo los que somos de baja condición que no reunimos ni las condiciones higiénicas necesarias en nuestras casas ni tampoco gozamos de una alimentación adecuada para combatirlas, algo que muchos nobles y eclesiásticos tampoco hacen demasiado bien pues siempre cometen infinidad de excesos que los lleva a otras dolencias por ello. Sin embargo, debes estar tranquila por lo que a tu embarazo respecta. Si como deseas, quieres que no se lleve a buen término, con estos remedios que te daré podrás salir de este atolladero. ¿Acaso tienes aún dudas sobre ser madre o no, muchacha?

-No sabría decirle señora Aurora, pues no es que no quisiera ser madre, pero mi padre no sabe aún que estoy encinta, ya que no desea que el muchacho que está ahí fuera sea mi futuro esposo sino otro con el que pretende desposarme, pues a Juanillo lo considera un pobre diablo que no tiene donde caerse muerto. Sin embargo, no sé si estoy enamorada o no, o sólo es cariño el que le tengo, y ese motivo es el que me hace titubear sobre si tener al niño o no.

-Ya veo, muchacha, que aún estás hecha un mar de dudas. Supongo que lo único que te obliga a estar hoy aquí conmigo es el miedo que tienes a tu padre de que descubra que has mancillado su honor, como los dichosos curas le han enseñado desde muy pequeño. Demasiado sé cómo se las gastan esos devotos de la cruz, ya que a más de uno de mis amigos tiempo atrás e incluso conocidos han sufrido en carne propia su fanatismo. Ya le ocurrió a mi propia madre. –mientras acababa de preparar la poción para Susana– ¡Ya está! ¡Aquí tienes lo que necesitas! Debes tomarlo con prudencia, y por lo demás nada has de preocuparte. Eso sí, notarás días de cierta fiebre que andarás con mayor flojedad hasta que tu cuerpo se habitúe a ello.

-¡Nooo, eso sí que no! No quiero hacerlo. Ha sido un error venir aquí. No voy a continuar señora. – respondió entre sollozos la joven.

-¡Acabáramos! ¿Entonces qué demonios estás haciendo aquí, sino para que pierda mi valioso tiempo? Una ya no tiene edad para aventuras, ¿sabes, muchacha? ¡y eso que acabo de hacer es cosa muy seria y por la que me podría tachar de bruja! Más vale que me pagues lo que te preparé y luego hagas lo que quieras con ello. –recriminó muy enfadada la herbolera.

-Perdóneme, señora Aurora. No pretendía… – dijo Susana sin ni siquiera hacer ademán de coger la bolsita que le ofrecía la anciana, aunque echase mano a su faltriquera y le ofreciese unas monedas por sus servicios.

-¡Déjalo, anda! Con eso mismo me conformo, pues tampoco vas a hacer uso de ello. ¡Marchaos y no volváis más! –indicó algo más calmada.

Saliendo tras aquel bastidor, la muchacha aún se estaba enjugando las lágrimas y entonces el joven preguntó:

-¿Qué es lo que pasa? ¿Te encuentras bien, Susanilla?

-Vámonos, ya te contaré.

-Está bien.

Traspasaron entonces el umbral de aquella choza, alejándose de la morada de “La bizca” para adentrarse en la penumbra que se había adueñado de las calles de Híjar. Se les había echado la noche encima y seguramente sus respectivos padres les obligarían a rendir muchas cuentas. Pocos minutos después y tras ir en silencio en dirección a la casa de don Antonio para que Susana no fuese sola, se despidieron ante el umbral con un tímido <Buenas noches>, que ambos emitieron al unísono.

Aquella despedida, sin embargo, atisbaba un futuro incierto para ambos, pues la joven aún no le había desvelado lo que realmente había ocurrido tras el biombo.

MANUEL CABEZAS VELASCO

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4 COMENTARIOS

  1. Sobre este asunto, en la actualidad, la Iglesia católica se rige por la carta encíclica de Juan Pablo II, «Evangelium Vitae», que tiene que ver con el “Valor y Carácter Inviolable de la Vida Humana”……

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