Renunciar a la utopía, inevitar lo evitable

ReymondeLa física es maravillosa, más que ciencia podría ser creencia. Salvo algún misterio que otro (cuya respuesta podría aludir a circunstancias sobrenaturales, o llegar como consecuencia del propio avance científico) en la física se explica de forma rotunda todo fenómeno de la naturaleza cuya alteración no está a nuestro alcance: el tiempo atmosférico, la gravedad, la fuerza… Estas cosas son como son.
Por otra parte, me sorprende que la palabra “Fatalidad” sea sinónimo de destino, de algo inevitable, cuando en realidad se trata de un destino desdichado, sin que haya palabra alguna que evoque lo contrario (¿”Fortuna” tal vez?). Algo “fatal” es algo rematadamente malo – e  inevitable, dictado por el hado.

Asistir como testigo a lo inevitable, aunque sea inaceptable, doma el diccionario y el carácter. Paradójicamente, en una sociedad informatizada, donde las respuestas pueden obtenerse al  instante, hemos de adoptar una actitud paciente, manteniendo la fe en que las cosas terminen por resolverse conforme a lo estipulado, a lo razonable, a su debido tiempo. Aunque no lleguen nunca.

Materiales o inmateriales, también hay tantas cosas – fundamentadas en la acción humana – que tienen su explicación, y donde resulta prácticamente imposible intervenir en su solución, que tenemos que acostumbrarnos a aceptarlas tal cual vienen. La complicidad de todos es buena para el sistema, la ausencia de conflicto genera tranquilidad aparente, plantear alternativas supone la incomodidad de salir del letargo. Hemos renunciado pues a la utopía y parece que estemos en un mundo sin ideólogos ni ideas. Desde hace tiempo nos dedicamos a gestionar la ínfima parcela de lo que está a nuestro alcance, sin ver más allá de lo que se nos presenta, sin un horizonte de futuro, sin confiar en nuestros conciudadanos. No confiamos tampoco en el discurso de nuestros políticos, cuya sola mención nos tuerce el gesto por un momento; o en la información que nos llega, cuya facilidad para ser manipulada está más que corroborada.

A gran escala, la utopía del siglo XXI es el modelo chino: precariedad laboral y de derechos para los ciudadanos. La ideología es el mercado, economía tanto productiva como especulativa. El ciudadano pasa a la insignificante categoría de consumidor. Las herramientas de aplicación están en la convicción de los ciudadanos por el valor de nuestro sistema inmutable, alimentada por los medios; y en la impunidad de los gobernantes, amparada por un ineficiente sistema judicial y la complicidad de aquellos gobernados que piensan que “yo, en su lugar, haría lo mismo”, “y tú más” o “los delitos económicos no tienen importancia”. A pequeña escala, la utopía es la pasividad inducida y aceptada.

Y sin embargo, a riesgo de parecer ingenuo, creo que desde hace tiempo hay otras alternativas, que si no cuajan es tanto por la dificultad de difusión de estas ideas como por la desconfianza en el prójimo. Este sentimiento absolutamente extendido es consecuencia del individualismo como ideología, donde no hay mayor logro que dejar en la cuneta al adversario  – su caída es la base de mi subida – y donde el logro colectivo no tiene valor contable. En pocas palabras, es el triunfo del Neoliberalismo como ideología, y la derrota de la colectividad.

Nos creemos absolutos, cuando somos relativos, inmensamente relativos. Nuestro lugar en el mundo depende proporcionalmente de lo que somos y de lo que nos dejan ser (establezca cada cual el grado de proporción a su antojo). Vivimos en un permanente dilema donde cada uno debe decidir cuándo las cosas escapan a nuestra capacidad de control o influencia y terminamos por aceptar de un modo u otro el curso de los acontecimientos: a fin de cuentas, hay que sobrevivir.

Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde

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7 COMENTARIOS

  1. Lo que planteas es a fin de cuentas una lucha muy vieja: la de dos fuentes del derecho, la iusnaturalista, para la cual todos somos iguales y lo más importante es la sociedad en su conjunto (Thomas Paine), y la consuetudinarista o positivista, para la cual el precedente y el individuo lo es todo: fazañas y epiqueyas (Edmund Burke), lo que hoy llamamos neoliberalismo. La última vez que se dieron tortas ambas doctrinas fue durante la Revolución Francesa. Hoy algo así parece imposible… hasta que suceda la cuarta revolución industrial, la del trabajo mecanizados o robótico, y el número de parados se multiplique por siete.

  2. No creo ni en la prevalencia del individuo sobre el colectivo, ni en éste sobre aquél. Creo en la persona y en sus circunstancias y en la comunidad que lo respalda, la familia, y es ésta la que está en crisis, no porque hayan cambiado los modelos de familia, sino porque la familia haya dejado el patrón moral de las personas.

    Vamos contra la naturaleza, individuo y colectivo son entelequias que encubren un anónimato que es obsceno y autoritario, manipulable.

    Para mí no es cuestión de utopías, es que nos hemos acostumbrado a la deshumanización de la economía y de las relaciones personales.

    El fruto de una ingeniería social que utiliza a la persona como medio y no lo fija como fin. Y aquí neoliberalismo y socialismo son iguales.

    Y es cierto como comenta Romera, se ha instalado una desigualdad que para mí no es solo económica, también es cultural, que nada tiene que ver con las clases sociales, para mí todas en crisis. Tiene que ver con las increíbles dificultades que el ser humano tiene que afrontar para navegar contracorriente de ese anonimato que tanto del liberalismo como del colectivismo.

    No soy ni ciudadano ni trabajador, soy persona, padre, pareja, compañero, amigo, vecino, hermano, hijo…y estas circunstancias son las que arruinamos, cuando permitimos que moralmente solo nos interese mi ombligo (liberalismo) o mi chiringuito (colectivismo).

    No se nos olvide saber de donde venimos, para saber lo que somos y hemos perdido. Nos hemos deshumanizado.

    • COMENTARIO CORREGIDO

      No creo ni en la prevalencia del individuo sobre el colectivo, ni en éste sobre aquél. Creo en la persona y en sus circunstancias y en la comunidad que lo respalda, la familia, y es ésta la que está en crisis, no porque hayan cambiado los modelos de familia, sino porque la familia ha dejado de ser el patrón moral de las personas.

      Vamos contra la naturaleza, individuo y colectivo son entelequias que encubren un anónimato que es obsceno y autoritario, manipulable.

      Para mí no es cuestión de utopías, es que nos hemos acostumbrado a la deshumanización de la economía y de las relaciones personales.

      El fruto de una ingeniería social que utiliza a la persona como medio y no lo fija como fin. Y aquí neoliberalismo y neosocialismo son iguales.

      Y es cierto como comenta Romera, que se ha instalado una desigualdad que para mí no es solo económica, también es cultural, que nada tiene que ver con las clases sociales, para mí todas en crisis. Tiene que ver con las increíbles dificultades que el ser humano tiene que afrontar para navegar contracorriente de ese anonimato que tanto del liberalismo como del colectivismo han impuesto.

      No soy ni ciudadano ni trabajador, soy ante todo persona, padre, pareja, compañero, amigo, vecino, hermano, hijo…y estas circunstancias son las que arruinamos, cuando permitimos que moralmente solo nos interese mi ombligo (liberalismo) o mi chiringuito (colectivismo).

      No se nos olvide saber de donde venimos, para saber lo que somos y hemos perdido.

      Nos hemos deshumanizado.

      Una película maravillosa, Juan Nadie, lo explica a la perfección.

      • Tu no eres ni ciudadano ni trabajador, ni persona, ni padre, ni pareja, compañero, amigo, vecino, hermano, hijo… Eres un espécimen que cuanto mas lejos mejor, y cada pregón de pepero-avergonzao que nos sueltas no la suda aún más.

        • Obviamente no estás a favor de lo que comento, pero no lo argumentas, descalificas.

          Eres eso mismo, MALDITO.

        • Y por eso eres anécdota y una explicación a nuestra crisis.

          Con gente como tú no se puede ni construir ni reconstruir.

          Un tipo que piensa con las tripas y que arrastra como una losa y una hipoteca al resto, su maldición.

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