Rafael Cabanillas Saldaña Quercus. En la raya del infinito

Alfonso González-Calero.- Ed. IV Centenario; 2ª edic.; septiembre 2020; 352 pags. La novela (quizás también el teatro) es una de las asignaturas pendientes en la Literatura actual de CLM. Tenemos muchos y excelentes poetas, reconocidos aquí y muchos de ellos en el conjunto de España. Pero en novela tenemos aún mucho camino por recorrer.

Contábamos con la novela inaugural de Félix Grande: La balada del abuelo Palancas (de 2003); y posteriormente con dos más, ambas de autores de Ciudad Real, la de Francisco Gómez-Porro: En el río muerto: una educación poética (2012) y la Miguel Galanes, Cauce de la desolación (2017).

Por supuesto, hay algunas (bastantes) más, pero esas son las que me vienen ahora la cabeza y entiendo que forman parte de los cimientos de la novela autóctona de CLM, que merece la pena recordar y destacar. Curiosamente, las tres son de ambiente rural, y en ellas, sobre todo en las dos últimas, la naturaleza tiene un papel bastante relevante.

Esto mismo le sucede a esta novela que he leído recientemente, aunque ya en su segunda edición: Quercus. En la raya del infinito, del escritor y profesorRafael Cabanillas Saldaña (Carpio del Tajo, TO, 1959; aunque reside en Ciudad Real desde hace tiempo). Y que ha sido espléndidamente editada por Ed. IV Centenario (TO-AB).

El autor nos propone una acotación temporal relativamente precisa, los años de la inmediata postguerra, podríamos decir entre 1939 y 1945, aproximadamente; y una ubicación espacial algo menos definida. Los datos y la procedencia del autor nos podrían llevar a la zona de los Montes de Toledo, aunque estos no se citan en ningún momento y todos los nombres son figurados y la única ciudad que aparece (capital de provincia) nunca es mencionada por su nombre.

El libro comienza con los años de formación de Abel Mejía, un niño cuasi salvaje, abandonado en la sierra, y sin ningún contacto con otros humanos durante varios años. Esa formación es enteramente natural: plantas, animales, cauces de agua, riscos y montañas, la sucesión de las estaciones, la lucha por la mera supervivencia en un contexto de aprendizaje y auto-reflexión.

Hasta que una serie de circunstancias lo llevan a conocer a Lucía, que será su compañera el resto de sus días, y por la que abandonará su vida salvaje y se integrará en el duro mundo de los campesinos sin tierra de unos míseros pueblos de Castilla en la durísima postguerra dominada por Franco y sus secuaces.

Uno de ellos, don Casto, el poderoso terrateniente de inmensas propiedades en la zona en que viven Abel y Lucía, es el antagonista de la novela. Dueño de vidas y haciendas, ministro de Franco, antiguo germanófilo que se convierte rápidamente a la defensa de los intereses norteamericanos, cuando el final de la Segunda Guerra Mundial le hace ver por donde sopla ahora el viento. Despótico y ambicioso, su afán por controlarlo todo le lleva a cercar una inmensa extensión de terreno y acabar así con la forma de vida tradicional de pastores, cazadores, pescadores, recolectores, etc.

Obviamente no vamos a contar aquí el desarrollo de los acontecimientos. Quizá lo más interesante de la novela sea la inmersión en la Naturaleza, el poderoso entorno donde se desarrollan las diversas tramas; el manejo de un lenguaje muy rico, y en muchos casos ya casi perdido; y junto a ello las clarísimas claves políticas del relato en la que destacan la dignidad de unos pocos seres humanos que luchan por sobrevivir bajo una presión casi insoportable, buscando dentro de esa oscuridad una rendija a la esperanza.

Solo me resta, pues, recomendarla por su intensidad literaria, por la riqueza de su vocabulario, y por la perspectiva histórica que nos ofrece sobre los durísimos años de la postguerra en una zona rural de Castilla.


Relacionados

2 COMENTARIOS

ESCRIBE UN COMENTARIO

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí


spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img
spot_img