Dos periodistas: Arturo Gómez-Lobo y Francisco Colás (11)

            Gómez -Lobo colabora en distintos periódicos de Toledo, Valladolid o Ciudad Real, con artículos como “Álbum romántico” (La Tarde, Toledo, 29-1-1909), “Crítica literaria. José Francés” (La Tarde, Toledo, 23-2-1909), dedicada a su amigo escritor, “Confesiones en una hora confidencial”, en el número cinco de la publicación vallisoletana Éxodo (El Avisador Numantino, Soria, 12-5-1909) o “Abril”, en el número extraordinario del Diario de La Mancha (El Globo, Madrid, 10-1-1910). Asimismo, está presente, de una u otra forma, en homenajes diversos, como muestra su adhesión al banquete de reconocimiento al escritor toledano Emiliano Ramírez Ángel (La Tarde, Toledo, 6-4-1909).

Madrid 1910 (Colección ISS)

La sima del misterio

            A comienzos de 1910 aparece otra novela corta. Se trata de La sima del misterio (Madrid, Imp. Científica y Artística de Alrededor del Mundo, 1910), con ilustraciones de Juan Francés y Mexía (1873-1954), en la colección Los Contemporáneos (Madrid, nº 55, 14-1-1910). La crítica es favorable. Según se indica en Heraldo de Madrid (14-1-1910, p. 5),  Arturo Gómez-Lobo, es uno de los más brillantes de los escritores noveles y en su obra “lucen como nunca las galas de su estilo sugestivo, lleno de color y de pasión”.

            Se trata de una historia con mucho sentimiento y en la que se desarrolla un intenso drama de amor, que tiene a la ciudad de Toledo como uno de sus escenarios. En el capítulo “La ciudad romántica”, Carlos Montemar, el protagonista, muestra su gran amor por ella. Le produce “emociones dulcemente poéticas” y le embarga la felicidad “ante el pensamiento de una nueva inmersión en aquel infinito del pasado lleno de melancolía”. Además, tiene la sensación de que el viejo corazón de Castilla todavía se esfuerza, bajo las capas doradas del tiempo, con un “hálito de virilidad que espiritualiza las ruinas”.

Estación de ferrocarril (Juan Francés La sima del misterio Madrid 1910)

            Precisamente, otro capítulo es “Entre las ruinas”. Es frecuente en las primeras décadas del siglo XX identificar Toledo con decadencia y ruina, pero también con un pasado glorioso. Como escribe con frecuencia el periodista Santiago Camarasa Martín (1895-1957). Por ejemplo, en “Toledo romántico. Ruinas venerables”, artículo aparecido en la madrileña revista La Esfera (16-12-1922).

            Similar visión tiene Gómez-Lobo, aunque señala un elemento vital en la ciudad, el río que la abraza: “El Tajo es lo único vivo é imperecedero que cruza por entre las ruinas toledanas; espejo que se tiende bajo las ruinas mismas, acogiendo hoy su vejez como ayer su juventud de grandeza; eterno trovador que canta en la música de sus aguas los heroísmos legendarios de la ciudad secular”. Ese río tiene un fondo, que es “ataúd de los días sangrientos”, unas ciénagas en las que están pulverizadas las razas y una turbulencia en la que “se han mirado los incendios y las devastaciones; la belleza de los templos, y la adustez de los recintos guerreros”. Hoy, sin embargo, el río Tajo a su paso por Toledo es un elemento vergonzosamente muerto.

Puente de san Martín (Juan Francés La sima del misterio Madrid 1910)

            El autor describe un paseo por la ciudad. Y menciona el castillo de san Servando, Zocodover, El Alcázar, el puente de san Martín, la iglesia de santo Tomé, con las reflexiones que le inspiran el “Enterramiento del conde de Orgaz”, san Juan de los Reyes, santo Domingo, santa Clara… Y pone en el pensamiento de Carlos una idea suya referida al Arte. La de vivir para el Arte, lo único que no le daña, “porque es cosa eternamente nueva y distinta, evolucionando camino de una interminable perfección, en busca siempre de un inconseguido misterio”.

            Cuando se dirige hacia la estación de ferrocarril, para reunirse con su amada, pasa el Puente de Alcántara y vuelve la cabeza. Ve a Toledo, erguido altivo y gigantesco sobre el roquedal, a la vez que el río manso y sereno teje una canción de eterno amante de las ruinas: “Ante el viejo corazón de Castilla, osario de los siglos, Carlos levantó al cielo sus ojos descubierta la cabeza”. Se presenta así una idea paradójica: el esplendor de la ruina.

            Otra vez, como en La senda estéril, aparecen sexualidad, convencionalismos sociales, tradición y religión. La locura sensual, “acuciada por las monstruosidades del erotismo histérico”, domina la “máquina orgánica” del protagonista. Amor y romanticismo, que se rompen en jirones “ante la carne besada vorazmente con febrilidad de vértigo”. La religión aparece en esta ocasión a través del convento, donde termina Elisina, su amor, en el que viven unas pobres enfermas, náufragos del mundo: “El desamor, la fealdad, el tedio, una cándida fe, á veces forman este hospital, donde sólo hay un espejismo de esperanza: Dios”.

Madrid 1911 (Biblioteca Nacional)

El sacrificio

            En 1911 su amigo el periodista Isaac Antonino Vicente publica en Madrid una novela titulada El sacrificio e incluye en ella un artículo crítico. Recuerda en él la principal dedicación de Aviceo –tal era su seudónimo– y las principales características de la obra. El periodista deja el “ajetreo de la hoja volandera” y presenta un libro compuesto en la tregua de la fiebre, con un ejemplo de rápidas acomodaciones mentales, de flexibilidad de espíritu. Y es que en un momento pasa de dispersión a abstracción, de rapidez a lentitud, de multiplicidad de actividades a la orbitación (sic) serena de un solo y magno pensamiento.

            Es muy interesante la visión que Gómez-Lobo proporciona del periodista, con las dificultades de su cometido ante la fuerza de los poderes que tiene enfrente, que se puede extender a la profesión en general. Hoy, esa función es, si cabe, más difícil de realizar. Estamos en una época en la que hay buenos informadores, pero también un buen número de paniaguados y mentirosos profesionales, al servicio de falsedades, tergiversaciones y propagandas. Cada vez se hace menos labor de documentar, contrastar y verificar. Y con frecuencia se utiliza la acción de mentir. Incluso, muchos redactores saben que si no mienten se quedan sin trabajo.

            El amigo de Gómez-Lobo, el periodista Aviceo, recorre tierras sin más arma que la pluma, sin otra aspiración inmediata que la conquista del pan y sin otro capital que su pensamiento. Y esas son, ya lo advierte nuestro autor, “menguadas armas para la intangibilidad de nuestros enemigos sociales que manejan muy á maravilla otra más dúctil y tajante para la dominación: la mentira más abyecta en la más repugnante de las hipocresías”.

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