LETRAS COLADAS: La casa de la señora Rábago (7)

LETRAS COLADAS: La casa de la señora Rábago Manuel Valero

Transcurrió la primera semana de agosto y los Tena no tenían precisamente el aspecto de supervivientes, más bien al contrario. La decisión de condenar el televisor a la condición de un mueble inerte les había forzado a sacar lo mejor de cada uno para entretener a los demás. Con mayor o menor éxito, todo hay que decirlo, sobre todo para Aurora la madre de los hijos de Gregorio pero también de la atrevida propuesta. Y no porque no tuviera capacidad creativa, que la tenía, sino por su resistencia a desinhibirse en público, aunque el público fuera, como en esa ocasión, su propia familia.

Una noche, por riguroso sorteo, fue Gregorio, como temía su hijo Luis, el primero en animar la velada. Lo hacían en el jardín bajo las estrellas que todas las noches de la primera semana de agosto habían acudido prestas a decorar con sus caprichosos lunares el manto negro de la oscuridad nocturna. Tenían encendida la luz ambarina de una bombilla cautiva en un farol de forja, sobre la puerta del jardín. Allí se solían colocar todos alrededor de una mesa grande de hierro, cómodamente sentados en sillones de mimbre que parecían bocas de cíclope, después de un día de despreocupación y asueto.

De nada sirvieron las amenazas de Luis de aplicarle a su padre un severo juicio si caminaba por la seguridad del chiste fácil. Y no siempre era así porque como queda dicho, Gregorio como buen burgués, aplicado funcionario y socialdemócrata convencido, y sobre todo por su carácter positivo y optimista, solía buscar el perfil cómico de las cosas, aunque algunas cosas no tuvieran por más escrutadas que fueran, el más mínimo resquicio donde improvisar  un humor repentino. Pero se inventaba chascarrillos y chistes y si los consideraba una genialidad se pasaba repitiéndolo todo el día. Como cuando se inventó eso de ¿sabes porque está más gordo Vinicio del Toro? ¡por que ha ganado en Cannes! ¡en can-nes… ja, ja, ja!

La primera noche estelar de Gregorio fue muy divertida gracias a su expansión natural, exenta de cualquier sentimiento de ridículo. Incluso su hijo Luis, su inquisidor más insensible, le rió las gracias en más de una ocasión. Exactamente cuando, en un improvisado homenaje al señor Liébana soltó eso ¿ a qué músico le gustan las flores? ¡A Listz!. Pero cuando estimulado por su éxito prosiguió con va uno y le dice a otro, ¿te gusta la música clásica? Y le contesta Bach. Y le dice, vaya no sabía que te fuera tan indiferente. Y le suelta el otro, no he dicho ¡bah!, he dicho Bach… su hijo Luis estuvo a punto de quemarlo allí mismo a pesar de los aplausos de aprobación de don Alfonso.

{mosgoogle}Otra noche fue el pequeño Álvaro quien se dedicó con su gracejo infantil a reproducir la jerga escolar y a llamar a todos y cada uno de sus compañeros de colegio por el mote y las razones por las que se motejaban, que él también tenía el suyo: avioneta, porque le gustaba hacer aviones de papel que raramente volaban. E incluso rompió la disciplina escolar revelando los motes de los profesores como que a uno de ellos le pusieron el ninguno porque era tan lineal en todo que no había rasgo o manía que lo identificase. Esto último le proporcionó todo un exitazo y ruidosos aplausos a los que el pequeño Alvaro respondió con aspavientos azorados, a modo de saludo.

La noche que le tocó el turno a Alba había refrescado lo suficiente como para poner el termómetro en orden en esas latitudes. Así que después de cenar, decidieron pasar todos al enorme salón de la casa de la señora Rábago para ver las sorpresas que les tenía reservada la muchacha. ¿Y qué fue? La famosa escena del jardín de los Capuleto en la que Julieta declama a la noche el encendido amor que Romeo ha provocado en ella después de conocerlo en una fiesta. Aurora le había hecho un capirote de nazareno al que había anudado cómicamente una larga gasa de curar las heridas, y tocada con tan breve pero sugerente vestuario, Alba comenzó la función no sin antes recordar allí mismo sobre las tablas improvisadas el inicio de los suspiros amorosos de la heroína.

-Si el manto de la noche no me cubriera, el rubor de virgen subiría… el rubor de… virgen subiría… subiría… ah, si, subiría a mis mejillas, recordando las palabras que esta noche me has oído. En vano quisiera corregirlas o desmentirlas…-arrancó y añadió: Ya está, ahora lo recuerdo…

-¡Cuántas veces hiciste que te apuntara en los ensayos de casa, hija!- le recordó su madre, un poco para animarla.

-Y a mi que la viera, qué rollo- se lamentó, Luis.

– Bueno, ¿os calláis o no sigo?    

 -Prosigue, por favor –le rogó el viejo músico- pero si me lo permites esto merece un mejor ambiente, digamos, ¿musical?

-¿Va a tocar? –Aurora apenas pudo reprimir el gozo que le causó la entrada en escena de don Alfonso Liébana.

-Una Julieta como Alba no se merece otra cosa –se justiticó.

-¡Bravo! –aplaudió Aurora, y arrastró con ella al resto de la familia incluida su Julieta.

El señor Liébana se acercó al piano con esa parsimonia que sólo pueden permitirse los maestros, hasta puso gesto de gravedad como si fuera a tocar para el público erudito de los teatros del mundo. Abrió la tapa, hizo una escala rapidísima y luego un leve movimiento con la cabeza. Fue la señal para que Alba comenzara su actuación. Como Alba esperara más instrucciones, el señor Liébana, asintió de nuevo con un haz lo que quieras, que yo te seguiré y Alba se transformó en Julieta con una facilidad pasmosa:

– Si el manto de la noche no me cubriera, el rubor de virgen subiría a
mis mejillas, recordando las palabras que esta noche me has oído. En vano
quisiera corregirlas o desmentirlas… ¡Resistencias vanas! ¿Me amas? Sé que
me dirás que sí, y que yo lo creeré. Y sin embargo, podrías faltar a tu
juramento, porque dicen que Jove se ríe de los perjuros de los amantes. Si me
amas de veras, Romeo, dilo con sinceridad, y si me tienes por fácil y rendida al
primer ruego, dímelo también, para que me ponga esquiva y ceñuda, y así
tengas que rogarme. Mucho te quiero, Montesco, mucho, y no me tengas por
liviana, antes he de ser más firme y constante que aquellas que parecen
desdeñosas porque son astutas. Te confesaré que más disimulo hubiera
guardado contigo, si no me hubieses oído aquellas palabras que, sin pensarlo
yo, te revelaron todo el ardor de mi corazón. Perdóname, y no juzgues ligereza
este rendirme tan pronto. La soledad de la noche lo ha hecho…

A medida que Alba avanzaba en su personaje dando por omitidas las intervenciones de Romeo, el señor Liébana fue trenzando acordes que seguían el ritmo de la respiración, las pausas, las exclamaciones y la declamación susurrante de Alba como un contrapunto perfecto. Actriz y músico llegaron a compenetrarse de tal modo que se retroalimentaban mutuamente. Al acabar todos se pusieron en pie a saludar la magistral interpretación de la muchacha.

-Joé, tía,  lo has bordao –refunfuñó Luis…

-Julieta, Julieta, Julieta- coreó Alvarito golpeando el aire con el puño.

-Ésa es mi hija, la pena que yo soy Montesco, ¿o eran los Capuleto la familia de la chica?-terció Gregorio con una gracieta de las suyas?

-Genial, hija, has estado de Oscar…

Pero el doctor Liébana siguió tocando como ausente una bella melodía, una melodía triste, como salida de un recuerdo doloroso…

Aurora se dio cuenta, se acercó al músico y le dijo:

-¿Señor… Liébana?

-Oh, sí, ha sido una función maravillosa. Perdona, Aurorita, que me haya distraído un poco, de repente… me acordé de otra muchacha. Pero hace ya demasiado tiempo, y sin embargo… Pero qué diantre, esa niña se merece una sonora ovación.

Y el director de música cogió un jarrón de flores artificiales que había en una mesa y se lo obsequió a Julieta. Luego la cogió de una mano y los dos saludaron con una profunda pero cómica reverencia…

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