El gazpacho y la globalización

Manuel Valero.- Desde que los Estados pintan menos que una mona uno se siente a merced de una inquietante entelequia con el desasosiego de que no es producto de la imaginación sino de la tozuda realidad cotidiana del telediario que te amarga el gazpacho. El tablero mundial desde que comenzó a visualizarse la globalización pone a los Estados, y lo que es peor, a los gobiernos, en un mero papel de reparto.

Es lógico aceptar que la conformación de bloques supone la pérdida de soberanía y que la creación de superestructuras paraestatales implica la supeditación a los acuerdos que en ella se toman. Por ejemplo, la Unión Europea. En España, se da la paradoja de que mientras el Estado se diluye por su pertenencia a organizaciones o bloques (económicos y militares) de modo que no puede tomar decisiones estratégicas unilateralmente, las comunidades autonómicas mantienen el tipo, incluso reforzando la percepción de que hoy son más autonómicas que ayer regodeándose en la propia identidad o en un nacionalismo simpático como en el caso de Andalucía. Los otros nacionalismos,  ya saben, siguen a su bola.

Los Estados surgieron desde las tribus ancestrales y por el afán de conquista rompieron luego el estrecho cerco de la ciudad-estado para ir expandiéndose hasta que la orografía o la existencia de otros pueblos musculosos ponían freno al intruso. Según caminaban los siglos, entre ensayos de globalizaciones prematuras (descubrimiento y colonización de ambas Américas),  tiras y aflojas imperiales, unas cuantas guerras (la segunda casi global)  y el libre y azaroso discurrir de los acontecimientos, las fronteras fueron solidificándose hasta impedir la ósmosis vecinal sin papel sellado: la inmigración  era de una burocracia extrema. Para garantizar la seguridad y la economía se cerraban acuerdos bilaterales con países amigos. Y así iba la cosa.

Hoy te acercas a los medios y no ves un Estado o tu país sino en lo meramente geográfico y costumbrista porque lo que te asalta a la hora del gazpacho es algo parecido a la homogenización del espanto. Nunca como hoy es tan cierto que una ventosidad de un extremo aventa las mariposas del otro, nunca como hoy, como dijo el otro día, el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños todo afecta a todos. Y uno no sabe a estas alturas si la tan ansiada globalización era únicamente la conformación de un mercado gigantesco, bien armado por si las moscas, enredado en sistemas de espionaje que pone la intimidad al pairo vivo como las sábanas de una azotea, o la migración masiva que rebosa las fronteras mayores de los bloques o las pulveriza como hace Rusia. Hubo una vez que uno pensaba que la globalización sería sobre todo la de los derechos humanos, las libertades, la justicia, el mercado justo (ja)… la democracia en suma. Pero no.

No es que vaya a caer en las filas de los negacionistas pero un poco de aislamiento si añoro, un poco de distancia, un poco de alejamiento. ¡Que el mundo siguiera pareciéndonos grande, coño!   Y sin embargo, la densidad (y anda que no queda territorio deshabitado) del mundo, aumentada por la inmediatez de las nuevas tecnologías que nos hacen concebir un planeta común como un villorrio, el problema del cambio climático que es tan verdad como global, la actualidad servida al instante, el temor a un indeseable temblor mundial… te hace desencantarte de lo que una vez creímos que era ventajoso. Pero las dictaduras perviven, la violación de los derechos humanos también pese a su innegable avance, el Norte y el Sur siguen en su hemisferio diferenciador, el Este y el Oeste en la polvorienta calle principal del pueblo con las manos en la pistola, se detecta un incremento de la violencia urbana… Todo se filma y se proyecta al instante como si la paz social  de la aldea global estuviera prendida de un alfiler.

Lo voy a decir. Hay ocasiones en que mantengo que sí, que Jorge Manrique llevaba más razón que un santo: cualquiera tiempo pasado, a veces, fue en algunas (muchas cosas)… si no mucho, un poquito mejor, opinión que se refuerza mientras ves la tele dando cuenta de un buen gazpacho y te sobrecoge la premonición de un desastre. Pero como dijo el filósofo, o sea yo: no se añora el pasado histórico sino el pasado personal. O como apuntó con mayor entendimiento Victor Hugo: El futuro para los débiles es inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido y para los valientes es la oportunidad.   

Ojalá. Quien no se consuela es porque no quiere. Buen domingo. Y buen gazpacho.

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