El califa rojo

Cuando Pablo Iglesias Turrión dijo que, un viejo como Julio Anguita debe coger un helicóptero e irse a Castel Gandolfo (lugar en el que estuvo retirado el papa Benedicto XVI) o a la mierda, quedó clara la carencia de buenos modales y la falta de respeto a los demás, del líder de Podemos. Lo único que consiguió el señor Iglesias, fue jibarizar su ya mermada imagen pública, a la vez que engrandecía la del señor Anguita.

Con ese comentario se incurría también en la discriminación, por razones de edad, de quienes participan en la política activa en España. Lo curioso es que quien era objeto de su crítica, contaba con apenas setenta años de edad. Y, lo que es peor, atacaba a un tótem, a uno de los personajes más lúcidos, sensatos y coherentes que ha tenido la izquierda española desde la transición democrática.

Julio Anguita, fue alcalde de Córdoba, en los primeros años de la transición. Y, en ese tiempo, los medios de comunicación lo empezaron a llamar El califa rojo. Fue diputado nacional, secretario general del Partido Comunista y coordinador general de Izquierda Unida, hasta su retirada de la política activa en el año 2000, debido a sus problemas de salud. Pero su influencia y su prestigio político, los mantuvo hasta su muerte en 2020.

Sus ideas pudieron ser anacrónicas y de difícil encaje en la España actual, pero siempre aportó reflexiones incisivas y brillantes sobre los más diversos temas de actualidad.

Aunque él estudió Magisterio y ejerció como Maestro, también fue licenciado en Historia por la Universidad de Barcelona, lo que le proporcionó un bagaje cultural excelente. Conocedor de nuestra historia; de la política europea, la de antes y la de después de la desaparición de la Unión Soviética; fue un referente para las aspiraciones de una izquierda que, en 1991, se había quedado huérfana y sin un modelo de estado que defender.

Como experimentado profesional de la docencia, criticó lo que para él fue la LOGSE, aprobada en 1990, y las graves consecuencias que su aplicación ocasionó a la sociedad española. Según Anguita, aquella reforma educativa elaborada por el gobierno de Felipe González, arrambló con el método de estudio, con el sentido del rigor, con el valor del esfuerzo, con la importancia de la memoria, entre otras muchas cosas.

Criticó, sin ambages, los defectos de una Unión Europea que no daba satisfacción a los llamados estados-nación, instituciones integrantes de ese objeto político no identificado, como se llama a la UE desde que lo hiciera Jaques Delors en los años noventa. Defendía la posición crítica que, Charles de Gaulle, había mantenido en relación con la fuerte dependencia europea de los EE. UU., favoreciendo que los estados se diluyeran y quedaran sin suficiente autonomía.

Algo poco conocido de él fue su vocación militar, siguiendo así la tradición familiar. Pero él abandonó la carrera castrense, por no poder costearse su entrada y estancia en la Academia. Tal vez por eso, a lo largo de su carrera política, sorprendió a la opinión pública, con sus citas épicas. En una ocasión, ante el conflicto con el que amenazaban los separatismos al Estado, dijo que cuando un oficial desenvaina su espada, lo ha de hacer para usarla y no para amenazar con ella. Con lo que quería transmitir la idea de que cuando se produce una situación grave, no basta con amenazar, hay que actuar.

Pero más sorprendente todavía fueron sus convicciones religiosas de la infancia, influido por su abuelo Julio. Quiso ser monje carmelita y tuvo ocasión de conocer, muy a fondo, un convento de religiosos trinitarios. 

Muchos años después, cuando era alcalde de Córdoba, contactó con un sacerdote trinitario que, además de su labor pastoral, ayudaba a los más necesitados de los barrios más humildes de Córdoba. Este trinitario fundó un colegio en la ciudad, creó un comedor para transeúntes, y, su congregación, ayudaba a los jóvenes que se habían sumergido en el mundo de la droga, a los enfermos de SIDA y a algunos que cumplían condena en prisión.

El religioso le debió pedir ayuda al alcalde para poder atender a las gentes humildes de su ciudad y Anguita le dijo, que aunque él no era religioso, ni creía en la iglesia, si confiaba en el padre Manuel, —que era como se conocía a este sacerdote—, por lo que atendió sus demandas. Años después, una asociación de los barrios cordobeses en los que trabajaban los trinitarios, pidió a la Corporación Municipal, —aunque con escasas posibilidades de concesión—, que se le dedicara una calle a este religioso.

Sin embargo, en el año 2008, le otorgaron la calle y, para sorpresa de todos, acudió al acto de inauguración la propia alcaldesa, Rosa Aguilar, quien valoró la impagable labor humanitaria que llevó a cabo este hombre durante muchos años. Aunque Julio Anguita ya estaba retirado de la vida pública, seguramente pudo intervenir para que esa concesión se produjera y para que aquel acto tuviera la relevancia que merecía el trinitario toboseño.

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