Santos G. Monroy.- Esta vida es un gazapo. La gran mentira de unos privilegiados. Una vez más, el miedo ha cedido en Puertollano ante los coleccionistas de dignidades perdidas, como ha evidenciado el desmantelamiento de Solaria y la destrucción de otros 190 puestos de trabajo. El episodio se revela como un paso más en el deterioro de la imagen de los sindicatos de clase, que parecen ir derechitos y alegremente hacia su destrucción, para regocijo de quienes pretenden acabar con ellos.

Durante la agonía de la  empresa que ahora yace enterrada se han repetido los errores que en la última década han derivado sistemáticamente en la utilización de los trabajadores, siempre a merced de unos directivos que no tienen a nadie frente a la mesa de negociación. Los grandes sindicatos vocean en la calle, pero parecen callar sobre las moquetas. Tras azuzar a la ciudadanía a “defender el empleo” en las manifestaciones convocadas durante semanas, el pulso de las secciones sindicales más representativas ha sido tibio y temeroso en los despachos. El resultado, el de siempre: firmar extinciones de contratos por un puñado de euros y dejar a la empresa victoriosa y con sus pretensiones colmadas. Los precedentes que se siembran así son demoledores.